Belle D' Jour [Judiel y Suki]

Judiel:

Finalmente tras varios días de viaje has logrado llegar a Hécate, lugar dónde se realizará tu misión. A pesar de que se proveyó de equipo completo y dinero suficiente para realizar el viaje hasta Hécate y poderte instalar allí con cierta comodidad, era la primera vez que te veías en la situación de tener que administrar tu dinero y no tenías ni idea de cómo hacerlo… ¿Por qué ibas a privarte de esa delicia local o de dormir en la posada con los colchones de plumas de cisne y las sábanas de algodón estigio? Está claro que un Príncipe debe vivir como tal.

Esto, unido a varios malentendidos con padres, hermanos y maridos celosos que, en más de una ocasión, te abandonaron a tu suerte durante la noche tras esquilmar algunas de tus menguantes pertenencias, te ha dejado con un capital que asciende a lo que llevas puesto y unas cuantas monedas de plata.

Light:

Eres consciente de que, mientras esperas para entrar en la ciudad, los ojos de todos a tu alrededor se clavan en ti. En principio con curiosidad, luego con simpatía o deseo y, en algunos casos, envidia o desprecio. Sin embargo, nadie te dice nada...


Suki:

El huir de Lannet ha sido lo mejor que pudiste haber hecho con tu vida. En los dos o tres meses que llevas fuera de casa has recibido más elogios que en toda tu vida en la isla, ¡y lo único que has hecho ha sido viajar junto a algunas caravanas!

A pesar de lo bien que te lo has pasado viajando hasta el Imperio, tus compañeros ya no te daban ese “algo” que te dieron durante el viaje desde Phaion. Apenas te miraban cuando, al principio, te seguían con la vista a donde fueses; te ignoraban cuando estabas triste o indignada y te respondían con gruñidos o monosílabos cuando les contabas cómo había sido tu día, cuando al principio siempre había alguno dispuesto a pasar un rato contigo. Sospechas que se sentían intimidados por tu abrumadora superioridad y belleza.

Fue así como abandonaste la caravana en Ogara y partiste hacia Hécate donde, escuchaste, se celebraría un torneo en el cual se apostaba un Principado. ¿Qué mejor manera de demostrar lo que valías que alcanzando el rango que te correspondía por naturaleza?

A la entrada de la ciudad, la gente se aglomera en algo que difícilmente podría tildarse de fila. Recibes varios cumplidos y piropos, de depravación creciente con el armamento y número de acompañantes del emisor, a los que respondes con frases a medio camino entre burlonas y provocadoras. Sin embargo, a medida que avanzas en la fila la gente ya no te presta atención y todas las miradas están clavadas en un jovenzuelo de ropas raídas, aunque perfectamente limpias, de piel negra y cabellos violeta que espera con estoicismo para entrar en la ciudad.

Advertir 120:

El mundo era demasiado pequeño para ella, por eso iba de un sitio a otro intentando conseguir lo que quería en lo más profundo de su corazón: reconocimiento por su valía.

Quizá era Hécate la ciudad adecuada, quizá ese Principado estaba hecho para ser suyo y debía asegurarse que así fuese. Todo su cuerpo y su alma se dirigieron hacia Hécate con ansia.

Al llegar su ánimo estaba en las nubes, la gente la reconocía y la vitoreaba (a su estilo), pero poco a poco esa sonrisa de satisfacción se le borró del rostro... Parecía invisible, una don nadie. ¿A dónde miraba todo el mundo? Y lo vio. Todos miraban a un niño, un miserable niño... ¿Le iba a hacer sombra?

Se dirigió hacia él.

- Tú, mocoso, vete de aquí. Esta ciudad es muy peligrosa para renacuajos como tú. Haz un favor a todos y vete con tus padres.

El desprecio que rezumaban sus palabras era tan palpable que hasta parecían ser dagas afiladas. Simplemente se cruzó de brazos frente al muchacho y esperó que rompiera a llorar.

El viaje había sido corto, insuficiente para poder disfrutar de todo lo que el trayecto me podía ofrecer… el placer.

