Daiana Angelo >> [Prólogo] Ala Rota

Prólogo de Daiana Angelo


Val-De-Travers es una bonita ciudad de Suiza, cerca de la frontera francesa. Al sur del Lac Dés Tailleres; es una conocida zona turística no excesivamente explotada; y muy conservada gracias a la regulación de espacios de la ley suiza. Esto no deja de sorprenderte, porque en tu Italia natal, la política de conservación del espacio público deja mucho que desear. La gente aquí es amable, y hasta un poco reservada. Nada del calor mediterraneo, pero sí una sincera hospitalidad que te resulta enternecedora.

Caminas en dirección norte, sin demasiadas pistas. Vas siguiendo un rastro ambiguo sobre Gabriel, pero el sentido común te dice que sigas la ruta más probable. Hacia el norte, al menos hasta la frontera, pues es la ruta mejor transitada y la que puede llevar a más sitios. Una vez llegues allí... tendrás que decidir. A fin de cuentas, no tienes nada mejor.

No te privas de disfrutar del viaje. Val-De-Travers ofrece coquetos rincones y una suave brisa fresca que te saca coloretes en las mejillas. Estás atravesando uno de los puentes que dan entrada a la ciudad, donde quieres buscar alojamiento para dormir. Necesitas comprar algunas provisiones y reorganizar un poco el escaso equipaje. Gracias a Dios, tienes dinero de sobra y la tarde aún es joven. Es casi como hacer turismo. Aquí se está muy agusto, el aire huele a hierba, a lluvia y… a vino.

¿Vino?

Tus pies tropiezan.

Hay un hombre en el suelo, tirado con un raído abrigo blanquecino, lleno de mugre. Sus dedos sucios asoman por unos guantes cortados. Te agarra tímidamente la bota. No muy lejos de él, una botella yace goteando sus últimas existencias.

-Eh… -Comienza a hablar con voz ronca y seca. Es hasta desagradable.

-C...comer. *Raggghhh* -hace un ruido con la garganta- F...Favor.

Su cara manchada te mira sin expresión mientras te pide comida en tan lamentable estado.

Me dirigía sin rumbo exacto pero, hacia donde mi intuición junto a las indicaciones de los amables aldeanos de Val-De-Travers, me guiaba. Caminaba por un sendero de fina gravilla a paso lento y firme. Podía contemplar un bello paisaje rural, con casitas de piedra y verdes pastos, cuya hierba presentaba un aspecto como el rocío de la mañana en las hojas debido a la humedad del ambiente. Saboreaba la suave brisa que acariciaba mi rostro. Era una sensación tan agradable… era tentador fundirme con dicha brisa, desplegando mis alas y echando a volar a su son, pero... creo que la gente me iba a mirar un poco... raro.

Cerré los ojos para dar una gran bocanada de aire cuando, de pronto, un fuerte olor sin sentido en ese instante inundó mis fosas nasales. ¿¿Vi... vino??

*Aplof*

Poco más pensé en ese momento porque acabé de bruces en el suelo. Dolorida por el golpe, me incorporé un poco para darme la vuelta y ver qué estaba pasando.

Para mi sorpresa, un hombre muy desaliñado con vestimentas haraposas, estaba sentado a un lado del sendero, en mitad de la nada. Me miraba a los ojos fijamente mientras trataba de balbucear algo por su boca. Lo miraba, atónita, callada. Escasos segundos fueron eternos antes de decidirme a decirle algo.

- Pued…?
- C...comer. *Raggghhh* F...Favor.

De nuevo, el mismo olor, pero aún más intenso y agrio al salir directamentede de su boca, me echó un poco para atrás. De todos modos, corté la respiración por un instante mientras trataba de sentarme, puesto que tampoco quería mostrarle al hombre lo que estaba soportando en ese momento por no ofenderle, girando disimuladamente la cabeza a un lado para tomar aire puro.

- ¿Comida…? ¿Quieres algo de comer?

Me quedé mirándolo. No me había pasado antes en la vida algo así, una situación de lo más variopinta. Hubiese estado bien darle algo de comida sin más y seguir mi camino, pero mi interior no me lo permitía. Una vez oí una frase tal que “si quieres ayudar a alguien, no le des un pescado, dale una caña de pescar” que me llamó mucho la atención. Yo quería hacer lo mismo con ese hombre. Miré el final del sendero que se perdía más allá, pensando en que tal vez iba a retrasar mi camino pero… no podía dejarlo ahí.

- Bueno, señor… - le dije con tono amable – ¿por qué no mejor buscamos un sitio donde puedan ayudarle?

Todavía en el suelo, giré la cabeza a ambos lados para ver si veía a algún transeúnte que me pudiera indicar dónde estaba la iglesia más cercana ya que yo no conocía Val-De-Travers. No sabía qué hacer exactamente para ayudar al hombre, pero no podía dejarlo tirado en el suelo. Tampoco sabía si en la iglesia le iban a poder ayudar pero… al menos, había que intentarlo.

Me levanté del suelo, sacudí un poco mi vestido, batí ligeramente las alas para lo mismo e invité al caballero a que me siguiera.

El hombre tiembla, pero poco a poco se levanta. Al final parece que no va a haber más remedio, así que lo agarras por el hombro, mientras piensas en buscar la lavandería más cercana como máxima prioridad.

El inexpresivo borracho mejora con tu ayuda, hasta que llegáis a un pequeño bar, casi una tasca.

Una señora está en la barra, fregando. No hay más que un par de clientes. Todos tienen los típicos ojos azul grisáceo de los centroeuropeos, el pelo rubio y la barbilla chata. Supones que tus rasgos te van a delatar inmediatamente como una "guiri" más.

Tras presentarte y exponer tu situación, la mujer mira al borracho.

-Ah, io creo que conozco a questo homme. - Para tu sorpresa, te intenta hablar en italiano, aunque con un acento fuertemente francés y destrozando ambos idiomas por igual, aunque más o menos entiendes su conversación.

- Hace más o menos una semana que ronda por aquí. Io sonno desolé, pero ya estoy un poco harta de verlo per questo sitio. Ma chérie, io non voy a regalarle ni un piccolo di mangare, si vous plait de comprarle algo, entonces sí. Pero non posso darle más cosas, todos los del barrio estamos hartos de verle rondando.

El mendigo está sentado en una de las mesas más apartadas. Os mira, pero no sabes si sigue la conversación, porque su expresión es fija, inmutable. No sabes si está conforme o no, simplemente parece que ha olvidado expresar emociones.

Y sin embargo, gira la cabeza hacia ti, para ver qué haces.


Santo Dios, ¿por qué tendrá que pasarte todo esto?

En fin.

En el mostrador adviertes un folleto. "Pensión ** en Val-De-Travers. Barata. 50 m del centro.".

Caminamos unos pasos hasta llegar a un pequeño bar, el comercio más cercano que había en el lugar. El hombre parecía debilitado, me costó mucho que se mantuviera en pie. Además, ese olor a vino agrio no ayudaba a que las cosas fueran más fáciles, para ser sincera...

Al entrar en el establecimiento, el hombre se sentó como pudo en una silla. Me daba mucha pena.

- Espérame aquí un momento, ¿vale? - Le sonreí, aunque él no pareciera mostrar expresión alguna.

Me dirigí hacia la barra, donde al otro lado había una mujer de característicos rasgos limpiando unos vasos con un paño. Amablemente, inicié conversación con ella. La mujer me hablaba en un idioma... "raro". La verdad es que la mezcla que se estaba inventando podría ser fruto de un idioma del futuro, vaya. Pero al menos, podía entenderla.

Mientras la escuchaba, me sentía cada vez más angustiada. Me había metido en un berenjenal muy grande sin comerlo ni beberlo.

Moral, ¿por qué tienes que ser así...!? - Me di un pequeño coscorrón con mi puño en la cabeza.

Cuando terminó de hablar, aun a pesar de tratar mal al caballero, incliné mi cabeza como signo de agradecimiento a la mujer por su información. Fue en ese momento cuando me percaté de que en el mostrador había un folleto con publicidad de una pensión cercana. Lo tomé y ojeé.

"Barata" era lo que exponía en primera plana. Una pequeña fotografía de la fachada junto a una dirección y poco más.

Lo guardé en uno de los bolsillos pequeños de la mochila.

No sé, podría ser todo mucho más fácil si simplemente le ayudara con dinero, pagándole un lugar donde dormir, comer y aseo pero... por una noche. No sería eterno. No tendría una vida digna. No sería suficiente.

Me acerqué de nuevo al hombre, cuya mirada parecía perdida en ese instante. No podía tener ni un ápice de idea de qué se le estaba pasando por la cabeza. Aun así, intenté conversar con él. Quería saber de dónde era, si tenía familia, si era de por aquí, lo que fuera. Algo que me llevara más allá de una simple noche de hotel barato con toda comodidad... pero y al dia siguiente, ¿qué? ¿Qué pasaría con este hombre?

Me incliné hacia él con mis manos apoyadas sobre mis rodillas, dispuesta a escucharle. Con paciencia, todo se consigue.

Val-De-Traverse. 18:46 PM. Tus manos resbalan de tu mentón. No lo soportas más. Te vas a ir sí o sí, y Dios hará lo que deba con ese hombre. Tú has cumplido tu obligación con creces.

Madre santa, qué tardecita.


Has intentado sonsacar, escuchar al hombre. Soportando el hedor, te has sentado frente a él y has estado veinte minutos, ¡veinte minutos! delante para ver si hablaba.

Su expresión no varió un ápice. Ni un mísero músculo de la cara que mostrara una emoción, aunque fuera de intriga. Ni siquiera la gesticulación de los locos. N-A-D-A.

Exasperada, comienzas a hablar tú. El borracho te sigue mirando, escuchando tus palabras, pero haciendo caso omiso. Cuando lo tocas para que responda, se limita a encogerse de hombros, y esa es toda la expresividad que recibes.

Tu cabreo aumenta, por momentos. Y aumenta mucho.

Viendo la situación, la señora del bar se apiada de ti y te sirve una cerveza light, y un pequeño plato de una especie de gachas típicas de la localidad. Compasiva, pone otro platillo enfrente del mendigo. Éste se limita a coger una cuchara y empezar a comer.


Te quedas asombrada viendo cómo, pese a sus burdos modales, mantiene una técnica impecable en el simple movimiento del plato a la boca. Te asombras, de cómo un simple gesto puede estar ejecutado con tanta eficacia. El hombre usa los movimientos absolutamente imprescindibles para la deglución. Tan insoportable es su presencia como misteriosa su procedencia. ¿Una semana lleva, en el pueblo?

- Non tiene nomme. Dans le barrio, tutto il mundo dice que ronda il suo establecimiento. Mais n'est pas peligroso, y se marcha si se lo dices. Como no da molto problema, nous lo ignoramos. ¿entiende?

Hasta cierto punto es gracioso que la propia mujer sea la que te trate a tí como si fueras incapaz de entender su depurado lenguaje.

Cuando el mendigo acaba de comer, tu paciencia también se acaba. Te levantas de la silla y consideras que ya has perdido suficiente tiempo allí.

Te paras en el sitio, porque el tipo también se levanta, en un breve gesto de la silla. La tendera y tú os quedáis mirándolo, a ver que hace. Entonces él se te gira y se queda un rato largo mirándote. Tragas saliva, porque impone. Crees que si pasara por más lavados que Mowgli, el niño del libro de la selva, entonces quizás podría ser bastante apuesto.

Te fijas que, tras la enorme capa de mugre, su pelo es blanquecino, pero los tintes oscuros lo hacen imperceptible hasta que no te acercas tanto como ahora. Aunque te viene un pequeño "flash", enseguida verificas que no es Gabriel. Aunque casi mejor así. El tío sigue mirándote, con su cara de piedra.


¿Qué va a hacer este... este individuo?


Por supuesto, no hace nada. Nada. Simplemente, coge y se marcha del sitio como si no os conociera.


Crees que vas a explotar de rabia y decides dar por concluida esta estúpida pérdida de tiempo. Tu conciencia está tranquila. Ale.


...


...



