AR13L >> [Prólogo] La Conjura de los Inocentes (FIN)

Prólogo de AR13L



El motor del tren menea tus piernas, que cuelgan del asiento. En la ventanilla, el vaho se acumula y las perlas de humedad se confunden con el paisaje siberiano.

El traqueteo comienza y, tras el tirón inicial; se convierte en un monótono murmullo. En tu mano aprietas el misterioso regalo de Sidney, y te quedas dormida.

Pasa un ratito, y notas una cálida mano en tu hombro. Abres los ojos.

-Ah, lo siento, pequeña.

Un hombre mayor, de barba blanca y expresión amable, te despierta suavemente. Está sentado frente a ti en los asientos.

-Verás, está pasando el revisor. ¿Tienes los billetes?

Rebuscas en el pequeño saco que Sidney tenía guardado. Efectivamente, unos billetes de clase ‘A’ de destino abierto aguardan ahí.

Los enseñas tímidamente al abuelo, que los coge. Parece hacer caso omiso del salpicón rojo que mancha una esquina. Te mira con cierta preocupación, pero luego sonríe amablemente.

-Es estupendo. Con esto puedes ir adonde quieras. ¿Dónde vas a pararte?

Mientras estás en silencio, el revisor llega. Va vestido magníficamente, nunca habías visto un traje tan raro, lleno de bordados dorados y botones y cosas que no sabes cómo se llaman. Hace un seco gesto y demanda los billetes.

El abuelo intercede por ti.

-Sí, mi nieta y yo queremos fichar toda la ruta. –Te hace un guiño con el ojo - Hasta Moscú.

El revisor escribe en una libreta y arranca un trocito de papel de ambos billetes a la vez, sin notar la mancha de sangre. Tras esto, se marcha.


El abuelo se relaja y vuelve a su posición.

-Así no tendrás problemas, pequeña. Los adultos son muy quisquillosos con estas cosas.

Su ancha sonrisa transmite una rara sensación de…¿familiaridad?


El paisaje siberiano discurre lentamente por las vías.

La niña miraba por la ventana, apoyadas las manitas en el borde de la pequeña repisa, esperando ver a alguien aparecer. Esperando a Sydney. Nunca llego. El tren empezó a moverse. Los deditos de la niña se volvieron blancos, apretando con fuerza el lugar donde reposaban las pequeñas manos. Inspiro con fuerza, notando un leve cosquilleo en el estomago; nunca había sentido nada así, apretó mas las manso unos segundos, hasta que el tren se puso completamente en marcha, y la sensación en el estomago desapareció No grito, ni lloro, ni siquiera su cara reflejo miedo o tristeza, pero su corazón..su corazón latía con fuerza.

Cuando retiro las manitas de la ventana, tuvo que abrirlas y cerrarlas un par de veces, tenia las articulaciones algo agarrotadas. Le pareció curioso. Cogió entonces la mochilita que estaba a un lado, colocándola en su regazo y rebusco en ella hasta dar con lo que buscaba. El regalo de Sydney era muy bonito, le gustaba mucho, aunque todavía no le cabía bien. Sonrió, casi abrazando el objeto. El traqueteo del tren y el cansancio en general, poco a poco, la sumieron en el sueño. Su cabecita cayo hacia un lado, con la mochila encima de ella, sujetando con fuerza el anillito.

Casi acababa de abrir los ojos y Sydney tiraba de ella. Ya no sangraba, o al menos la niña no veía la sangre tras la chaqueta que llevaba el hombre. Parecía nervioso, arrastrando a la niña entre la gente, empujando si hacia falta.
La pequeña no salia de su asombro ante todo, tanta gente, tantos ruidos, tantos....colores.

-Date prisa, no te encantes...

Sydney dio otro tirón de ella, esta vez con fuerza. ¿Por que tiraba tan fuerte? Casi la hacia daño.

-¿Pero que pasa Sydney?¿Donde estamos? Hay mucha gente y...y....Veo el cielo...Es....bonito...

Al hombre casi le cayo una lagrima. Al menos...al menos había podido ver el cielo. Se alegraba.

-Dos billetes abiertos para el Transiberiano. Primera clase. No, sin habitación. Rápido...

La niña vio como el científico guardo dos papelitos, a los que llamo billetes, en la mochila. Volvió a tirar de ella.

