[Prólogo] No habrá muro que te confine (Aria)

Tema: [Prólogo] No habrá muro que te confine (Aria) Dom Abr 10, 2011 7:28 pm

Pequeño bosque de Keith

El sol bañaba con su cálida luz la hierba que había bajo tus pies. Tuviste que proteger tus ojos con la mano. Era una mañana soleada, los árboles se alzaban imponentes y llenos de vida a tu alrededor. Las flores parecían brillar con una intensidad casi sobrenatural. Era un día espléndido, perfecto para salir a jugar. Hoy era un día como todos los demás, pero de algún modo sentías que algo especial te iba a suceder.

- ¡Aria! – gritó tu padre, asomándose a una ventana. – No te alejes mucho, hoy vamos a ir al pueblo, tengo unas cosas que hacer allí.

Era una lástima que no pudieras pasarte toda la mañana en el pequeño bosque que había alrededor de tu casa. ¡Era una mañana realmente espléndida!

Tu padre desapareció en el interior de la casa tras dirigirte una tierna sonrisa mientras asentías.

Mientras pensabas en qué podías hacer antes de que tu padre y tú os fuerais al pueblo oíste un extraño sonido. Te giraste en todas direcciones, pero no pudiste determinar de dónde provenía ese sonido. Era una flauta, y la melodía que hacía sonar era melancólica y triste.

Estabas desconcertada, ¿quién podría tocar una melodía tan triste en medio del bosque? Diste un paso hacia delante, y luego otro más. Cuando te diste cuenta de lo que hacías estabas andando por el bosque sin un rumbo fijo. La melodía tiraba de ti como una cuerda, guiándote por lugares que recordabas con claridad de tus aventuras por el bosque. Cuando menos te lo esperabas detuviste tu marcha.

¿Era ese el lugar del que provenía la melodía? No lo sabías. Pero la flauta seguía sonando, como si su melodía surgiera de todas partes. Y entonces pudiste ver algo, una diminuta figura que revoloteaba entre los árboles. Era una mariposa, la mariposa más bonita y brillante que jamás habías visto.

Sus alas eran de un color celeste que brillaba con luz propia, y en ellas se dibujaban extrañas formas doradas. Su revoloteo hipnótico captó tu atención. Era una mariposa tan… mágica…

[Prólogo] No habrá muro que te confine (Aria) Aria2s

A la pequeña no le gustaba nada irse a comprar al pueblo. Era aburrido, todas las casas eran grises o marrones y apenas había colorido, no como en su pequeño bosque, donde cada centímetro estaba repleto de toda la gama de colores existentes. Nada le animaba a ir, pero siempre que su padre decía algo, ella obedecía. Era su padre, jamás haría nada que pudiera perjudicarla.

Entonces oyó algo que enseguida captó su atención (tampoco había que hacer algo gordo para atraerla). Una música, que la guió por el bosque. Ella se dejó llevar, siempre hacía caso a lo que primero pensara, y lo primero que se le pasó por la cabeza era que esa música tenía que ser de alguien excepcional.

Poco a poco se metía más adentro del bosquecillo, donde la hierba era más espesa y alta y le hacía cosquillas en los tobillos. Esa música la tenía embelesada…era fascinante algo que jamás había oído, porque ese bosque lo conocía bien. Entonces la vio, una magnífica mariposa azulada. Sus alas se movían rápidamente pero con gracia, con aire ceremonial.

-Halaaaa…

Aria estaba pasmada, quieta, con la boca más abierta que nunca. Al fin y al cabo, era una niña muy fácilmente impresionable, todas las primaveras se volvía a maravillar con el crecimiento de las flores. Esa mariposa le recordaba a un cuento que le contaba su padre muchas veces. En el cuento, la mariposa era una princesa que se había roto una alita y no podía volver a su castillo de nube volando. Aria se entristeció un poco al recordarlo, y enseguida decidió ayudar a la mariposa.

No dudó en perseguirla para intentar cogerla, pero era resbaladiza y ágil. Eso ponía más alegre a la niña, de por sí inquieta. Cuando pensaba que la tenía casi, la mariposa volaba más alto.

-Jiji… ¡Pero espera! ¿Dónde vas, chica?

Si alguien la pudiera ver en ese momento, vería a un espantajo dar saltos y reír de manera contagiosa persiguiendo un brillo azulado.

Claro del bosque

La mariposa te esquivaba, revoloteando grácilmente sobre tu cabeza. Cada vez que la mariposa se acercaba a ti podías oír como la melodía que escuchabas se aceleraba. La flauta se había convertido en la voz de la mariposa, que susurraba bonitas canciones en tus oídos.

Mientras dabas saltos y reías pudiste apreciar como la mariposa, mágicamente, cambiaba de color. Sus alas se oscurecieron, volviéndose de un morado oscuro. Las formas doradas perdieron su brillo metálico para pasar a la pureza del blanco, recorriendo las alas de la mariposa como si estuvieran vivas.

Era ciertamente el insecto más maravilloso que habías visto en tu vida. Y cuando te cansaste de saltar descendió para ponerse a la altura de tus ojos.

Notaste como la melodía cambiaba, convirtiéndose en el mero acompañamiento de una preciosa voz femenina que cantaba un verso.

- Perdida en el bosque la princesa, ¿encontrará el camino a su palacio?

La voz parecía provenir de todas partes al mismo tiempo, rodeándote al igual que la melodía de flauta.

- Perdida en el bosque la princesa, la luz cambiante la guiará.

El maravilloso insecto revoloteó un poco delante de ti y comenzó a alejarse, acercándose a los árboles.

- Ven, princesa, sigue las voces del bosque. Ven, princesa, deja que el viento te lleve.

La mariposa esperó paciente. ¿Te estaba esperando a ti?

La mariposa era preciosa...cuanto más correteaba Aria tras ella, más colorida se ponía. De repente empezó a hablar, con una voz tan melodiosa que hacía que fuera natural que una mariposa hablase. Aria no se asustó en absoluto, al contrario, se alegró tanto que puso una sonrisa de oreja a oreja. Se le veían todos los dientes (hasta ese colmillo de abajo que aún no le había crecido).

Parecía que se había detenido delante de sus naricitas, estaba ahí por ella, y ella estaba tan alegre que haría cualquier cosa. Esa voz celestial era más dulce que el más dulce de los pasteles que hubiera comido. Cuando oyó la palabra "princesa" y "palacio", los ojos de Aria se abrieron como platos.

-¿Princesa? Mmm... ¡vale, vamos a mi palacio!

Se dispuso a seguirla sin mirar atrás. ¿Su padre tardaría mucho en irse? Tendría tiempo de sobra antes de ir a Keith... seguro que llegarían pronto a ese palacio.

Un palacio perdido en el bosque...

Anduviste por el bosque siguiendo a la brillante mariposa, que cambiaba de color con cada nota de la flauta que sonaba en el bosque. A medida que os adentrabais en el bosque la mariposa iba cambiando de color más y más rápidamente, tiñéndose como un arcoíris cambiante.

También pudiste notar como la canción sonaba cada vez más fuerte. Aunque parecía surgir de todas partes parecía que por fin ibas a ver de dónde provenía. Apareciste en otro claro del bosquecillo, pero éste era un lugar al que nunca habías llegado. Te habías pasado mucho tiempo explorando el lugar, jugando y distrayéndote en él. Pero nunca habías podido encontrar aquel claro lleno de flores blancas.

Aunque las flores no eran lo más sorprendente, de pronto pudiste ver un montón de mariposas como la que te había llevado hasta allí. Todas cambiaban de color al son de la harmoniosa melodía, como si fueran uno solo. Los maravillosos insectos se encontraban revoloteando sobre las flores o reposando sobre éstas, formando un manto multicolor que llenaba el claro. La mariposa que te había guiado hasta el lugar pronto se perdió entre sus compañeras.

Desde que habías llegado la voz femenina que cantaba acompañada de la canción había desaparecido, pero cuando las mariposas comenzaron a volar todas al unísono la volviste a escuchar.

Las mariposas se arremolinaron a tu alrededor, y de pronto te viste en el interior de una enorme sala de un blanco inmaculado. Había a tus espaldas unas imponentes puertas con mariposas grabadas en ellas. Era un lugar desconocido, un lugar que no recordabas de nada. Pero, de algún modo, te sentiste como en casa.

La voz femenina cantó un nuevo verso.

- No habrá muro que te confine, princesa, no lo habrá. Allá donde más desees nuestro canto te llevará.

La mágica canción de las mariposas te invitaba a viajar allá donde tú más quisieras. ¿Podrían realmente llevarte por el mundo? El remolino de colores interminables te encandilaba, y la dulce melodía te transmitía una gran tranquilidad. ¿Serían esas mariposas espíritus del bosque? Nunca antes habías presenciado nada igual, ni tan bello, ni tan sobrenatural.

Aria estaba flotando entre nubes. Se sentía realmente como una princesa. Esas mariposas eran lo más bello que había visto nunca...pero también lo más raro. Parecía que la llevaban volando como los pájaros pero sin volar, la trasportaban sin tocarla... Todo aquello era tan extraño que Aria no tuvo otra que arquear las cejas.

Un sentimiento de paz y tranquilidad la invadía por estar en el bosque, entre flores, entre lo que ella amaba tanto; pero sin embargo no podía dejar de sentir un pequeño nudo en el estómago.

Las mariposas hablaron, con esa voz angelical que a ella tanto le gustaba.

-¿De verdad podéis llevarme a donde sea?

Dejó asomar la lengua entre sus labios cerrados, mirando hacia el techo de la habitación. Si la habían llevado hasta allí en su remolino de mariposas, podrían hacer lo mismo una vez más, pero en otro sitio. Se quedó pensando un momento. Siempre había habido una cosa que Aria quería por encima de cualquier cosa.

-Mmmm....¿Podéis llevarme con mi mamá?

Se sonrojó levemente, llevándose las manitas a la cara para disimular los colores que le estaban subiendo. Sabía por su padre que su mamá se había ido lejos, muy lejos, al cielo, y que no podría verla. Pero ella ansiaba tanto conocer a su mamá... y esa voz angelical de mujer le recordaba más aún que jamás podría verla.

Sala circular

Ante tu deseo las mariposas comenzaron a girar a tu alrededor más y más rápido. Sus colores cambiantes comenzaron a llenar la sala, convirtiéndola en un vórtice de luz. Notaste que comenzabas a caer, pero estabas de pie en el suelo.

Pronto comenzó a formarse lentamente un lugar a tu alrededor, como si cada mariposa formara parte de un puzle que se iba montado frente a tus ojos. Poco a poco las mariposas se fueron deteniendo en el aire, fundiéndose con la escena que te querían mostrar.

Cuando las mariposas desaparecieron de tu vista te encontrabas en una sala circular. El suelo era celeste, y las paredes blancas. Detrás de ti había una gran puerta, parecida a la que habías visto antes en la otra sala. Había unas columnas formando un círculo, en el centro del cual había un gran pedestal. Éste tenía algo escrito, pero estaba en una lengua que no conocías.

Frente a ti se alzaba una gran estatua, la de una mujer que sonreía plácidamente mientras miraba al vacío. Era una estatua de mármol, increíblemente bella. Sus largos cabellos de blanco inmaculado caían sobre sus hombros con gracia. El vestido que portaba era tan majestuoso que parecía el de una reina.

Era una estatua muy, muy, bonita. Pero no era tu madre.

Cuando te diste cuenta la canción de las mariposas se había detenido. Lo único que había en ese lugar eráis tú, la estatua, y el silencio.

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La sonrisa que provocaba el cosquilleo del aleteo de las mariposas terminó pronto, para tornarse en una cara de incógnita. Ahí estaba la niña, en un sitio que no sabía dónde era, con unas mariposas que habían desaparecido y una música que se había desvanecido en el aire. Una estatua de mármol se erguía frente a la pequeña, pero no era su madre.

Miró a todos lados, pero claramente, ahí no estaba su madre.

-¿...Mamá...? ¿Esto es el cielo?

Según lo que le había dicho su padre, el cielo eran nubes y luces del sol atravesando el cielo. Esto no eran nubes, y en el cielo había personas no estatuas.

Aria se empezó a poner muy nerviosa, empezó a temblar y a mirar de lado a lado rápidamente. Su cabeza giraba rápido, intentando encontrar algo familiar. Pero no había nada. Ya no estaba en el bosque, su padre no estaba para ayudarla.

El pánico la invadió y sus labios se abrieron dejando paso a un chillido muy fuerte y agudo, a la vez que se hacía una bola en el suelo, abrazando sus piernas y metiendo la cabeza en ellas.

Si alguien estuviera a centímetros de ella, la oiría susurrar:

-Mamá, papá, mamá, papá...

Claro del bosque

Tu grito resonó por la sala circular, rebotando entre las columnas y el techo abovedado. Pasaron varios segundos, pero el sonido de tu grito no se apagó. Siguió resonando en la sala, in capaz de salir de esta. Pronto todo comenzó a temblar, y la sala comenzó a desmoronarse.

Aquel lugar desconocido desapareció de tu vista fragmentándose como un espejo roto. De pronto el torbellino de colores volvió a rodearte, y con él aparecieron las mariposas multicolores. Comenzaron a entonar una nueva canción, mucho más grave y lenta que la anterior.

Escuchaste de nuevo aquella voz femenina, cantando tristemente.

- La princesa llora porque está atrapada. No llores, princesa, no llores.

El torbellino de colores comenzó a desvanecerse, y poco a poco el claro del bosque volvió a aparecer ante tus ojos. Te encontrabas en el mismo sitio en el que estabas antes, como si nunca te hubieses movido de allí.

Las mariposas continuaban volando a tu alrededor, pero pronto fueron alejándose, una a una. La voz femenina seguía cantando, pero cada vez sonaba más distante a tus oídos.

- No habrá muro que te confine, princesa, no lo habrá. Allá donde más desees nuestro canto te llevará. Y los vientos guiarán tu camino, y los mares aguardarán pacientes. Sólo llámanos a nosotras, tus doncellas, y las puertas se abrirán.

La voz fue apagándose poco a poco hasta que dejaste de oírla. Te encontrabas hecha un ovillo en un claro del bosque. Ahora sólo podías oír el viento entre las hojas de los árboles, y unos pasos entre la espesura.

Alguien se acercaba, y debió verte porque de pronto comenzó a avanzar más rápido, en tu dirección.

- Pequeña, ¿estás bien? ¿Qué haces aquí sola?

Era una voz masculina la que te hablaba ahora.

Offrol: He de deducir que no es mi padre el que me ha encontrado, no?

El grito de Aria, el más estruendoso que había salido nunca de su pequeño cuerpo, pareció deshacer todo su entorno. Las mariposas volvieron, y con ellas, la canción. Pero ésta era triste, apagada... Aria seguía acurrucada, sin moverse ni dejar de fijar los ojos en el suelo. Oyó de nuevo a esa voz femenina, pero esta vez se alejaba...

-N-no te vayas...

Pero dio igual, las mariposas y la música se fueron alejando, y Aria se sumió de nuevo en su pequeña burbuja. Abrazándose las piernas, permaneció en el suelo hasta que oyó a alguien que venía.

Ya no escuchaba la música, ni veía a las bellas mariposas. Estaba en su bosque, estaba en casa. Eso le dio fuerzas para levantarse, no sin un leve titubéo de sus piernecitas, y darse la vuelta.

-Perdone, creo que me perdí.

Dijo restregándose con la manita los ojos llorosos. Tenía la vista borrosa de haber tenido apretados los ojos y no podía ver bien a quien le hablaba.

Claro del bosque

Cuando te enjuagaste las lágrimas pudiste ver con claridad una figura frente a ti. Te fijaste en él, porque era un chico. Era joven, no muy alto, y desgarbado. Su cabello era claro y rizado. Llevaba ropas ligeras y algo colgado de la espalda que no pudiste llegar a ver. Era realmente bello, y no pudiste evitar perderte en sus ojos azules y profundos.

Él sonrió mientras se agachaba para ponerse a tu altura.

- No llores, pequeña. ¡Así no estás nada guapa! – dijo mientras posaba su mano sobre tu hombro.

La calidez que transmitía aquel chico te calmó en el acto. Era como… un príncipe de cuento.

- ¿Quieres que te ayude a volver a casa? Tu papá y tu mamá deben estar muy preocupados. Vives en Keith, ¿verdad? Yo voy hacia allá así que no me importa acompañarte.

Aquel extraño te ofrecía amablemente su ayuda. Se alzó y te tendió su mano.

- Ah, se me olvidaba. Mi nombre es Luther.

La presencia de aquel chico relajó muchísimo a Aria, que ahora de verdad sí se sentía una princesa de cuento.

- Yo me llamo Aria, *snif*. Sí, vivo en Keit...

Justo en ese momento la niña recordó las palabras de su padre. No se tenía que alejar mucho y se había alejado más de lo que había hecho nunca. Menos mal que Luther estaba ahí para ayudarla a salir.

- Me perdí jugando - se sonrojó mucho, se le notaba siempre que mentía, pero eso solo lo sabían las personas que la conocían mucho. No había ningún problema, porque Luther no la conocía y no sabía que en realidad no se había perdido, sino que unas mariposas le habían llevado a un lejano castillo. - Gracias por acompañarme, ya podemos irnos.

Se agarró al pantalón de Luther, no lo soltaría hasta que no llegara a casa.

- ¿Y tú qué hacías aquí?

Bosque de Keith

El joven, que parecía tener muy clara la dirección a la cual se dirigía, comenzó a andar por el bosque, contigo a su lado. Pudiste ver entonces que lo que llevaba colgado en la espalda era un instrumento, una especie de laúd. No pareció interesarse más en la razón por la cual estabas en medio del bosque.

Su rostro angelical te sonrió cuando le preguntaste.

- Yo soy un bardo. Recorro Alberia de pueblo en pueblo, contando historias y aprendiendo de mis viajes.

Las palabras de Luther te recordaron a algunas visitas que hacías al pueblo con tu padre, cuando éste tenia que hacer recados y no quería dejarte sola en casa. A veces, en la plaza, había hombres con diferentes instrumentos cantando o contando historias. Todos los niños se arremolinaban a su alrededor para escuchar los fantásticos cuentos que contaban.

Poco a poco comenzaste a notar como el bosque te era más familiar. Os estabais acercando al camino que llevaba de tu casa al pueblo. No tardaste en oír los gritos desesperados de una voz conocida.

Era tu padre, que gritaba tu nombre.

- Me parece que has estado lejos de casa durante demasiado tiempo, Aria - te dijo Luther.

Acelerasteis el ritmo, y pronto pudisteis ver a tu padre entre la espesura. Él te vio también, y vuestras miradas se cruzaron.

- ¡Aria! - gritó, entonces comenzó a correr hacia ti.

Off: Lo edito entero.

-¡¡PAPÁ!!

La niñita no pudo evitar llorar de alegría. No recordaba haber echado tanto de menos a su padre como ese día... pero... con la presencia de Luther allí, no tenía ya tanto miedo.

Le había gustado mucho hablar con él, seguro que le cantaría canciones que nunca había escuchado, e historias fascinantes que la harían volar en un mundo de fantasía.

Agarró a Luther del final de la camisa, y lo arrastró en su carrera hacia su padre. Ambos corrieron, la niña con unos pies ágiles y rápidos, el bardo, a trompicones y haciendo eses. Era complicado correr con una niña cogiéndole de la camisa...

El padre levantó a Aria y se abrazaron fuertemente, y Luther se quedó elegantemente a un lado. Tras unos segundos, carraspeó, por si se habían olvidado de su presencia.

-Oh, gracias por traer a mi hija... ¿tú eres...?

-Ah, papi -dijo Aria secándose las lágrimas -, este es Luther, mi amigo bardo. Me ha cuidado y traído hasta aquí. ¿Se puede quedar a pasar el día con nosotros? Porfi porfi... así vamos juntos los tres. ¿Vale?

-Un placer conoceros - dijo, mientras hacía una reverencia casi digna de la realeza-. Pero me temo que no puedo hacerlo...no...

-No te vayas, quédate, porfi...- Aria puso morritos, le gustaba salirse con la suya, casi siempre lo hacía, y esta vez no iba a ser menos. Su padre la miró de reojo y comenzó a reirse.

-No podría negarme a esos ojos verdes. Está bien... ¿A donde debemos ir? Les acompañaré.

-¿Y por la noche me cantarás un poco?

-Está bien, pero sólo si te portas bien. - Echó una mirada cómplice a su padre, sabía que educar a Aria debía ser complicado, y ayudaría en lo que pudiera. Al menos durante hoy.

-Decidido pues. Puedes pasar, siéntete como en casa. Saldremos en 10 minutos, tengo que ir a comprar al pueblo.

Casa del bosque

Luther entró contigo en vuestra casa. Era pequeña pero acogedora. Siempre la habías recordado igual, a tu padre no le gustaba cambiar las cosas de sitio. Notasteis entonces la embriagante fragancia floral que llenaba la casa. Tu padre decía que así era como olía tu madre. Nunca la habías visto, pero aquel olor te resultaba siempre tan familiar que sentías que tu madre nunca se había ido, que siempre estaba allí contigo.

Cuando miraste el angelical rostro de Luther viste como fruncía un poco el ceño. Pareció extrañarse por ese olor. “Quizá también le recuerda a alguien” pensaste. El bardo observó con curiosidad el interior de tu casa, pero no tocó nada. Al acabar su pequeña inspección del lugar volvió a hablar.

- Dime, Aria. ¿Tú conoces alguna historia o algún cuento sobre los bosques de Alberia? – su radiante sonrisa casi te hipnotizaba – Yo conozco muchas, y tenía pensado contar una muy especial. Cuando lleguemos a Keith, por supuesto. ¿Querrás escucharme? Siempre vienen un montón de niños y adultos a escuchar.

Los ojos se le pusieron como platos.

-¿¿Que si quiero?? ¡¡Claro que sí!! ¡¡Claro que iré!! Porque iremos, ¿no, papi? ¡¡Porfi porfi!! ¡¡Venga, vámonos ya!!

Agarró a su padre por la manga y lo arrastró a la puerta, mientras sonreía de oreja a oreja a su amigo bardo.

-Esta niña...Si te parece bien, Luther, nos vamos ya.

Aria cogió su pequeño bolsito, lleno de retales de ropa que usaba para cualquier cosa, y se puso su mejor diadema. Tenía una decoración austera pero linda, eran unas dos mariposas blancas con las alas desplegadas, a la altura de ambas orejas.

Antes de salir de la casa, inspiró de nuevo el olor de flores, y mandó un beso al aire. Siempre lo hacía al salir de casa, darle un beso a su mamá.

Calles de Keith

El camino hacia el pueblo fue bastante ameno. Tu padre y Luther parecieron conectar muy bien, y en poco tiempo estuvieron hablando de todo tipo de cosas de adultos, como si fueran amigos de toda la vida. Por lo que pudiste descubrir de su conversación, Luther era un bardo de Lillium. ¡Uno de esos prestigiosos bardos que recorrían Alberia contando sus historias y tradiciones!

Pronto os visteis envueltos en el bullicio del pequeño pero animado pueblo. Todo el mundo os miraba a vuestro paso. Y es que el atractivo de Luther llamaba a la atención de cualquiera. Él iba sonriendo y saludando a la gente, como si se encontrara en su propio hogar.

Entonces os detuvisteis en medio de una bifurcación. Allí tu padre se pronunció.

- Parece ser, Luther, que aquí nuestros caminos se separan. Tengo que ir en aquella dirección a hacer unos recados – señaló hacia la calle que iba hacia la derecha – La plaza está en esa otra dirección – indicó mientras señalaba al lado izquierdo.

Luego te miró y se agachó para darte un fuerte abrazo.

- Antes me has asustado mucho, Aria – sonrió – Tengo un montón de aburridas tareas por hacer, y estoy seguro de que te apetecerá más acompañar a Luther a la plaza a escuchar sus historias junto a los otros niños que venir conmigo.

¡Guao! Tu padre parecía confiar realmente en aquel bardo. Bueno, él te había rescatado en el bosque y te había llevado de vuelta con él. ¡Y era un bardo de Lillium! Además, en Keith nunca pasaba nada interesante, y mucha gente se conocía allí. Visto de este modo no era extraño que tu padre te dejase ir un poco a tu aire por el pueblo.

- ¿Qué me dices? – preguntó finalmente tu padre.

Las emociones de Aria siempre se podían leer en su cara, como si fuera un libro abierto. No podía mentirle a su padre, que tanto la conocía, así que no se molestó en intentar decir nada contrario a sus sentimientos.

- Gracias papá - esbozó una gran gran sonrisa, su padre rió con ganas, sabía lo que iba a elegir antes siquiera de preguntárselo a su hija. - No te preocupes, me portaré bien, no me voy a separar de Luther.

Se sonrojó un poco. Sentía muchas cosas por su amigo bardo, admiración, amistad, fraternidad.... No sabía bien, pero lo veía como un hermano mayor al que quería un montón... o quizá sería el tipo de sentimiento que tenían las mamás hacia los papás, aunque era muy pequeña para saberlo con certeza. Simplemente, se dejaba llevar. Estaba viviendo un cuento de hadas.

Se separaron de su padre, y fueron camino de la plaza. Aria se iba maravillando cada vez más de lo que veían sus ojos, tanto de las calles como de lo que le contaba su querido Luther.

- Luther....mmm... ¿tú eres mi amigo no? Algún día... ¿algún día me llevarás contigo en tus viajes como bardo? ¡Quiero ver el mundo!

Plaza de Keith

- ¡Por supuesto que sí! – respondió Luther animadamente – Me encantaría llevarte de viaje conmigo, pero para eso tendremos que esperar unos años, ¿no? Todavía eres pequeña, sería un duro viaje para ti. ¡Y no quiero que te pase nada! ¡Tu padre me mataría!

Acto seguido el joven bardo comenzó a reír. