[Vanessa] La niebla de la demencia

La Maldición de Blutstein: La Niebla De La Demencia

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Trece días después de que el miasma encerrara Blutstein y el último rayo de Sol colmara con su gracia los tejados, el pueblo permanecía más muerto que nunca. Cuando llegaste, hace poco menos de tres semanas, la vida rural blutense tenía un matiz mucho más cálido, más familiar y más entretenido. Hoy, la oscuridad no sólo está en el cielo, sino también en el corazón de los aldeanos. Nadie sale de sus casas, los negocios cierran por miedo al vandalismo, incluidos los bares y tabernas, y eso a ti te fastidia de sobremanera. Tu apetito no se consuela con los tristes aperitivos de la posada en la que te hospedas. Al no saber hasta cuándo dudará el miasma, pocas personas se atreven a compartir su comida, y los negocios destinados a ofrecerla no pueden ser más tacaños con sus porciones. Harta de esto, esa misma "noche" decidiste dar un paseo, con la esperanza de encontrar a alguien que te diese una ingente cantidad de comida a cambio de protección.

Caminas un buen rato por las calles vacías del lugar, acompañada siempre por la luz de las lámparas y farolas de aceite. Eso, sumado a la luz del plenilunio, te permite ver con total nitidez lo que te rodea. Prescindes del yelmo y lo cargas sobre tu brazo. A pesar de los rumores, no has necesitado luchar en los trece días de oscuridad, pero no está de más ser un poco precavida, por lo que siempre llevas tu armadura, tu casco y tu maza. No había nadie en la calle, ni siquiera había luz en las ventanas. La escena no podía ser más fantasmagórica.



Al final de la calle, te topaste con un edificio que te resultó familiar. Era una posada, de esas con un gran salón que hace de taberna, donde los tipos rudos pasan las madrugadas enteras peleándose y bebiendo. Te recordó a tus viejas andanzas por Dwändholf, donde tu rutina era prácticamente eso. De pronto, una de las puertas traseras de la posada se abrió. Tras ella, envuelto en sombras, surgió lo que parecía la figura de una persona adulta. Se movía despacio, cauta, intentando no hacer demasiado ruido al andar. Parecía que llevaba algún tipo de macuto, aunque la oscuridad no te permitía verificarlo.

¿Haces algo respecto a esa figura, o sigues caminando hacia delante como si nada? Elije lo que quieras.

Recorrí casi todo el pueblo, en busca de algo que echarme a la boca. Las tripas me rugían como un león enjaulado y hambriento. Si alguien me viera, vería a una mole de dos metros que cada vez se encogía más y más abrazándose el estómago.

-¿¡¿¡ Es que no hay un puto cerdo que comer en este pueblucho!?!?

Vagabundeé por las calles hasta toparme con lo que parecía una posada. Vi una persona salir por la puerta trasera con algo a los hombros. ¿Será comida? Me limité a quedarme quieta y esperar a ver qué hacía. Si esa persona llevaba comida en un saco es porque dentro de la casa tendrían mucha más.

Mi estómago seguía rugiendo mientras me ocultaba en la oscuridad.

Aquella persona te vio al instante. No era difícil ver a una chica de más de dos metros, bajo una farola, en un pueblo donde, desde hace días, nadie salía de su casa. Le llamaste tanto la atención, que se achantó y retrocedió. Se quedó inmóvil un instante, escrutándote extrañado. Y segundos después, volvió por donde había venido, entrando a la posada por la misma puerta por la que había salido. Te pareció oír como echaba el cerrojo desde el interior.

Vaya por dios... no soy muy de hacer amigos. Sabía lo que iba a pasar. Cuando era "pequeña", los niños siempre me ganaban en el escondite porque hacía más ruido escondida que yendo normal.

-Qué se le va a hacer... habrá que llamar a la puerta.

Me dirigí a la puerta principal (o lo que parecía serlo), y golpeé sonoramente, tres veces. Esperé a que alguien contestara.

Nadie contesta ni contestará. Todos están demasiado asustados.

Ando un poco, hasta dar con la puerta trasera. Llamo ahí, a la puerta por donde ha entrado aquella persona. Si no contestan intento abrir el picaporte (por si está abierta).

No, no te abre nadie. Ni tampoco hay ninguna puerta abierta, todas están cerradas a conciencia desde dentro.

Haz un Control de INT.

¿Ese hombre se había asustado, de mí? Ahora nadie abría la puerta, y mi estómago ya me estaba avisando de que o comía algo, o me amenazaría con dolores insufribles hasta desmayarme.

Opté por la opción menos halagüeña pero necesaria para mí: tirar la puerta abajo y buscar respuestas (junto con un buen filete de carne).

(Mi idea es arrancar la puerta entera, desde las bisagras, y luego volverla a poner en su sitio conmigo dentro, no quiero destrozar la puerta)

Con todo el cuidado que tus toscas manos te permitieron, y calibrando tu fuerza lo mejor que pudiste, arrancaste la puerta trasera de sus bisagras. Giraste sobre ti misma, y te adentraste en la vivienda, acto seguido pusiste la puerta en su sitio, encajando las bisagras con sumo cuidado de no romper nada. Más o menos lo conseguiste, aunque la puerta se quedó un poco coja.

El interior de la posada estaba tan oscuro como el cielo de Blutstein. (Estás sometida a Ceguera Parcial) Solamente podías ver el destello de unas cuantas velas que había repartidas, estratégicamente, por el inmueble. Podías intuir que aquello era un gran salón, con barra, mesas y sillas, en definitiva, una taberna. Al dar unos pasos más sobre aquel suelo de madera, una sombra surgió de detrás de la barra.

- ¡Alto o disparo!

Entrecerraste los ojos para apreciarlo mejor, pero aún así te costaba distinguir las formas entre tanta oscuridad, aunque asegurarías que, lo que había salido de detrás de la barra, era un hombre agazapado apuntándote con una ballesta.

- ¡Te mataré maldito ladrón! Sal de aquí antes de que... de que... ¡de que dispare!

Parecía la voz de una persona de avanzada edad, a parte, el titubeo de sus palabras delataba el profundo terror que estaba padeciendo en ese momento.

Aquel hombre, seguramente el mismo que se había metido a la casa segundos antes, no tardó en apuntarme. Era normal, viendo lo que estaba ocurriendo en el pueblo. Resoplé. Mis métodos no habían sido nada acertados, pero tenía mucha hambre.

-Siento lo que le he hecho a su puerta, pero no tema señor, no voy a robarle ni a atacarle. Aunque no lo parezca, sólo venía a por algo de comida. Tengo dinero y puedo pagarla. ¿Tiene algo que pueda darme? Me muero de hambre.

No me moví ni un ápice, por si a caso aquel hombre tenía el dedo fácil y me ensaetaba. Espero que mis palabras suenen lo más dulces posible...


NOTA: Llevo el yelmo en una mano y la maza enganchada a la espalda, asomando el mango a la altura de mi cabeza. El hombre sólo ve un "palo" asomar por mi espalda.

El hombre de la ballesta, alterado, dudó un momento antes de responder.

- A... a tu derecha. Ese barril está lleno de dátiles... coge los que quieras y lárgate.

En ningún momento dejó de apuntarte con el arma. Estaba demasiado asustado como para arriesgarse a bajar la guardia.

- Si no tienes donde dormir ni qué llevarte a la boca, aquí no busques más. Vete al Convento de la Santa Caridad de Cristo, he oído que allí están dando cobijo y alimento a los desamparados. Pero... pero si me haces daño, o le haces cualquier mal a mi familia, Dios no te dará cobijo ni en una casa de monjas ¡irás directamente al infierno!

Me rebusqué en los bolsillos de mi zurrón, saqué unas cuantas monedas y las dejé encima de otro barril (o cualquier superficie cercana).

-Gracias, y... perdón por asustarle.

Cogí el barril, que pesaba más de lo esperado, y me dirigí hacia la puerta. Antes de dar el segundo paso para darme la vuelta, pensé: ¿Dónde mierdas está el Convento de la Santa Caridad de Cristo?

-Perdone señor, ¿dónde puedo encontrar ese convento?¿Me podría indicar por dónde se va? No le molestaré más, lo prometo.

Las promesas de un mercenario no valían mucho, pero allí estaba en calidad de viajera.

Con la paciencia al límite, el hombre te lo explicó lo mejor que sus nervios le permitieron.

- Desde la Plaza Central, dándole la espalda a la Catedral de San Guillermo, sigue recto unos doscientos metros. Llegado a ese punto, deberías ver el convento a tu izquierda, es un sitio enorme con grandes torres. Ahora que ya lo sabes ¡Vete de inmediato!

Aquel hombre no atendía a razones. Seguir hablando con él iba a ser una perdida de tiempo, a parte, estaba a punto de apretar el gatillo. Lo mejor iba a ser que te fueses de allí, al menos tenías algo de comida para aplacar tu insaciable apetito.


¿Vas al convento, o prefieres hacer alguna otra cosa?

Salgo por la puerta, y me zampo los dátiles a puñados. Cuando esté más o menos saciada, me guardo los que queden en mi zurrón.

Al terminar, voy al convento.

(Si hay algo interesante por el camino dimelo, si no, no me paro hasta llegar al convento)

Saliste de aquella posada sin darle la espalda al tipo de la ballesta, volviendo lentamente sobre tus pasos. Una vez en la calle, seguiste las indicaciones de aquel hombre, y te dispusiste a ir al susodicho convento. Por el camino, devoraste dátiles a puñados.

Finalmente, llegaste al Convento de la Santa Caridad de Cristo. El edificio era precioso, a pesar de estar descuidado y maltratado por los años. Contaba con un hermoso jardín rodeado por un muro. En el lado opuesto a la verja de entrada, se encontraba el edificio principal, el monasterio. Y dentro de la misma estructura, en el ala derecha, la iglesia, y en el ala izquierda, el hospital. Contaba con una dedicada fachada renacentista de piedra y mármol, acompañada por varios relieves religiosos. La techumbre era de las más bonitas de Blutstein, combinando bóveda y tejado adintelado al mismo tiempo, con un precioso campanario coronando la edificación.



Entraste por la verja que daba al patio del recinto. Avanzaste hasta una de las puertas principales, y, al golpearla para llamar, esta se abrió con el primer golpe. Alguien se la había dejado abierta.

No me resultó difícil llegar al convento. No tuve que llamar, ya estaba abierto. Pasé sin darme cuenta que normalmente las puertas de ese pueblo estaban cerradas a cal y canto. Miré a mi alrededor.

Si hay alguien:

-Hola, me han dicho que aquí dan un sitio a los que no tengan dónde ir. ¿Es así?

Y espero a ver qué me contesta.

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Si no hay nadie a la vista:

-¿Hola? ¿Hay alguien aquí? Me han dicho que dan cobijo y comida.

Una mujer de dos metros no era exactamente la imagen que alguien tiene de un indigente, pero si ahí daban cobijo y comida gratis... ¿por qué no?

-¿¿Hola?? Grité más fuerte.

La puerta principal estaba presidida por un enorme hall, aunque de un aspecto abandonado y cochambroso. Parecía como si en esa misma sala se hubiese librado una cruenta batalla, los daños colaterales saltaban a la vista por todos lados. Mesas rotas, paredes agrietadas, completamente manchadas de sangre seca, cristales por doquier, basura, insectos y podredumbre. Si no fuese por tu vivencias pasadas en el campo de batalla, habrías sido incapaz de poner un pie en semejante vertedero de muerte. Por el suelo, junto a la basura y los cristales, podía intuirse la sangre, y hasta pedazos de carne, de la refriega, aunque no había ningún cadáver a la vista. ¿Qué había pasado allí? Te preguntaste.


Una cucaracha pasó a tu lado. No era lo más asqueroso de aquel lugar. Avanzaste unos pasos, buscándole un sentido a todo aquello. El exterior del convento, aunque descuidado, era precioso, nada que ver con su interior. El contraste era exagerado. Aquella habitación cada vez te parecía más inquietante, no sólo por lo que veías, sino también por lo que sentías.

- Sal de aquí ahora mismo... o morirás... como nosotros...

Un susurro en el viento te sobresaltó. Eran palabras deformadas, alteradas, inhumanas. Palabras imposibles, entonadas por el ulular del viento que cruzaba las vidrieras rotas. Te estremeciste, parecía obra de un fantasma. Se volvieron a repetir, procedían de todos los rincones del hall, y al mismo tiempo de ninguno.

- Sal de aquí ahora mismo... o morirás... como nosotros... vete, sálvate... o morirás...

Me estremecí. Ese lugar parecía sacado del mismo infierno. No pude evitar acordarme de mi guarnición El Enjambre. ¿Así vivís ahora? Pronto os acompañaré, no temáis.

Ese lugar no era para nada lo que yo tenía asociado a un convento. Aquí estaba pasando mucho más de lo que parecía. Quizá al final sí que tendría que desempolvar mi maza...

Escruté con la mirada toda la estancia y agudicé el oído. Quizá ahí había alguien más que esos fantasmas que intentaban asustarme. Si era así, me enteraría tarde o temprano.

Me adentro un poco más dentro del convento. Busco alguna persona que pueda responder un par de preguntas que me rondan por la mente...