Un rato más tarde, estás orientándote por las calles de Vals-De-Travers. Pese a tener un pequeño mapa, el folleto del albergue no es muy claro. El pueblecito, además; está lleno de callejas entrecruzadas y parece un laberito empedrado. Para colmo de males también está lleno de cuestas. La luz naranja ilumina las paredes de las casas, y el ocaso comienza a colorear el cielo.

El cielo...



Una pareja de individuos, montados en moto, están en un extremo de un callejón, donde un letrero de neón indica un club de billares. Uno de los tipos te mira.

-Fiiiuu,fiiiiu -silba uno.

Entre los dos comienzan a soltar comentarios lascivos en francés, de los que entiendes lo suficiente. Lo peor es cuando haces ademán de irte por donde has venido, aparecen otros tres individuos. Uno de ellos es una chica. Los chavales llevan pendientes y visten con camisas hooligan, desharrapadas. La chica lleva unos enormes aros como pendientes, y un conjunto poco habitual en el pueblo.

Vamos, los típicos camorristas asalta-guiris de toda ciudad turística.



Alzas una plegaria silenciosa preguntándote qué has hecho para tener que vértelas siempre con todo este tipo de gente.

Paciencia. Paciencia. Sí, paciencia, maldita fue la hora que pensé que la paciencia lo solucionaría todo. Me estaba sacando de mis casillas, ¡no se inmutaba para nada! ¿era una estatua de carne y hueso o qué?

La amable tendera me ofreció algo de comer y de beber. Lo mismo hizo con la estatua humana, aun a pesar de lo que me había dicho hace un momento. Parecía una buena persona, al fin y al cabo.

Llegué con mi santa paciencia a pensar que tal vez después de la comida, su cerebro comenzaría a segregar impulsos hacia sus cuerdas vocales o algo por el estilo, pero nada. Me apretujé las sienes presa de la rabia y me levanté de la silla dispuesta a largarme, o al menos a tomar el fresco fuera. Para mi sorpresa, el mendigo hizo lo mismo. La tendera y yo nos quedamos muy quietas, esperando reacción por su parte, como si cualquier movimiento le hiciera volver a su pasividad. Pero nada, fue en vano. De nuevo, nada de nada.

Clavó sus oscuras pupilas en mí. Durante un corto pero intenso momento, mantuvimos nuestras miradas conectadas el uno del otro. Tragué saliva, imponía. Era algo incómodo, para ser sincera. Entonces, de pronto sin más, me vino automáticamente a la cabeza la imagen de Gabriel.

¿Por qué?

Sabía que ese hombre no era Gabriel, pero no pude evitar ojearle con más detenimiento por si acaso. Tras quedarme tranquila, cerré los ojos y rasqué mi cabeza con nerviosismo. tomé una gran bocanada de aire y me acerqué a él. Le empecé a dar golpecillos con mi dedo en su frente al son de las palabras que le dedicaba sin importarme ya ni su aspecto, ni su hedor, ni nada. Sílaba por sílaba, golpe a golpe.

Al me-nos es-pe-ro que te ha-ya es-ta-do bue-na la co-mi-da, le-ches.

Nada. Lo dicho, una estatua. Una estatua que a los pocos minutos, echó a andar hacia la puerta, yéndose, sin agradecerle a la tendera por el humilde festín.

Ya está bien! Que le zurzan. ¡Desagradecido!

Me marché del bar no sin antes insistirle a la amable mujer para pagar la consumición, pero se negó en rotundo. Cortesía de la casa. Muy majas las gentes de Vals-De-Travers, desde luego.

...

El día pasó más rápido de lo que creía. Ya estaba anocheciendo y tras el último incidente, poco había avanzado a día de hoy. Por una parte sentía rabia porque seguramente habría ampliado la distancia que me separaba de Gabriel. Por otra parte... las cosas vienen así porque son necesarias. Nunca sabemos qué puede depararnos el destino, y tenía que aceptarlo tal cual me venía sin posibilidad de queja. Era uno de mis principios.

Miraba el mapa y el folleto que guardé en el bar sin cesar, alternando rápidos vistazos de uno a otro sin terminar de entender lo que ponía. Entre que no estaba en tierras italianas y que el pueblo parecía un laberinto, esa noche iba a ser larga. Suspiré, elevando la cabeza al cielo.

El cielo... me proporcionaba tal estado de paz interior, parte de la naturaleza en todo su esplend...

-Fiiiuu,fiiiiu

Ni siquiera me giré. Pero algo me empezó a oler mal. Más mal que el agrio olor que emanaba el mendigo de antes.

No pude evitar echar una rápida ojeada, disimuladamente y sin girar la cabeza, hacia donde procedía aquel sonido. Puse mis alas en tensión. Estaba dispuesta a salir por patas (o por alas) si lo veía necesario. No quería problemas, y menos con esos "chonis".

¡Por qué me tienen que pasar a mí estas cosaaaasss! ¡Vaya día llevo! ¿Acaso es martes y 13 o algo por el estilo?

Aligeré el paso, tratando de alejarme de esos camorristas con ganas de "fiesta". Al final no iban a ser tan buenas personas la gente de este pueblo...

Cuando te quieres dar cuenta, parece que has sido sutilmente rodeada. La estratégica situación de los maleantes no deja lugar a dudas: una calle con dos salidas; dos macarras bloqueando una, el resto impidendo la retirada por donde has venido.

Sencillo. Sin embargo, están a una cierta distancia de ti, por lo que parece que no han tenido en cuenta o no les importa que su víctima pudiera gritar. No deja de extrañarte, semejante descuido en un elaborado plan para atracarte. Más en un tranquilo pueblecito como Val-De-Travers, donde siempre has supuesto que el mayor hito de delincuencia se limitaba a hurtos entre vecinos.


Cuando estás cavilando, y controlando la tensión, la puerta del club chirría y aparece un hombre vestido de traje. Lleva gafas de sol, y notas cómo le brilla la media sonrisa que lleva, a causa de un diente de oro que le da un aspecto... intimidante.

El hombre hace un gesto con la cabeza y, como movidos por resorte, los macarras comienzan a andar en dirección hacia ti.

[Salvo que quieras hacer alguna otra acción pasiva como hablar o buscar algo, tira turno y abriré un post de combate. Incluso para intentar huir.]

