[Eriol] Las fauces del horror

Debido a la gran cantidad de fisuras en la fachada y a la hiedra mal cuidada, un descenso no sería tan descabellado. Al menos, era menos arriesgado que saltar directamente al vacío, confiando en que la caída fuese propicia.

Puedes usar Trepar o Acrobacias, lo que quieras. Trepar Media, Acrobacias un grado más.

Os encontrabais en una primera planta, no era tan difícil descender por esa pared, pero debíais tener cuidado. Controlasteis esos nervios, al menos el tiempo suficiente como para descender por aquella pared. Resultó mucho más fácil de lo esperado, tanto para ti como para tu acompañante. Primero un pie en la fisura que había justo bajo el marco de la ventana, luego, con sumo cuidado, pusiste mano en esa misma fisura y el pie en la hiedra que escalaba la fachada. Una segunda grieta os facilito el siguiente paso, y así, sin soltar la espesa planta, llegasteis al suelo, sanos y salvos.

Cuando pudisteis daros cuenta, a pocos metros de vosotros, justo en la entrada exterior del convento, había un hombre observándoos. Una brillante cruz colgaba de su cuello.


Aún no es el momento para que os juntéis, además, vuestros personajes no están obligado a hacerlo. Ni siquiera tienen motivos para ello. Por lo tanto, mientras que no suceda lo contrario, yo interpretaré vuestros personajes según vuestras acciones. Es decir, si Eriol dice "hola" en su partida, yo haré que Ethan vea a Eriol decir "hola", aunque yo redactaré esa parte, pero sin alterar lo más mínimo las acciones o diálogos de Eriol. Y viceversa. Por lo tanto, hasta que yo no postee en nombre del otro jugador, no podréis responder a su diálogo.

Eriol Lothos Morrigan

El descenso no fue difícil, yo iba delante. Baje con cuidado, la verdad es que mis músculos ya no son lo que eran antes, bueno mi estado físico en general, ahora no era mucho más que un saco de huesos.

Me giré la vuelta y entonces me quedé paralizado. Nos habían pillado. El hombre que bajaba no se había fijado en que me había quedado quieto y al girarse y avanzar chocó contra mí, entonces vió al tipo y también se quedó paralizado.

Por un momento pensé que quizás no nos hubiera visto pero aquello era totalmente imposible, me miraba con sus ojos penetrantes y la verdad es que estabamos perfectamente visibles.

Por un momento barajé varias opciones y mentiras pero dudaba que ninguna sonase verdadera cuanto menos verosímil y abordarle con la verdad quizás no era lo más acertado, lucía una cruz colgando de su cuello y mi compañero aquí detrás mío había hablado de unas monjas reteniéndonos así que podría ser un enemigo pero sin embargo no había corrido a llamar a los guardias aunque podía tratarse de algo aún peor... Mi mente no pudo evitar pensar en Larker y ver algunas similitudes con aquél tipo que se paraba ahí enfrente.

Opté por lo más sencillo, en este pueblo tienen la costumbre de mirar hacia otro lado, desconfiar o evitar contacto con desconocidos y si resultaba ser una amenaza nos separaba una distancia suficientemente larga como para poder coger mi ballesta si se diera el caso.

-Buenas noches señor. -dije. Estaba sudando pero estaba usando todos mis esfuerzos en no mostrar mi nerviosismo. Lo mejor sería esperar a ver como se desarrollaba la situación.

Aquella persona alzó la cruz que colgaba de su cuello.

-Omnia prospera tibi.

Su voz era como una caléndula. No era áspera, pero tampoco era suave. Su tono era marcadamente seco, pero tras un par de cortas frases, se apreciaba en todas ellas una musicalidad uniforme.

- No quiero saber qué hacéis aquí, ni me incumbe. Pero marchaos. Es una mala hora en una mala noche. Encerraos en vuestras casas y no salgáis. Rezad.

El hombre de ropajes oscuros continuó andando, discurriendo pensamientos a toda velocidad. Cuando llevaba unos metros, paró en seco, donde todavía podíais oírle.

-Pero si queréis servir a Dios de verdad, os ofrezco una oportunidad.

Os miró escrutadoramente. Tempus fugit.

- Si queréis acceder, vais a llevar estas misivas a sus dueños. Después podéis reuniros conmigo en la Catedral, antes de medianoche. Es muy importante que lleguen a su destino. Podéis aceptarlas o podéis rehuir esta tarea, es completamente vuestra voluntad, pero mi tarea es la encomienda de Dios y no hay ahora ser mortal o divino que pueda tener prioridad sobre esto. Por el bien del pueblo.

Las dos cartas estaban burdamente selladas con cera de misa y el sello de la Inquisición. Respectivamente, bajo el título "IN SANCTA CUSTODIAE", rezaba el destinatario de cada una:

· Sra. Violeta

· Excmo. Inquisidor Jerome Gnogos

Eriol Lothos Morrigan

Me quedé atónito mientras escuchaba cada una de sus palabras, no había duda, el parecido con Larker era de vértigo.

No tardó en encomendarnos una misión en el nombre de Dios, estúpido Dios... Rememoré mis días al lado de Larker, claro esta que aquello pertenecía a otra vida.

-Larker... -murmuré, no pude evitar decir su nombre en alto.