Te adentraste en las entrañas de aquel siniestro lugar, buscando respuestas (y comida). Después de unos pocos pasos, escuchaste voces al final de uno de los pasillos, y sin dudarlo, corriste hacia ellas. No eran voces de ultratumba como las de antes, estas eran humanas. Al final del trayecto, guiada por aquellas palabras borrosas para tus oídos, llegaste a una pequeña sala, iluminada por una lámpara de aceite sobre una mesa llena de planos, y flanqueando dicha mesa, tres hombres fornidos te miraban sorprendidos.

Uno de ellos, el de la armadura más voluptuosa, te observaba con una expresión desafiante. Tenía una corta melena canosa, su barba, más oscura, delataba en ciertas partes la avanzada edad del varón. Una espada reposaba en su cinto, acompañada por otras diversas armas más pequeñas.



Los otros dos soldados, no transmitían la misma fuerza que aquel hombre canoso y bien armado. Se limitaron a copiar la reacción del que parecía su líder. En ese momento caíste en la cuenta de que, el Capitán de la guardia de Blutstein, encajaría perfectamente con aquella descripción. Sí, quizá fuese él, el Capitán Reynald Zebris. Estabas harta de oír a la gente del pueblo hablar sobre él, para bien o para mal.

- ¿Quién diablos eres tú?

Dijo el capitán, malhumorado.

No esperaba encontrarme a tres hombres armados allí, aún tenía la esperanza de encontrar a dulces monjas haciendo queso. Miré a mi alrededor, no parecía que hubiera rastro de ninguna monja. De los tres hombres, el que me habló parecía el Capitán de la guardia de Blutstein... aunque no estaba del todo segura daría una mano a que era él.

- Hola - dije con mi masculina voz - estoy buscando a las hermanas que rigen el convento. Quisiera hablar con ellas, me dijeron que aquí se ofrecía asilo y comida. - me llevé la mano al estómago, dando más énfasis a mis palabras.

Esos hombres no parecían para nada amigables, pero, ¿qué hacían allí? ¿Qué estaba pasando en este lugar? Recordé las voces susurrantes.

- Sal de aquí ahora mismo... o morirás... como nosotros...

En pocas ocasiones había pasado miedo en mi vida, pero aquí había algo muy turbio, tanto como el mismo miasma.

-¿Alguien me puede decir qué cojones ha pasado aquí? Está todo destrozado y dejado de la mano de dios.

Me santigüé, donde fueres haz lo que vieres.

Si hay una silla cerca, la cojo sin miramientos y me siento dejando el respaldo hacia delante, esperando a que me hablen.

Uno de los soldados saltó sobresaltado al ver la confianza que te tomabas.

- ¡Qué modales son esos, pataslargas! ¿Acaso no sabes en presencia de quién estás?

Llevo su mano al cinto y desenfundó su arma, una espada corta. Estaba bastante enfadado. No le había hecho ninguna gracia que entrases en aquel lugar sin mostrar respeto alguno hacía su señor, ni una sola reverencia o saludo militar ante el Capitán.

- ¡Te voy a...!

- Espera.

Interrumpió Reynald.

- Esta muchacha supera con creces la musculatura de todos mis hombres. Bueno, la musculatura y la altura... Sería estupendo tener a semejante titan en mis filas, y más en estos días de oscuridad. Hagamos un trato, únete a mi hueste y no te mataremos.

Volvió a centrar su atención en los planos que había sobre la mesa. Un instante después, sin desviar la mirada de aquellos papeles, te dijo:

- Y olvídate de las monjas, la gran mayoría se han vuelto locas y ya no sirven a Dios, sino a mi. Si lo único que buscas es comida y bebida, ya te he ofrecido un trabajo con el que pagar tus necesidades.

¿¿Pataslargas?? Ese tío no iba a ver "amanecer" un nuevo día. Bien orgullosa estaba yo de mi altura y mi robustez. Seguro que podría levantarlo con un sólo brazo. Aún así, las palabras del Capitán me absorbieron. Un trabajo interesante sin duda...

-¿Y quién dirige ahora este convento? - dije sin levantarme de la silla, aún me quedaban respuestas por saber.

Seguí la mirada del Capitán hacia unos papeles que había sobre la mesa. Ardía en deseos de saciar mi curiosidad. Si iba a meterme en su escuadrón de recios hombres llenos de sudor y ansias de gloria, quería saber bien de qué iba todo esto.

-Su oferta me agrada y me atrae... ¿qué habría que hacer exactamente?

- Obedecer mis ordenes sin cuestionarlas. Así de simple.

Parecía muy seguro de sí mismo, como si estuviese convencido de que ibas a aceptar aquella oferta si o si. O quizá es que simplemente le dabas igual... era un hombre extraño, sus palabras no decían lo mismo que su lenguaje corporal, y su expresión no podía ser más inquietante.