Parecía que no había mucha escapatoria... estaba rodeada. ¿Qué había hecho yo para esto? Si podía encontrar hueco para escabullirme facilmente, guay... si no...

Tiro turno: 60 + 87 = 147

El miembro 'Nithaiah' ha efectuado la acción siguiente: Tirada de dados

'Dado de 100' : 87

Tras el duro combate, el hombre te ayuda a levantarte del suelo. Parece que el resto de tios raros ha puesto pies en polvorosa.

Curiosamente, el hombre se queda un rato mirándote. Después asiente con la cabeza y te mira fijamente.

- Gracias.

Dice. Ante tu interrogativa, intenta ser más explícito.

- Gracias, favor de comer. Gracias.

Se queda parado en el sitio. Expectante a ver qué haces. ¿Pudiera ser que antes se había ido sin mediar palabra del restaurante porque simplemente no sabía como darte las gracias?


En cualquier caso, estáis en medio de la calle y la luz se está yendo por momentos. ¿Qué harás?

Sí, sentí alivio aunque momentaneo al comprobar que realmente se habían marchado. Menos mal.

Me ofreció su brazo para ayudarme a levantarme. Lo agarré con fuerza y de un impulso, me incorporé de pie y sacudí mi ropa. Batí las alas con fuerza un par de veces para quitar, al igual que en la ropa, cualquier resto de polvo o suciedad. Estaba algo dolorida, pero algo sin demasiada importancia.

Si eran varios contra uno... y se han ido sin más... - miré a los ojos al hombre que me acababa de ayudar - Debe ser alguien... fuerte. Pero... si esta mañana por poco lo tengo que llevar sobre los hombros porque no se mantenía en pie siquiera, ¿Cómo es que...? Pero, ¿tú quién eres? ¿Por qué no me puedes decir nada de ti? Simplemente, ¿no me entendía? O... ¿Había algo más que le imposibilitara hablar?

- Gracias. Gracias, favor de comer. Gracias.

Eso sí que ya me dejó realmente sorprendida. Antes, con paciencia, dale que te pego una y otra vez para que al menos hubiera sonido por su boca y, ahora... ¡Había sido capaz de pronunciar 6 palabras! ¡Todo un logro! Vale, no es que tuvieran mucha coherencia porque no sabía si me estaba pidiendo de comer de nuevo o me estaba dando las gracias por la comida de antes, pero intuí que por lo primero...

Le sonreí. Le estaba muy agradecida.

¿Que por qué alivio momentaneo? Sencillo. Estaba cayendo la noche y yo necesitaba un refugio para pasarla, y más después del último acontecimiento... y el caballero estaba junto a mí sin moverse ni un ápice de mi lado. No podía irme y dejarle en la calle, pero permitirme 2 habitaciones sería un gran pico. Porque claro, estaba la posibilidad de una habitación y compartirla y, aunque pareciera buen tipo, como que no lo conocía... esa opción no era válida.

No tenía alternativa... además, acababa de hacer un gran favor por mí... 2 habitaciones y una cantidad importante menos de dinero en mi cartera. Pero merecía la pena.

- Escucha, está anocheciendo y lo suyo es que busque un albergue para pasar la noche antes de proseguir mi camino. ¿Tienes sitio para pasar la noche? Yo podría ofrecerte un lugar de cobijo pero, mañana tengo que partir de viaje y no podría hacer mucho más por tí. ¿Vienes conmigo? Sé que es dificil conversar contigo, pero si al menos pudieras decirme tu nombre...

Estaba ya resignada a no obtener respuesta pero ea, qué le íbamos a hacer. Al menos, me quedaría tranquila si el hombre no pasaba la noche a la interperie... era muy fría. Tampoco me hacía gracia no poder hacer mucho más por él, pero con esa actitud... tendría que descubrir muchas cosas de él, a lo mejor así encontraría un rayo de esperanza.

- Keith. -Dice, secamente.

Después entra otra vez en su mutismo habitual y camina silenciosamente, a tu lado. Siguiéndote.


Gracias a dios, estamos en septiembre, y la demanda de alojamiento para un sitio pequeño como Val-De-Travers decrece rápidamente. Tras rebuscar un rato, encuentras un pequeño albergue, bastante tentador. Te informan de que cuesta 30€ la noche. Tiene dos habitaciones y baño y; dadas tus circunstancias, te sorprende que incluyan desayunos. Al enseñarte las habitaciones, rápidamente te haces a la idea de que una de las pequeñas camas puede ser fácilmente movida a la otra habitación, consiguiendo lo que quieres.

El dependiente mira de forma hosca al mendigo, pero al acompañarlo tú, se calla. O incluso quizá se piense cosas raras.

Son las 21:48.

- Keith.

- "Encantada" Keith... yo no sé si te lo he dicho ya... yo me llamo Daiana... por si te interesa y eso. - Le dije ya no tan convencida, la gente tan seca no me parecía la más amable, pero bueno, tampoco pasaba nada.

Me rasqué la cabeza, pensativa. - Bueno, venga... pongámonos en marcha...

De un pequeño saltito me ajusté bien la mochila a la espalda. Tomé el folleto del hostal que se me había caido al suelo antes y lo guardé aunque estuviera algo roto, por si acaso. Anduve dos pasos antes de girarme para ver al muchacho. No sé, tenía los ojos como vacíos, la mirada perdida, pero en cambio parecía saber perfectamente lo que hacía. En el fondo y no sé por qué, me daba mucha pena, ya no por el hecho de que fuera un pobre mendigo... parecía que había algo más que eso.

Al final, no acabamos en ese hostal en concreto pero, caminando, llegamos fácilmente a un pequeño albergue sencillo pero aparentemente acogedor. Una tenue luz llena de curiosos bichitos voladores estaba encima de la puerta del local, donde a su vez se podía observar el cartel que rezaba "albergue Travers". No habían empeñado demasiada imaginación en el nombre pero, bueno, no era importante.

Abrí la puerta y le cedí el paso a Keith, pero como siguió detrás de mí sin inmutarse, solo pude dar un pequeño suspiro y pasar primera.