Había llegado a Hécate, todo ello en calidad de “juez”. Simplemente tenía que ver quién era el mejor candidato a Virrey del principado. Generalmente este trabajo podría debería haberlo hecho alguien de un Cielo superior, más, gracias a mi increíble talento decidieron seleccionarme a mí como el más indicado.

Era extraño, pero el dinero con el que se suponía que tenía que estar en el lugar desapareció demasiado rápido. Tal vez no debí invitar a Vona, ni a Eire, ni a Nith, ni a Kotsuki, ni a Alejandra Prats, sobretodo esta… ¿o era este? … Ah… mereció la pena la verdad… fueron un buen pasatiempo.

- Dios mío… o Yo mismo… ¿Hasta cuándo tendré que estar aquí esperando? Quiero ducharme cuanto antes y visitar a los Doarland. - Digo para mí mismo con los brazos cruzados y mirando hacia arriba hastiado de esperar ignorando al gentío.

Algún Dios pícaro debe de querer jugar conmigo pues… había enviado a una humana a sermonearme… a MI…. Que osadía.

- ¡Je! - Sonrío con los ojos cerrados al oír las estupideces de la joven. - ¡Oho! Para ser una bella flor… tienes bastantes espinas… interesante. - Le digo mirándola a los ojos fijamente con una leve sonrisa. - Ah… plebeyos… - Suspiro volviendo a ignorarla y centrándome en seguir mi camino.

Le hirvió la sangre. La cara se le puso roja de rabia. ¡Maldito criajo! Lo mataría en ese mismo instante si no fuera porque eso no le ayudaría en su camino.

Decidió que era mejor irse de ahí y buscar a quien organizaba todo. Se tragó sus palabras envenenadas.

- Luego no vengas llorando a los mayores.

Suki se dio la vuelta también, altiva (o al menos aparentemente), en busca de quien organizaba todo. Quería presentarse de la manera más elegante posible.

Sus palabras no pasaron desapercibidos para mis perfectos oídos. Palabras cargadas de... envidia. Ah... cuantas veces abre escuchado ese tono en los labios de la gente.

- ¡Je! No disimules... desde hoy en adelante no podrás quitarte mi imagen de tu mente. - Decía mientras la miraba por encima del hombro. - Tranquila, igual, si el Principe Dios tiene tiempo, te hará un hueco en su agenda. - Acabo diciéndole con una sonrisa más brillante que el Sol.

Tras eso seguí adelante, caminando con altivez mientras sonreía a las bellas jóvenes que me miraban.

Los ojos se le empañaron pero se apartó lo suficiente como para que nadie la viera.

Ese muchacho iba por muy mal camino, pero ella debía mantenerse serena o no conseguiría lo que llevaba tanto tiempo luchando por lograr.

Vio al muchacho alejarse entrando a la ciudad y, sin perderlo de vista, Suki se perdió entre la multitud de nuevo. Deseaba olvidar aquel extraño suceso y llegar pronto al centro de la ciudad.

Judiel

- ¿Bwahahaha, habéis oído al yogurín? Dígame, alteza, ¿qué reino lo envía con ropas en tan buen estado?
- ¿No lo has oído? Es un dios, jar, jar. ¿Me pregunto por qué no invoca un carruaje y un séquito? ¿No había ratones y calabazas de dónde viene?
- No es un hada madrina, idiota... Pero con ese pelo violeta y esa cara de niña cualquiera se confundiría.

Comentarios como los anteriores se reproducen a tu alrededor entre los hombres y mujeres que hacen la fila para entrar a la ciudad. Algunos menos imaginativos se limitan a “loco de mierda” o “sucio daevar”, pero la mayoría de la gente parece haber descubierto un siniestro placer en burlarse de tu declaración anterior.

- Pase, alteza, disculpe que no tengamos un séquito preparado para usted, pero nadie nos avisó que vendría “El príncipe mendigo”.- Te dice en el guardia de la entrada con un tono socarrón y una sonrisa - Espero que no venga usted también a reclamar el trono del principado, con tres aspirantes tenemos de sobra y todos ellos son mejores que un “travelo” con ínfulas de grandeza.-

Cuando le indicas tu intención de ir a ver a los Daroland te mira con una mezcla entre risa e irritación y te responde: - El joven Karlson suele alojarse con Lady Daorland en la Torre de Tarth Lömen, y Lord Frederick tiene su propia mansión en el paso de piedra. Sin embargo creo, “alteza”, que debería usted ir vestido para la ocasión.