De pronto, la habitación comenzó a convulsionar. Como si un gigante estuviese zarandeando aquella pequeña sala. El temblor creció, y las sillas se cayeron. Uno de los guardias tampoco pudo mantener el equilibrio, y se estampó de culo contra el pavimento. Estabas muy preocupada, sentías que algo malo iba a pasar. Entonces miraste al Capitán, y un murmullo salió de su boca. Unas palabras suaves, casi inaudibles, dichas para sí mismo.

- Oh, mierda... ya viene...

Millones de grietas partieron en mil pedazos el suelo que pisabais. En un segundo, aquella superficie se convirtió en un puzzle, y entre pieza y pieza, comenzó a brotar una enorme humareda, acompañada por un calor insoportable. Una explosión de fuego y magma te estalló encima, pillándoos a ti y al capitán de lleno.



En cuanto a ti, estás muy cerca del corazón de la explosión, por lo que la dificultad que deberás superar será contra 280. El ataque se produce en la TA de Fuego. No puedes esquivar.

Te acababan de explotar casi quinientos kilos de pólvora en la cara, pero te daba igual. Harían falta dos o tres explosiones como esa para tumbarte. Ciertamente, el golpe de calor, que prácticamente te empujó como algo físico, fue lo único que te aturdió al principio. Luego, las llamas, te rociaron por completo. Pero eso seguía dándote igual.

Contando tu TA contra CAL, recibes 230 de daño. Ni siquiera sufres un crítico, a pesar de la barbaridad que te acababas de comer. Sin embargo, el no haber opuesto resistencia alguna contra el fuego, propició que te inflamaras. Haciendo la suma del daño que has sufrido, más el dado, el resultado es 316, que equivaldría a Calcinado. Sin embargo, tu cuerpo únicamente lo viste el metal, por lo que es prácticamente imposible que eches a arder, así que esta cifra se reduce en 60 puntos. Quedando en 256, que corresponde al estado En Llamas.

A pesar de no vestir nada propenso a arder, la embestida de llamas ha sido tal, que hasta tu propia armadura se ha calentado… hasta el punto de echar a arder. Tu pelo también empezaba a consumirse en pequeñas mechas. Cuando quisiste darte cuenta, te habías convertido en una antorcha humana.

Tan sólo veías humo y fuego a tu alrededor, pero intuiste que ya no había paredes, pues tampoco había convento. Corriste en línea recta, como un gigantesco cometa en llamas, hasta salir de toda la humareda. Cada ciertos pasos, las llamas crecían, pues habían alcanzado tu piel, y eso alimentaba a las lenguas ardientes. Corriste, corriste, sin mirar atrás, sin pensar en nada más que en sobrevivir.

- ¡Una puta fuente, un puto pozo, ¿dónde cojones estaba el puñetero río?!

Maldecías para tus adentros. Y casi por obra de la mano de Dios, una abrevadero se cruzó en tu camino. Y como alguien que nunca había probado el agua, te lanzaste de boca a aquel barreño rebosante. Aliviada, sentiste como las llamas se desvanecían.

En el recorridos hasta el pozo, has perdido 75 Puntos de Vida adicionales. Pero las llamas se han apagado completamente.

Tras empaparte partes de tu cuerpo que ni siquiera sabías que existían, escuchaste una voz a lo lejos.

- ¿Hola? ¿Hay alguien? ¿Necesita alguien ayuda?

Vociferaba alguien a lo lejos, y sin pensarlo dos veces, fuiste en su busca. Era un aldeano, uno de tantos, que habían acudido al lugar de la explosión para prestar ayuda a sus vecinos y amigos. No sabía el motivo de la explosión, pero te sugirió que fueses a la casa de la familia Heizt, allí atenderían a los heridos. Y tú, aunque orgullosa, estabas herida. Por lo que, siguiendo unas simples indicaciones, fuiste a dicha dirección, a la casa de los Heizt.

Era una de las casas más grandes del pueblo, ya la habías visto varias veces, al pasar por esa misma calle. Tenía dos plantas de techo alto, con un pequeño patio y terraza. Parecía la típica viviendo de burgués. Te abrió la puerta una joven con uniforme de sirvienta, parecía nerviosa. Te pidió que subieses las escaleras y esperases en cualquiera de los cuartos de arriba. Tú, oponiéndote como siempre al orden establecido, te sentaste en el último escalón de la escalera. Como si la brutal quemadura que tenías en tu espalda no fuese más que una magulladura. Así eras tú, tan orgullosa... que algún día ese defecto te mataría.


Aquí termina tu aventura en solitario.