Al final, aunque tuve que dejar algo más de dinero de lo que habitualmente hacía viajando yo sola, tuve suerte, puesto que con 2 habitaciones y el desayuno, la cosa parecía que iba a acabar bien. En otras circustancias o lugar, seguro que hubiera sido mucho más caro.

Le di amablemente las gracias al dependiente y tras conocer la franja horaria del desayuno en el albergue, se marchó. No se fue con muy buena cara, seguramente debido a Keith, al igual que pasó con la tabernera. Era incómodo, la verdad, no sé por qué tenían que tratarlo así.

En el fondo, la situación era absurda. Estaba en una habitación con una persona que acababa de conocer ese mismo día pero... que podría decir que me había salvado de una muy buena, puesto que no tenía ni idea de quienes eran aquellos matones y qué querían de mí...

Agité la cabeza. Era mejor no pensar.

- Keith... son las 10 de la noche. - Ya sabía que poco podía conseguir con él, pero yo seguía intentándolo - Quieres... no sé, ¿buscamos algo para cenar o quieres que nos vayamos a acostar?-

Me rugían la tripita, pero tenía que aguantarme, no tenía tanto dinero como para ir gastándolo a troche moche. Pero si él quería cenar, haber qué podíamos hacer.

Cuando estáis dejando la habitación, Keith mira los grifos. Toca uno de ellos con delicadeza, y comienza a echar agua. Entonces entorna los ojos, el primer ápice de expresión que le ves.


- Quieres... no sé, ¿buscamos algo para cenar o quieres que nos vayamos a acostar?-

¡FLOSH!


De un cabezazo, Keith mete la cabeza en el lavabo y empieza a sacudirse, como un cachorrillo. Se enjuaga la cabeza, llenando de porquería el lavabo y -no te lo puedes creer- sin derramar ni una gota por el suelo.

A ti, por supuesto, te empapa.

Cuando alza la cabeza chorreante, el pelo mojado se estrella lacio contra su cara. Te das cuenta de que tiene el pelo blanco grisáceo, como sospechabas, y que la abundante suciedad ocultaba una melena más larga de lo que parecía.

No sin cierto asco, contemplas la escena y decides que o retiras eso de "ir a cenar", o te retiras tú del cuarto de baño.

Lo miro a él. Me miro el vestido. Lo vuelvo a mirar a él. Miro el suelo. Arqueo una ceja... ¿Cómo...?

Me echo la mano en la frente, haciendo un sonoro ¡paf! cerrando los ojos con fuerza.

Si es peor que un niño pequeño!

Situación bastante cómica, vaya. Mientras me mira con su ojillo libre de pelo mojado, me acerco a él y girándolo hacia el baño y empujándole dentro, cierro la puerta.

Desde el otro lado de la habitación, le voceo.

- ¡Venga, primero dúchate y ahora hablamos! ¡Si necesitas algo, aquí estoy!

Me voy hacia la cama y me tumbo boca arriba en ella de un salto, a esperarle. Mientras, no puedo evitar los primeros síntomas de sueño: el día había sido más movidito de lo normal...

Despiertas cuando notas un frío repentino cala tus pies. Abres los ojos, y te encuentras a Keith, acurrucado, durmiendo como un gatillo con su cabeza en tus piernas. No hace ningún ruido.

Espera...

Qué desastre. El tío ha venido hasta el cuarto chapoteando, sin el más mínimo arresto o cuidado de no manchar el suelo que antes se había esmerado en no mojar. Las marcas húmedas de sus pies, el reguero mojado en la cama, a tí te está empapando...

Para colmo de males, aún escuchas el grifo abierto en el baño. ¡Pero será posible!

Entonces caes en la cuenta.


Keith,el profundamente dormido vagabundo que te ha rescatado esta mañana, está como dios lo trajo al mundo. Y está a tus pies. La penumbra de la noche apenas resalta sus bien definidas formas. Unos coloretes se dibujan progresivamente en tu cara.

Me di cuenta de que me había quedado dormida en cuanto desperté al sentir una fría humedad en mis piernas. ¿Cuánto tiempo había estado durmiendo?¿Horas?

E... espera... ¡¿¡¿humedad?!?!

Abrí los ojos de golpe, sobresaltada, mirándome. Esperaba encontrarme cualquier cosa menos lo que ví: un vaso de agua derramado, una toalla empapada, cualquier cosa menos al propio Keith encima, acurrucado. Su largo cabello tapaba mis piernas. Gotas de agua caían de éste recorriendo mi piel hasta llegar a las sábanas, empapándolas por completo.

Mi corazón se encogió por completo. No estaba haciendo nada, solo dormía pero... pero...

Recorrí con la mirada su cuerpo. Sí, estaba desnudo, como Dios lo había traido al mundo. Mi corazón se encogió todavía más, ¡iba a explotar!

Rápidamente me escabullí como pude girándome hacia un lado de la cama de forma inconsciente, era una situación demasiado para mí. Uuuuuuuuuuff!!

Conforme puse el pie sobre el suelo, me escurrí y caí de bruces contra éste. Estaba completamente mojado.

-Auch... - Me eche la mano a la cabeza. - Pero qué ha hecho...? Ni siquiera se ha puesto la toalla encima?

Me levanté como pude y me quedé petrificada al fijar la vista en él una vez más. Jamás había visto un cuerpo masculino en todo su esplendor. Además, estaba en shock porque, considerándolo como un pequeño niño, realmente no podía verlo así: su físico no era precisamente el de un nene...

Estaba ruborizada. Y el corazón poco a poco me latía con más fuerza.



Detrás de toda esa capa de mugre y suciedad, y con ese agradable olor a campú de melocotón, parecía otro... era incluso, apuesto

- Mierda, el grifo!!!! - Salí corriendo al baño o al menos, lo intenté: me volví a caer dándome un buen golpe en la rodilla. Pero no tenía tiempo de pararme, de seguir el agua corriendo, el dependiente se iba a dar cuenta y nos iba a echar a la calle... y seguramente me haría pagar daños materiales. No podía arriesgarme.

Llegué al baño y cerré el grifo. El tapón estaba puesto y faltaba poco para que se empezara a salir el agua por todos lados. Menos mal..