Suki

Te alejas del crío y del estallido de risas y burlas que se quedan con él… Así como la atención de los integrantes de la fila y, tras unos minutos de agónica invisibilidad, llegas por fin a las puertas de la ciudad.

Los guardias de la entrada te observan con picardía y se toman algo más de tiempo del habitual en interrogarte: Edad, origen, y objetivos en la ciudad. A éstas se añaden otras mucho más importantes e interesantes como: medidas, novio, comida favorita.

Spoiler:

Mientras te alejas en dirección al centro de la ciudad un jovenzuelo de entre la guardia, que no te ha quitado los ojos de encima, se acerca a ti y te dice ¿Es tú primera vista a Hécate? Mi nombre es Gerard y, si quieres, podemos quedar para comer y luego te enseño la ciudad. - El chaval tiene el pelo del color de la paja quemada los ojos de un azul “sucio”, a falta de una palabra mejor, y el rostro marcado por alguna enfermedad de la infancia lo que unido al brillo rojizo que emite su piel le da un aspecto pintoresco, por ser educados. - Conozco una posada genial en la que se suele alojar el mismísimo Lord Daorland y, no te preocupes, invito yo -. Añade con cierta desesperación.

Era curioso, nunca antes en mi vida alguien se había reído de mí, tan siquiera atreverse y mucho menos tanta gente… curioso lugar. Sin embargo, lejos de provocarme dichas burlas, me daban lástima. No lo comprendían, tal belleza, tal estilo y elegancia escapaban humana comprensión, incapaz de asimilar el verdadero significado de perfección.

Ignorando esos temas baladís, hice caso al guardia que me intentaba “aconsejar”. Realmente me estaba empezando a “molestar” estás estúpidas palabras. ¿Pretendía decirme que mi uniforme de la Orden del Cielo era inapropiado para estar delante de los Daorland cuando he estado con este traje ante la joven que rige el mundo?

Tampoco era culpa suya, no sabía que yo estaba aquí en calidad de servicio, y no de vacaciones.

- Entiendo… Gracias por su tiempo. - Dije mientras me alejaba e iba en dirección a Tarth Lömen.

Pausadamente, iba recorriendo la ciudad hasta llegar a mi destino. Una vez llegado a la puerta me detuve. Observé si había algún guardia que pudiera dejarme pasar, no sin antes informarle que estaba aquí en calidad de “espectador”.

Al fin pude entrar a la ciudad, aunque los guardias me interrogaban con preguntas que consideraba adecuadas y otras no tanto...

- Por tus rasgos se nota que no eres de por aquí. ¿De dónde eres?
- Soy de Lannet, de un pueblo pequeño.

Al recordar mi tierra natal me acordé de mi familia, y me entró nostalgia. Los echaba de menos, pero tenía una misión que cumplir. Hasta que no lograra hacerme un nombre, no volvería, y entonces todos me adorarían y alabarían. Oh... qué cerca estaba eso.

-¿Y qué asuntos traen a una muchacha como tú a Hécate?
- Bueno, he oído que hay un torneo. Vengo a hacerme con el premio, ese Principado tiene mi nombre.

Los dos guardias se miraron un instante y estallaron a reir. Mi ceja derecha se debió elevar con tal gesto que al mirarme intentaron calmarse.

- Ja... bueno... jum... digamos que no pareces el tipo de ganadores de esos torneos. No decimos que no vayas a ganar, aunque lo pensamos, si no que vas a necesitar mucho entrenamiento.
- Me alegrará ver la cara que ponéis cuando me veáis alzar el título. Entonces veremos quien rie el último.

Tras unas risas me dejaron marchar, no sin antes chismorrear por lo bajo unas cuantas frases soeces.

- Si la vieran unos cuantos de un barrio que yo me sé, le quitaban la tontería en un segundo, ja ja ja ja...