-Tenemos que irnos lejos...muy lejos...

Entraron en un tren. Todavía faltaba para salir. Sentó a la pequeña y la miro, agachándose

-Nos persiguen personas muy malas. Todas las de casa lo son, muy malas...-le cogió la manita a la niña, poniendo algo en ella- No debes confiar en nadie. En nadie de nadie. Yo..volveré enseguida. Cuida bien del anillo, te ayudara y...cuidate. Mucho.

Le beso la frente con cariño, y se giro, dándose la vuelta. sabia que no iba a volver. Ella también lo sabia. Alargo un brazo....

Alguien toco el hombro de la niña, abrió os ojos bruscamente, alargando una manita.

-Si...Sydney...

Pero no estaba ahí Otra persona la miro.

-Ah, lo siento, pequeña.

Los ojos de la niña se encontraron con los de un anciano. Nunca había visto a nadie con el pelo tan blanco. Sonrió por dentro levemente, era gracioso. Alargo la mano hacia el anciano, aunque de repente, como si quemara, la aparto. No debía confiar en nadie.

-Verás, está pasando el revisor. ¿Tienes los billetes?

No dejo de mirar al anciano. Billetes...¿billetes? Rebusco en su mochila, recordando los papelitos. Sin decir nada se los enseño.

-Es estupendo. Con esto puedes ir adonde quieras. ¿Dónde vas a pararte?

No le contesto, simplemente se quedo mirándole, sin saber que hacer. Entonces llego el revisor, y no pudo evitar mirarle con asombro. Tantos colores brillantes, el traje.... El anciano hablo con el revisor, le enseño los papelitos, y tan rápido como vino, se fue. Ella recoge los billetes, casi de un tirón, guardándolos, como si fuera lo mas valioso del mundo.

No dijo nada mas. No respondió al anciano, aunque lo miraba. Tardo varios minutos en sonreír levemente. Sin saber por que, la sonrisa del hombre la hacia sentirse bien. Se levanto de un saltito, mirando al viejo, alargando la mano, tocándole un poco la barba blanca, riendo levemente.

Un traqueteo estuvo apunto de tirarla, se sentó de nuevo, otra vez algo seria.


-Yo...Voy a lejos....muy muy lejos...

- Mm. Lejos, ¿eh? Mira esto.

El abuelo levanta su desvencijado maletín y rebusca un poco. Consigue sacar unos papeles, un poco arrugados.

Se trata de una postal, magnífica, de una torre metálica que decora una enorme ciudad. Un río la cruza y el sol -ese fenómeno natural del que no sabes tanto como te gustaría- baña el horizonte.

Es... espléndido. Aunque sólo sea una fotografía.

-¿Te gusta? Es una postal de París, en Francia. Allí tengo un buen amigo mío. Los amigos se escriben postales como ésta, ¿lo sabías?

El viejo reía mientras se atusaba la barba.

- Ya se, un buen día, si somos amigos; escríbeme una postal, ¿vale? Y yo te escribiré otra a ti, y así sabremos que estamos bien. Es muy bonito.


La entrañable escena quedó interrumpida cuando el tren dio una brusca sacudida y el anciano cayó del asiento al suelo.


Haz un control de Acrobacias para no salir despedida.

- Mm. Lejos, ¿eh? Mira esto.

La niña observaba con curiosidad al amable anciano, que empieza a rebuscar algo. No puede evitar sonreír de nuevo, ya que nunca nadie, salvo alguna vez Sydnei, le habían hablado de esa forma, sonriendo le, hablándole como si de verdad la escuchara.

Al poco, el viejito saca un trozo de papel, y la pequeña, con curiosidad, se levanta acercándose a verlo, sentándose mas cerca, y lo que ve, la maravilla.

-Es..es muy bonito. Y muy grande. Nunca había visto una cosa tan tan grande...

Sin dejar de mirar la foto, la niña pasa un dedito por esta, como queriendo tocar lo que hay en la imagen, aunque sepa que eso es imposible. Tiene los ojillos muy abiertos.

-¿Te gusta? Es una postal de París, en Francia. Allí tengo un buen amigo mío. Los amigos se escriben postales como ésta, ¿lo sabías? Ya se, un buen día, si somos amigos; escríbeme una postal, ¿vale? Y yo te escribiré otra a ti, y así sabremos que estamos bien. Es muy bonito.

-Si, me gusta mucho. Es preciosa. Me gustaría ir ahí, y ver ese sol tan grande...¿Y es muy muy alta esa torre? ¿Donde esta Paris?

La niña parecía querer decir mil cosas, pero no le salia ninguna, nunca había hablado tanto como ahora, y cada vez se sentía mas a gusto y cómoda. Asintió a todo lo que el abuelito dijo.

-Y si que me gustaría mandar una..postal. ¿Como nos podemos hacer amigos? Yo quiero tener amigos...y saber escribir postales...

La entrañable escena quedó interrumpida cuando el tren dio una brusca sacudida y el anciano cayó del asiento al suelo.


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'Dado de 100' : 34

Caes al suelo bruscamente. El anciano se agarra a un respaldo de otro asiento y te sujeta del brazo. Gracias a Dios no te das de boca.

Escucháis un fuerte chirrido. El tren ha frenado bruscamente y los pocos pasajeros que hay os miráis fijamente.

-¿Estás bien, pequeña? -Dice el abuelo. Él está sangrando por la frente con un fino hilillo de sangre, pero no parece importarle.


Pasa un minuto más o menos. En las ventanillas sólo se ve nieve y más nieve cayendo. Muchísima.

El megáfono del tren se activa para dar un aviso.

-Señores pasajeros, por circunstancias del entorno nos hemos visto obligados a detener el tren. Un obstáculo en las vías debido a la tormenta nos ha hecho imposible continuar. Por favor permanezcan sentados y a la espera de instrucciones. Gracias.

El abuelo mira contemplativo la ventana.

-Humm... vaya. -se mesa la barba.

-Oye, escucha, pequeña. Voy a salir a hablar con el maquinista, ¿de acuerdo? No tardaré nada. Sé buena y quédate aquí, ¿vale?


No te hace mucha gracia, pero el abuelo se marcha antes de que le repliques. La estancia se vuelve algo siniestra. Uno de los pasajeros empieza a gimotear, y da un poco de grima. Te agarras a la postal de París e intentas imaginar que estás ahí, bajo la... ¿cómo era? la Torre Eiffel, entre todas esas bonitas luces.

Ni siquiera lo vio venir, un momento estaba junto al anciano, y al otro, había sido lanzada con fuerza hacia delante, sin posibilidad de cogerse a nada. Por suerte, el viejito la consiguió agarrar de un bracito antes de darse de cabeza contra el asiento frente a ella.


-¿Estás bien, pequeña?

Durante unos segundos que parecen eternos, la pequeña no parece reaccionar, como algo ida, perdida en sus pensamientos, o quizás asustada por el frenazo. Ladea entonces levemente la cabecita, mirando al anciano, parpadeando un par de veces, llevándose una manita al pecho, notando su latido fuerte, como si el corazón se le fuera a salir del pecho.

-Estoy bien...

La niña simplemente contesto eso, mirando con curiosidad la sangre que resbalaba por la frente del anciano. Sabia que eso era sangre, aunque nunca la había visto de esa manera, y tampoco había visto mas sangre que la de ella. Antes de que el anciano pudiera hacer nada, la niña había pasado un dedo por al frente de este, mirando la sangra mas de cerca, tocándola con los deditos, expandiéndola un poco.

-Esta...caliente...

Una voz saco de su 'mundo' a la niña, que miro hacia arriba, aunque al voz venia de todas partes.

-Señores pasajeros, por circunstancias del entorno nos hemos visto obligados a detener el tren. Un obstáculo en las vías debido a la tormenta nos ha hecho imposible continuar. Por favor permanezcan sentados y a la espera de instrucciones. Gracias.

-Humm... vaya. Oye, escucha, pequeña. Voy a salir a hablar con el maquinista, ¿de acuerdo? No tardaré nada. Sé buena y quédate aquí, ¿vale?

La cría asintió mirándole, olvidándose de la sangre y de casi todo, volviéndose a sentar tranquilamente, mirando por la ventana. La nieve era bonita, muy bonita y blanca....
La pequeña se da cuenta que sujeta algo en una manita, es la postal, sonríe amplia mente. También era muy bonita. Todo parecía bonito ahí fuera...Entonces escucho unos gemidos cerca de donde estaba y, sin moverse del asiento, se puso de rodillas en el, asomando la cabecita con curiosidad hacia el pasajero que aprecia decir algo.

Contemplas un hombrecillo, va trajeado, pero muy nervioso. A su lado, una mujer de mediana edad, intentando controlarlo como puede.

El hombrecillo pone los ojos en blanco y se agita violentamente, tirando para atrás a la mujer.


-¡Ay! ¡Ayuda, ayuda! ¡Mi marido tiene distiquifobia! ¡Le tiene pánico a los accidentes, está fuera de sí!

El hombre arremete con un horrible cabezazo a su mujer. Ves una pequeña florecilla de sangre en el aire cuando la tumba de un cabezazo.


Cualquier otra persona que supiera más de la vida calificaría la situación de surrealista.


El hombrecillo se levanta nervioso y pega un alarido. Parece... más un animal furioso que un ser humano.

El abuelo vuelve, un poco pálido.

- No... no ha sido nada, pequeña.

Enseguida te coge de la mano y te lleva hasta otro vagón.

-Verás, he hecho una llamada. Nos van a sacar de aquí, ¿vale?


El hombre saca un teléfono, que has visto manejar a Sydney muhas veces. Sirve para hablar con los que están lejos y que te oigan. Había muchos en el laboratorio.

Al rato, baja un aparato enorme al mismísimo lado del tren, ante la atónita mirada de los técnicos desde las ventanillas. El aparato es como una cabina, pero tiene unas aspas que giran muy rápido. Más o menos calculas que unas 35000 RPM constantes, o eso te dicen tus ojos. Pesará aproximadamente 2 toneladas 800 kilogramos.

En cuanto acabas tu análisis, el abuelo; al que te has acostumbrado a llamar así, te monta. Hay mucho ruido dentro.

-¡Al aeropuerto más cercano!

-¿Señor? ¿Y la emergencia? -Dice el piloto.

- Es una emergencia, se lo aseguro.

- Señor, sabe perfectamente que Alpha restringe el uso de su servicio de emergencia para cuestiones que no sean de extrema...

-¡Joven, cállese y pilote de una vez; ya está usted aqui!

El piloto mira dubitativo los mandos.

-Está bien, señor. Podemos ir al aeropuerto de St.Petersburg. Pero se lo digo de antemano, después de esto escribiré un reporte oficial constando que...


Dejas de hacer caso a la conversación. Te fijas en que la cabina, increíblemente, ¡está despegando!

Es asombroso. Tu cálculo de la presión de esas raras aspas sobre el suelo, por medio del viento; es enorme. Cada vez más; hasta conseguir hacer flotar el habitáculo en el aire. ¡Es muy, muy ingenioso!

Desde luego, hay tanto por aprender... esto no te lo había contado Sydney. Recuerdas que hay algo parecido, que se llama avión. El abuelillo a tu lado te dice que enseguida te vas a montar en un avión de verdad. Esto de ahora se llama helicóptero, y solo sirve para trayectos cortos.

Llegáis al aeropuerto. Ha amainado un poco el temporal ya y el cielo parece más despejado aquí que en el otro lugar. El abuelo comienza a hablar con una de las dependientas en un mostrador.

Tú estás más atenta a todo lo que hay alrededor. Tanta gente, paneles de colores, extraños símbolos y dibujos que no conoces, un espacio abierto tan hermoso...



- Usted es joven, y tiene cara de ser buena persona. Por favor, si me hace usted el favor de llevar a mi nieta a su destino? No tiene más que vigilarla en el avión. De verdad. Cuando llegue a París, hágame el favor de llevarla a esta dirección.


El abuelo habla con otro chico, a tu lado. Parece bastante pálido y tiene ojeras, pero tiene una cara agradable. Bueno, no es como Sydney. Pero es más joven. Como el otro científico que te contaba cuentos, Silveira. Más todavía, aunque este tiene ojeras y no lleva bata.


Entiendes rápidamente que te van a dejar con él. Aunque te da un poco de pena dejar al abuelo, también es cierto que muy pronto, ¡podrás ver París! ¡Lo ha prometido!

Woaaaooh... París... ¡y vas a ir en avión! Sydney siempre decía que le gustaban mucho los aviones. ¡Qué envidia te daba, y ahora lo vas a vivir tú misma!

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