Fiiuu... - Suspiré. Me quedé en el baño un par de minutos intentando calmarme. ¿Por qué tenían que pasarme a mí estas cosas?

Miré al techo saqué la lengua a Destino. - ¡Te estás divirtiendo conmigo a que sí! ¡Malvado! - Con cierto tono que no representaba maldad ninguna. Si las cosas eran así, por algo tenían que ser... era mi lema.

Dentro del baño todavía, di un par de pasos hacia la puerta. Con ambas manos sobre el marco, asomé mis ojitos para poder ver a Keith.

Seguía... ¿seguía durmiendo?

Keith sigue como un tronco, apenas variada la postura. Ante el temor a despertarlo, te acuestas apartada, intentando dormir, con mucho trabajo.

Al final, por puro agotamiento, lo consigues.



Estás lejos… muy lejos.

Cuando abres los ojos, estás en otro sitio completamente diferente. Una brisa muy cálida y un montón de olores extraños, exóticos, te llenan.

Miras a tu alrededor. Estás en un pequeño pozo. Hace mucho calor. Especies de palmeras que no has visto en tu vida. Lianas, flores de mil colores. Grillos y un montón de extraños seres.

Es todo muy extraño. Vas semi-desnuda, y tu piel es del color del ébano, pero es como si no te importara. De tu mano, va un muchacho de rasgos árabes, que tira de ti. Atravesáis varios edificios cochambrosos, y el olor a pólvora te llega enseguida. Se escuchan ruidos de disparos.
El chico te grita algo, pero no lo oyes. Comienzas a asustarte mucho. Quieres abrir, desplegar las alas, y casi… pero algo falla, y caes al suelo. El chico vuelve a gritarte.







Vuelves a abrir los ojos. Estás en tu casa. Eres pequeña, y tu mamá te está poniendo un pastel, es tu fiesta; pero no estáis celebrando tu cumpleaos. Tú acabas de abrir las alas por primera vez. Parientes de todas partes han venido para celebrarlo en vuestra hermoso caserío de uno de los ricos barrios de Piamonte.

Tu mamá te mira con precaución y cambia el gesto. Se vuelve severo.

-Escucha, Daiana. Nuestra misión sagrada tiene que perdurar. Algo grave va a suceder, pronto. Tenemos que trabajar para que podamos seguir celebrando más cumpleaños.

Miras a tu mamá con intriga. ¿No va a haber pastel?

-Papá ha viajado a París con algunos de tus tíos. Lo siento, Daiana; por interrumpir tu viaje. Pero necesitamos que estés con nosotros.

Por fin corta un pedacito de pastel. Te lo tiende con una sonrisa. Sin embargo, te das cuenta de que está llorando.

- Te quiero, hija mía.



Son las 5:01.

Te despiertas, pero estás temblando. Notas un surco de lágrimas cayendo por tus mejillas, la respiración entrecortada. El miedo no cesa y temes incluso abrir los ojos.

Unos fuertes brazos te arropan en la oscuridad. No son como los de mamá o papá. Son diferentes. Ásperos en principio, pero cálidos y seguros.
De algún modo, casi te da igual de quién sean, pese a que la parte racional de tu mente lo sabe muy bien. Sin embargo…

…el temblor cesa poco a poco.


Das gracias a Dios por no estar sola.

Los sueños, a veces crueles, son demasiado reales. Y éste no era menos.

El chico de rasgos árabes y piel aterciopelada, me tiraba de la mano para que le siguiera. Su mano era muy suave. Le sigo, sin más.

Pero algo ocurre. Disparos... y más disparos. No tiendo a razones. Quiero escapar. Lo intento: pero no puedo. Mareada y perdiendo la consciencia, caigo abatida al suelo. Oigo, a lo lejos, la voz del hermoso chico gritándome. No le entiendo. La luz... se apaga.

...

- Mamá, ¿Pero... no... hay pastel? ¿Lo has hecho con vainilla? - ¡Sí había! Cuando mamá me ofreció un poco, cogí el trocito de pastel emocionada y me lo eché a la boca, manchando mi barbilla y el bonito vestido. Mamá lloraba. Mamá me hablaba de cosas importantes. Y yo estaba distraida en otras cosas... sin mirar más allá. No me di cuenta hasta ahora. No reparé en el sufrimiento de mamá.

Me desperté, temblando. Mis ojos estaban bañados en lágrimas. De lado, caían hasta la almohada acariciando mis mejillas. Yo... yo... Me sentía angustiada.

Entonces lo sentí. Unos fuertes y cálidos brazos rodearon mi cuerpo. Noté el calor de esa persona sobre mi rostro. Demasiado... agradable. Poco a poco... cesaba el miedo de mi interior. Por algún motivo... mi alma asustada, se relajaba gracias a esos brazos que nunca antes había sentido. Pero no importaba que fueran extraños. Solo podían ser esos.

Apoyé mi frente sobre su torso, desnudo. La calidez fue infinita, atrayente. Moví mis brazos inconscientemente devolviendo el mismo gesto, abrazándole. Quería absorber toda esa paz que transmitía aquello dentro de mí.

Gracias... gracias por no dejarme sola esta noche.

La soledad... desde que inicié mi viaje, me acompañaba a donde fuese. No me gustaba. No me gustaba en absoluto.

Jamás, en mi corta vida, había experimentado algo similar. Papá y mamá me abrazaban mucho de pequeña, me querían con locura. Incluso recuerdo las tiernas miradas de Gabriel y sus caricias en mis mejillas, consolándome. Me sentía en una burbuja. Pero esto era diferente. Me sentía... protegida. Desde que tengo uso de razón, siempre había intentado ayudar y proteger a los demás incluso con mi vida si lo merecía, pero... yo desconocía esa sensación en mí misma. Y... no quería que se difuminase, como cuando la marea borra las pisadas en la arena. Me hubiese gustado parar el tiempo en ese mismo instante.

Embriagada por aquel encanto, inexperta, ingenua, inocente, me dejé llevar. Como por instinto, aun abrazada a ese cuerpo que tanto me transmitía, comencé a elevar mi rostro buscando el suyo, acariciando con mi nariz su pecho, buscando sus labios.