Y siguieron riéndose a mis espaldas hasta que el ruido de la gente los enmascaró. Los odiaba, odiaba a ese tipo de gente. Si todo el mundo supiera mi verdadero potencial, si todo el mundo me admirase y me valorase otro gallo cantaría. Pero aún quedaba tiempo para eso, poco, pero quedaba tiempo.

Mientras avanzaba a paso acelerado oí que alguien me alcanzaba por detrás. Era otro guardia.

-¿Es tú primera vista a Hécate? Mi nombre es Gerard y, si quieres, podemos quedar para comer y luego te enseño la ciudad.

Mi cara, mezcla de desconfianza y asco, debió de echarle para atrás, por lo que no tardó en intentarlo de manera más agradable.

- Conozco una posada genial en la que se suele alojar el mismísimo Lord Daorland y, no te preocupes, invito yo.
- ¿El mismísimo Lord Daorland? - mis ojos se salieron de sus órbitas. Eso es más de lo que podría esperar, ¡Y justo acababa de entrar a la ciudad! Era lo mejor que me pasaba en muchos meses. - Claro, ¿por qué no? Mi nombre es Suki, vengo de muy lejos y no conozco a nadie. Me ayudaría mucho que me presentaras a gente, cuanto más influyente mejor.  ¿Conoces a Lord Daorland? - pregunté mientras me situaba a su lado y comenzaba a andar, esperando a que él me llevase lo más pronto posible.

Judiel

Atraviesas las calles de la ciudad sin mayor problema, siendo consciente de las miradas que se clavan en tu persona de todas direcciones. Llegando a sentirte como un filete delante de una manada de perros salvajes y hambrientos… La tensión a tu alrededor se rompe cuando un jovencito rubio ataviado con una capa azul y una boina a juego te entrega un pañuelo de seda sonrojándose - Espero que nos visite alguna vez, “Gebeiter”.– El pañuelo tiene un leve olor a lavanda y tiene bordadas en el borde la palabra “Marlow” junto con la dirección del local.

Advertir 120:

Una vez llegas a las puertas de la Torre, los guardias parecen reacios a dejarte pasar pero, merced de tu encanto particular, acceden a llamar a su superior.

Su superior, es un hombre de unos 30-y-muchos de pelo rubio, ojos verdes y perilla puntiaguda. Te mira con cierta curiosidad y, tras dar un capón a los dos guardias avanza hacia tí mientras grita
-¡Bachi-buzuks, vegetarianos no os dais cuenta por su uniforme que es uno de los siervos de La Zorr... La Emperatriz! Dígame caballero, ¿cómo es que un representante de Barbados se presenta con una indumentaria tan pobre en palacio, encima exigiendo contactar con los niños?-

-Capitán, no es esa forma de hablar de la Virreina y su familia...

- ¡A callar flebotoma! Escucha caballerete, mi nombre es Armand Armitage y soy el capitán de la guardia de Marinita.- Te hace pasar y avanza junto a tí hasta una estancia pequeña en la que se encuentran dos taburetes, una ventana y una mesilla sobre la que descansa una jarra y una bandeja con algunas rebanadas de pan y cacitos con aceites y mermeladas. - Come muchacho, debes de tener hambre. Escucha, has creado bastante revuelo en la ciudad con la entrada tan espectacular que has hecho, así que vas a tener que darme una razón para tu presencia en Galgados, sobretodo para explicarle a la gente que se da cuenta de esas cosas el por qué vienes con el mono de trabajo en vez de con algo más propio de un turista.-


Suki

El chaval parece no caber en sí de gozo ante tu afrimación. -Bueno, tanto como conocer... A veces viene a los barrancones y nos invita a una o dos rondas. Es un gran hombre.

Eso sí, ándate con cuidado porque va a ser tu principal rival en el Torneo de los Vientos, tiene bastante fama por aquí por sus proezas atléticas.- Añade con una sonrisa que le deforma el rostro merced de las cicatrices de la viruela. -¿Dime has pensado que vas a hacer hasta que empiece el torneo? Hay rumores de que Lady Daorland se ha puesto un poco tiquismiquis con el asunto, además entre eso y... Bueno, que es posible que se retrase bastante o que directamente no se celebre...

