Lydia Alonso de la Vega - Ate

Hola, me llamo Lydia y tengo 18 años. Mi vida siempre ha sido un poco liosa, pero bastante feliz. Nací en Madrid un 13 de Enero de 1984. Vivo con mi padre en "la parte chunga" de Tetuán, porque mi madre se largó con el butanero cuando yo tenía ocho años, pero lejos de traumtizarme, esto fue bastante bueno para mí, ya que el butanero era un buen tipo que me regalaba cromos de los Power Rangers. Además, mis padres me mimaron mucho más a partir del divorcio, supongo que porque se sentían culpables por no poder seguir viviendo los tres juntos. Soy hija única, al menos por parte de padre, por parte de madre tengo un medio hermano pequeño fruto de su unión con Luis, que es como se llama el butanero.

Por lo general, soy una persona bastante social, de hecho me llevo muy bien con la gente del barrio con la que crecí, mi grupo de amigos era una pandilla de unos quince chicos y chicas de edades variadas. Dado que mi padre es vigilante jurado, nunca he tenido una hora específica para llegar a casa, porque llegase a la hora que llegase, siempre entraba por la puerta antes que mi padre. Eso hizo que pasase mucho tiempo en la calle, donde aprendí, sin duda, muchas más cosas de las que me enseñaron en el colegio.

No soy precisamente una santa, nunca lo he sido. El trabajo de mi padre no le daba mucho dinero, por lo que cuando yo necesitaba dinero, lo conseguía vaciando de caudales a los pobres incautos que eran tan tontos como para guardar su cartera en el bolsillo trasero de su pantalón. Esto me trajo algunos problemas con la poli, pero ya sabéis como son estas cosas, un par de reprimendas, no vuelvas a hacerlo, y a casita que llueve. Además, como los chicos del barrio nos cubríamos los unos a los otros, nunca me pillaron en ninguna gorda.

A los dieciséis años dejé el colegio y empecé a trabajar en cosas temporales, de reponedora en supremercados, de niñera por el barrio... Pero sin duda, el trabajo que más problemas me dio, fue el mes que pasé trabajando en la central nuclear. Desde pequeña, siempre había querido ir a la playa y nunca había tenido dinero para poder hacerlo, pero ese año, un amigo de mi padre que sabía lo mucho que quería conocer el mar, me consiguión un trabajo en Vandellós, cerca de Tarragona, en la central nuclear. En teoría el trabajo era sencillo: limpiar las instalaciones.

Pero mi torpeza natural me jugó una mala pasada que casi acaba con mi vida. No voy a contaros como pasó exactamente, porque eso no haría más que ponerme en ridículo, pero el 24 de agosto, cuando ya solo me quedaba una semana de trabajo, la cagué de mala manera y acabé metida en mitad de un incendio en el edificio de turbinas. Al final todo se arregló y no hubo ninguna filtración al exterior, pero de nuevo mi mala suerte hizo acto de presencia y yo sí acabé expuesta a radiación.

Me pasé dos meses en el hospital, pero cuando por fin pude salir, noté que algo no estaba como siempre. Me empezaron a pasar cosas muy raras, podía oír las conversaciones de los vecinos del bajo, mi padre se pasaba horas buscandome por la casa cuando yo estaba sentada tranquilamente en un taburete en mitad de la cocina, y una vez, fregando ventanas por un trabajo, me di cuenta de que estaba apoyada en la fachada del edificio que estaba limpiando, sólo en la fachada.

Así que poco a poco, me di cuenta de que la radiación, a parte de un montón de cicatrices por quemaduras, me había dejado unos cuantos poderes muy chulos. ¿La parte mala? Que además de los poderes me dejó un regalito bastante menos agradable: Total y completa incapacidad para controlar mi ira. Esto lo descubrí también de una manera no demasiado discreta... Mi padre todavía se arrepiente de haberme dejado tomar clases de esgrima como actividad extraescolar. Al menos fue una suerte que me cabrease con él por teléfono y no en persona, mi ira la sufrieron sobretodo los cojines del salón. Cuando mi padre llegó a casa, la encontró llena de plumas, espuma de cojín y con muchas menos figurillas de cerámica en las estanterías. Creo que fue en ese momento cundo se le ocurrió la idea.

Decidió que debía enfocar mi ira en algo más productivo que asesinar cojines y figurillas de Fabergé. Así que envió mi curriculum a Superhéroes INC, en espera de que ellos me contratasen al saber de mis capacidades. Y ciertamente lo hicieron, pero sólo me contratan de vez en cuando porque... bueno, la verdad es que como superhéroe soy un poco desastre. La he liado tantas veces, que me consideran una amenaza pública. Ya sé que he dicho que no soy una santa, pero tampoco es que sea mala persona, no, es sólo que las cosas tienden a salirse de madre cuando yo ando cerca. ¡Pero no es algo deliberado, jolín! Son cosas que pasan y mucha mala suerte. Pero bueno, sigo aprendiendo y supongo, que conforme me vayan enviando a más misiones, iré aprendiendo a ser más cuidadosa.

Los únicos que saben todo esto son, por supuesto, mis padres, mi hermano y Luis. Para el resto del mundo sigo siendo simplemente Lydia. Aunque bueno, tampoco es que sea nada del otro mundo, no soy como esos superhéroes famosos a los que conoce todo el mundo. Por no tener, no tengo ni una base secreta como el resto de superhéroes... bueno, tengo un cuartucho, en casa de mi padre, donde sigo viviendo, pero allí no puedo hacer demasiadas cosas de héroes, porque... Bueno, es una casa pequeña y los vecinos se quejan si hago ruido.

y esta es mi historia, o al menos lo que quería contaros de ella, pero ¡eh! si queréis saber algo más de mí, no tenéis más que preguntar. Que yo respondo encantada...