Solo la débil luz de la luna que traspasaba las persianas podía ver lo que estaba pasando en la penumbra del cuarto.

Dormí, plácidamente, como nunca antes lo había hecho, con una sonrisa en mis labios, sintiendo bajo las sábanas el calor de Keith rodeándome.

Caminaba a través de un sendero de fuego que me llevaba más allá. El ígneo vaivén de las llamas bajo mis pies no quemaba, aunque sí me hacía cosquillas. Avanzaba, a través de él sin saber hacia dónde iba. No había nada más a mi alrededor, sólo un vacío de color blanco que iluminaba el lugar.

Avanzaba, sin demorarme, sin pararme. Paso a paso. Poco a poco.

Comenzó a formarse una figura a lo lejos. Extrañamente familiar. Una figura humana, con atuendo oscuro y cabellos albinos, portando una carpeta bajo el brazo. Estaba de espaldas a mí, mirando al cielo.

Ga…?

Tomando impulso, eché a correr. Las llamas ondeaban con fuerza tras mis fuertes pasos, silbando al viento, evaporándose en el aire.

Estaba cerca. Muy cerca. Mi corazón no daba abasto. Gotas de sudor recorrían mi frente. Jadeaba, y aun así, no podía parar. Mi búsqueda para encontrar a Gabriel había terminado al fin, un largo viaje acababa aquí, al fin podría darle las gracias. Gracias por estar allí aquel día, gracias por ayudar a mi alma, y gracias por enseñarme a entender mi mundo. Simplemente… gracias por vivir. El esfuerzo había dado sus frutos.

Escasos pasos me separaban de Gabriel. Tendí mis manos para darle un abrazo por sorpresa pero, para mi asombro, choqué contra algo invisible, haciéndome caer hacia atrás. El suelo, ahora fundido con el color del vacío, ya no era de fuego y, aun así, era doloroso.

Me incorporé y palpé el muro invisible, frío, muy frío. Lo golpeé esperando a que Gabriel se diera la vuelta, pero nada: seguía de espaldas, inmóvil, sin moverse ni un ápice.

Cada vez lo golpeaba con mayor fuerza haciéndome daño en los puños. Tras varios intentos, un hilillo de sangre comenzó a recorrer mi brazo. Aun así, no podía parar, estaba demasiado cerca, Gabriel estaba ahí, esperándome. Lo aporreaba sin éxito, con gritos ahogados que absorbía el vacío llorando a lágrima viva. Por favor, no… esto no puede estar pasando…

*Clink*

Miré instantáneamente hacia donde había escuchado tal sonido, obligándome a desistir de mis intentos. Un pequeño martillo de cristal yacía junto a mis pies. Me agaché recogiéndolo y lo examiné. Era pequeñito, efectivamente de cristal, con dos redondeles de oro en su cabeza. En el mango, un dibujo grabado de un ala hacía del martillo, muy hermoso.

Lo miré. Miré el muro. Lentamente, lo toqué con el pequeño objeto. Prácticamente, lo acaricié, ni siquiera lo golpeé; Pero…
Se empezó a resquebrajar en mil pedazos, enormes, antes de partirse por completo, creando un gran estruendo que llegaba hasta los confines del universo. Miles de trozos de cristal de la nada caían contra el suelo, arañando mis brazos, mis piernas y mi pecho aquellos que seguían su trayectoria hacia mí. Me tapé la cabeza intentando refugiarme de algún modo, intentando abrir las alas para cubrirme con ellas también, pero…

Como por arte de magia, un cálido peso cubrió mi cuerpo desde atrás, protegiéndome, abrazándome muy fuerte. Sentía su pelo y su aliento en mi rostro, familiar, reconfortador. Giré mi cabeza para ver su cara. Sí, era Keith. Tenía los ojos fuertemente cerrados.

- Tranquila, Daiana.

Acaricié su rostro. Era… hermoso. Sentía un cosquilleo en mi estómago al estar él ahí. Agradecía que estuviera conmigo en ese mismo momento.

Miré al frente y lo ví. Sí, no tenía duda, era Gabriel, pero algo pasaba, seguía estando inmóvil pero… su imagen se estaba difuminando, lentamente, poco a poco…

- GABRIEL, ¡NO! ¡NO TE VAYAS!

Intenté liberarme de los brazos que me protegían aunque me cayera un gran trozo de cristal encima que me partiera dos, pero no podía dejar que se marchara. No ahora, tan cerca…

Gabriel, lentamente, se dio la vuelta. Me miró fijamente a los ojos. Su imagen se estaba fundiendo con el color del vacío y aun así pude verlo en su rostro. Una amplia sonrisa.

Gabriel me señaló con el dedo y gesticuló algo que no pude entender bien. Se echó a reir.

- Daiana, ahora no es el momento. Nos veremos pronto.

Aunque pareciera invisible, pude verlo. Un remolino de viento se lo llevó sin poder hacer nada. Extendí mis brazos hacia el lugar donde estaba Gabriel con la mínima esperanza de no perderle. Pero nada, fue en vano.

Entonces, un sonoro rugido inundó mis oídos.

Me desperté en la cama boca arriba, con los brazos en alto. Las lágrimas de mis ojos trataban de contenerse, intentando evitar rodar por mis mejillas. Parpadeé antes de entender realmente donde estaba. Y entonces lo oí de nuevo. Un gran rugido procedía de mi estómago.

¡Tenía mucha hambre!

Giré la cabeza hacia la derecha y entonces vi a un hombre de rasgos perfectos durmiendo plácidamente a mi lado. Mantenía su mano suavemente posada bajo mi pecho y parecía como si esbozara una sonrisa en sus labios.

- Ah… ¡Ahh! – me sobresalté y di un pequeño brinco que casi me hace caer de la cama. Mi alma todavía no había puesto los pies sobre la tierra y todavía no había recordado nada de nada. Me quedé sentada sobre la cama con la mano en la boca mirando a Keith. Las sábanas que me cubrían cayeron, dejando mi cuerpo visible. Estaba desnuda.

- ¡AAahhh! – Volví a gritar de nuevo. No podía creerlo. Mis pómulos comenzaron a arder en cuestión de segundos, bajando el calor por todo mi cuerpo recorriendo cada una de mis extremidades hasta la punta de mis dedos. Estaba más roja que un tomate.

Me cubrí el torso con la sábana de nuevo, y miré a Keith. Entonces empecé a recordar la noche: el suave tacto de su piel recorriendo mi vientre, el agradable olor de su pelo fundiéndose con el mío, su respiración en mi oído, el sabor de sus dulces labios… su cuerpo desnudo, conectando su ser conmigo...


Iba a explotar. Tantas emociones nuevas en tan poco tiempo. Solo de recordarlo, mi corazón se aceleraba hasta límites insospechados. Pero entonces… también recordé el sueño. Y recordé a Keith, protegiéndome de nuevo de todo.

Me agaché hasta su bella faz y acaricié su nariz con la mía. Entonces, me acurruqué junto a él y, desplegando unas majestuosas alas blancas, lo rodeé con ellas, ocultándonos del resto de la sala para evadirnos del mundo. De pequeña, era lo que hacía cuando lo necesitaba… pero nunca antes lo había hecho con alguien a mi lado.

Y así me quedé, mirando cómo dormía, esperando a que despertara, antes de bajar a desayunar, antes de volver a emprender el camino, antes de hacer cualquier otra cosa. Esos escasos minutos valen más que el oro de todo el mundo. Y lo sabía, lo sabía ya aun a pesar de mi joven adolescencia en un cuerpo de niña con apariencia angelical.

Amanece... La luz del sol se filtra por la ventana.
Keith, te saluda con un amago de sonrisa por la mañana, pero en cuanto dejáis el cuarto, regresa a su mutismo habitual.

Tenéis que decidir qué hacer ahora.

Antes de bajar a desayunar, lavé como pude en el baño las ropas de Keith y las dejé en la ventana para que se secaran. Me duché tranquilamente para darle tiempo al sol a que hiciera su cometido. No podía dejar que se pusiera eso sucio.

En cuanto estuvimos listos, bajamos a desayunar. Después de comer algunas galletas y un buen vaso de leche, ya era persona al cien por cien. Keith también parecía estar más despejado, aunque su rostro volvió a ser el mismo antes de lo ocurrido esa noche. Me causaba cierto desconcierto... pero supongo que tampoco podía pedir mucho más de él.

Entonces, lo pensé. Deseaba sentir por siempre la sensación de protección que me ofrecías. Pero... ¿Qué hay dentro de ti? ¿sufres?



Ya en la puerta del albergue, hacía una mañana espectacular. El sol brillaba en su máximo esplendor. Se podían ver a los pájaros cantando de aquí a allá, y la fresca hierba se veía verde, de un brillante e intenso color.

Tenía el mapa entre mis manos, viendo posibles vías hacia donde pudiera estar Gabriel. Siguiendo las indicaciones de los aldeanos del pueblo, Gabriel estaba en algún sitio hacia el norte. Tenía dos posibles vías: El camino que acababa tras varios largos días en La Brévine o el de Brot-Dessous. Opté por, según mi instinto, este primero, aunque pararía a preguntar a los transeuntes para guiarme un poco mejor, como había hecho hasta ahora.

El único problema era Keith, no sabía si quería venir conmigo. Intenté hablar con él...

- Tengo... que seguir con mi viaje. Es lo que estoy haciendo hasta ahora... - No sabía si seguir hablando o no, no comprendía qué pensaba, no sabía si era el mismo tierno Keith que el de esta noche. Estaba confusa...

- Si... decides venir conmigo, te contaré todo... ¿Quieres? - aguardando esperanzada una buena respuesta.

Keith te miró un largo rato. Fijamente. No cambió su expresión -para variar- pero parecía de verdad que estaba sopesando tu respuesta.

- No. Estoy esperando.

Keith vuelve a adoptar su rostro pétreo, inmutable. Desgarrador.
Bajas la cabeza, y vuelves a pensar en todo. Planteándote tantas cosas. Vuelves a recordar aquel sueño.

Te suena el movil. En la pantalla aparece un nombre.

"¿Mamá?"

- No. Estoy esperando.

Su pétreo rostro y su fría y tajante respuesta, sinceramente, no fue nada agradable. Una patada en el estómago hizo que me doliera mucho el abdomen. Un fuerte dolor para una joven de mi edad sin experiencia en este ámbito.

Bajé la cabeza, abatida. Prefería que no viera mi cara después de su contestación, pues estaba más que en su derecho a no venir conmigo. Al fin y al cabo, no lo conocía de nada, no podía pedirle algo de tal índole...

Aun así... no podía evitar sentirme mal. Además, soy como un libro abierto y se refleja a leguas cada uno de mis sentimientos a cada momento. Por desgracia.

Pero qué más da? Si no parece importarle.

- Bueno pues... pues... - tenía algo dentro de mí que no quería dejarme hablar con tono normal, para disimular mis emociones - yo... si estás esperando a alg... - No quería acabar la frase, dada su forma de ser, estaba segura de que no me iba a contestar. E iba a ser peor para mí su silencio.

De verdad, de verdad he estado esta noche con la misma persona?

Me giré y apreté fuertemente los ojos para evitar derramar lágrimas. ¿Acaso merecía la pena?

- Yo... esto... pues yo tengo que seguir... ha sido un... - No quería que se acabara! No podía acabar así! - placer, pero debo irme...

Por favor... No me dejes marchar sin más... - aún tenía un poco esperanza. La típica de niña adolescente que desea retener entre sus manos la felicidad infinita que algún día vivió de algún modo aunque sufra mucho después, pensando en que algún día volverán esos momentos.

La inexperiencia...

Apreté los puños y di dos decisivos pasos hacia delante dejando a Keith atrás, desgarradores como ellos solos. Entonces, sonó el móvil.

- Mamá? Ahora? Qué... qué extraño. Menudo momento.

Me guardé el móvil sin contestar. Cuando estuviera más tranquila, ya la llamaria.

No pude evitarlo, las lágrimas comenzaron a brotar. ¿Acaso mis sueños se habían burlado de mí? ¿O símplemente fue una efímera felicidad irreal?

- Que te vaya bien, Keith.