Con estas omniosas palabras avanzais por las calle principal hasta un local llamado "Alleyne's" -La comida de aquí es de bastante calidad y no es muy costosa. Además, tienen licores de todo el Viejo Continente... Claro que a estas horas probablemente Lord Karlson no se haya levantado. ¡Katja,- dice a la vez que entráis - mesa para dos!

Una muchacha bajita y de piel negra se acerca a la voz de Gerard y responde Vaya, "colmenero" así que por fin has encontrado una chica capaz de comer contigo sin perder el apetito. Dime, ¿está ciega?- y, acercándose a tí en un tono lo suficientemente alto como para que lo oiga tu acompañante susurra ¿Te ha amenazado con algo el "carapicá" este? Parpadea 2 veces en caso de que sea así- mientras le saca la lengua al soldado, cuyo rostro es cada vez más rojo.

Ese chico no era la compañía que deseaba tener, pero si me invitaba a comer y me presentaba a gente influyente, no sería mal comienzo para mi primer día en la ciudad.

Escuché con atención todo lo que salía de su boca, y de la de una chica llamada Katja.

-- Tranquila, si se pasa de la raya creo que no llegará a ver un nuevo amanecer -. Le guiñé un ojo, aunque quizá la broma había sido un poco de mal gusto. ¿Realmente merecía morir por decir algo fuera de lugar? No, eso no me ayudaría a ser popular...... ¿o si? Bueno, por ahora dejaríamos ese tema a un lado.

Me despedí de Katja, que seguía murmurando para sí como si no entendiera qué hacía con Gerard. Bueno, era un puente para algo mayor. En cuanto le sacara la información necesaria, me desharía de él con la mayor de las sutilezas.

Nos sentamos a esperar la comida, y mientras llegaba saqué de nuevo un tema que me había estado rondando por la cabeza desde que Gerard lo había dicho.

- Y dime, ¿qué es eso de que Lady Daorland se ha puesto un poco tiquismiquis? No sé qué ha pasado, acabo de llegar. Cuéntame lo que sepas... - Sonó un poco amenazador, así que lo suavicé rápidamente --... me refiero a que me gustaría saber qué va a pasar con el torneo. Si no se va a celebrar quisiera poder hablar con Lady Daorland en persona si fuera posible.

Mis tripas comenzaron a rugir al olor de la comida en la cocina... ¿Tardaría mucho?

Suki

Ya has oido Colmenero, más te vale comportarte con la señorita- responde Katja riéndose.

Os acomodáis en una de las mesas, y el joven responde con gusto a tus preguntas:

Bueno, cuentan los guardias de palacio, que al parecer a Lady Daorland no le sentó demasiado bien eso de jugarse el trono en el torneo y amonestó severamente a su hermano.- Susurra Gerard -No es que haya cancelado el evento directamente pero, dependiendo de lo que tarden en ponerse de acuerdo, puede retrasarse bastante- Añade en un tono de voz bastante más audible.

Katja se acerca y os pone una jarra con agua y una cesta con un poco de pan, mientras mira burlona a Gerard.

¿Hablar con Lady Daorland?- dice tosiendo -Bueno, eso sería digno de verse aunque dudo mucho que fuese agradable para tí.- Recomponiéndose, tras servir a ambos un poco de agua, continúa -Siempre puedes pedir una audiencia. Pero es algo que suele tardar y viendo cómo reaccionó ante la petición de su hermano...

Katja vuelve esta vez con un plato para cada uno de vosotros, es algo que nunca has visto antes pero que huele intensamente a casa, huele a curry:

Currywürst mit Pommes:

Mientras coméis apenas habláis, concentrados en la comida frente a vosotros. Cuando estáis terminando, un hombre baja de las estancias superiores, es rubio con los ojos azules, aunque enrojecidos, y barba de unos días. Sus ropas están arrugadas, como si hubiese dormido con ellas puestas, y camina con un bamboleo extraño, como si acabase de levantarse.

Katja, un desayuno.- gimotea un poco y se acaricia las sienes - ¡Doble de café, por piedad!

Mientras el hombre se apoya sobre la barra frente a las cocinas, una sonrisa agridulce se manifiesta en el rostro picoteado de Gerard y comenta -Ahí tienes a Lord Daorland.