Me había quedado atónito mirando las cartas. Había escuchado el nombre de Violeta y luego estaba... El inquisidor, también había oído hablar de él y de sus despiadados métodos.

Miré directamente a los ojos de aquél hombre. Mi mirada había cambiado, era seria y oscura. Penetrante pero sobretodo sabía lo que quería. Aquella mirada pertenecía a mi otra vida. Sonreí levemente.

-Mucho me temo que mis días de servir a Dios en el nombre de la Iglesia terminaron hace ya años señor. -mi voz era recobradamente firme.- Además debo de atender a este enfermo. Si requiere de mis servicios soy médico y me hospedo en casa de los Chapelle. -dije mientras empezaba a alejarme. Me paré una última vez con el siervo de la Iglesia a mis espalda y volteé un poco la cabeza.- Cuidese de no perder los caminos del Señor, es fácil perder la fe o confundirse en estas tierras malditas. No todo es siempre lo que parece...

Terminaste de hablar y continuaste andando. Tu acompañante te seguía de cerca, mientras miraba de soslayo y con extrañeza al hombre de la cruz. Su actitud le había inquietado bastante.

De repente, tus piernas comenzaron a tambalearse, hasta calar tus huesos. En un principio pensaste que se trataba de otro de tus mareos, pero al ver a tu barbudo amigo congelado de miedo, entendiste que se trataba de algo mucho peor. La tierra temblaba. Primero suave, de menos a más, gradualmente fue subiendo, hasta que al suelo no le quedó más remedio que agrietarse por la presión. Pudiste ver con ojos atónitos como el convento, no demasiado lejos, estallo envuelto en una gigantesca explosión de fuego, lanzando a diestro y siniestro piedras y astillas.

La ola de fuego se abalanzó rápidamente sobre vosotros, no había escapatoria...



Defiéndete contra una Habilidad Ofensiva Predeterminada de 240. Ataca en la TA de FUE. Estás, por los pelos, en el límite de la explosión, por lo que puedes Esquivar.

Hay una diferencia de 161, pero gracias a la ventaja Superviviente, te puedes permitir estar hasta -70 PV por debajo de 0 y no morir. En resumen, te quedarías en -56 Puntos de Vida. Considerando que el daño base de la explosión es 100. Gracias también a la susodicha ventaja y a tu tirada, sobrevives al estado de Entre la Vida y la Muerte. Sin embargo, tu pantorrilla izquierda ha quedado totalmente devorada por las llamas, y puedes ver parte de la piel de tu pierna totalmente carbonizada. Aunque eso sí, milagrosamente has sobrevivido. Sin embargo, las desgracias nunca vienen solas, y has obtenido una cifra de 186 en la Tirada que determina los efectos del fuego, lo que te hace sufrir el estado de Ardiendo. Perderás 10 puntos de vida por asalto, hasta consumirte en cenizas, si no lo apagas.

Cuando recuperaras el sentido tras aquella conmoción, te encuentras derrumbado en el suelo, con la pierna tan chamuscada, que los nervios ni siquiera te responden. El pelo y tu ropa están ardiendo, instintivamente comienzas a girar sobre el suelo. Aplastando las llamas sobre el pavimento. Giraste y giraste, no podías pensar en otra cosa que en aplacar aquellas insaciables llamas con el frío pavimento. Finalmente, te diste cuenta que ya estabas dando giros de más, pues las llamas se habían apagado. Por suerte, la pésima calidad de tu indumentaria te salvó la vida.

Cerraste los ojos un instante y suspiraste aliviado. Al abrirlos, viste un pequeño montón de cenizas cubriendo lo que parecían unos cuantos huesos ennegrecidos. Tus peores sospechas fueron ciertas, aquellos restos pertenecían a tu nuevo amigo, el prisionero barbudo. Requiescat in pace.

Intentaste levantarte, pero sin media pierna era imposible. Te quedaste en el suelo un rato, te pesaban los párpados y te pitaban los oídos. Meditaste sobre lo que había pasado, no te explicabas qué podía haber generado semejante explosión. Intentaste mirar hacia el monasterio, pero una inmensa pantalla de humo, cenizas y brasas flotando te lo impedía. Estabas muy cansado, todo el dolor, que habías aguantado en un escaso minuto, era equiparable a todos el dolor sufrido a lo largo de toda tu vida.

Milagrosamente, un grupo de personas se acercaron a ayudarte. Eran hombres y mujeres, sencillos y trasparentes, aldeanos sin más, pero de gran corazón. El humo que te había entrado en los ojos te impedía ver con nitidez, pero habría alrededor de cuatro o cinco personas allí. Dos de ellos te agarraron del pie y los brazos, y te tumbaron sobre una camilla.

- Ya ha pasado todo, puedes descansar… lo necesitas…

Una dulce voz femenina te sugirió que descansaras, los músculos en tensión no beneficiarían nada tu recuperación, y tú, como médico, lo sabías, pues en esa situación lo mejor era descansar. Aceptaste el consejo y cerraste los ojos. Pero justo antes de caer rendido de sueño, sonreíste levemente, y murmuraste:

- Jódete Muerte, una vez más me escapo de tu guadaña.

Y con una sonrisa, te dormiste.


Tu aventura en solitario ha terminado.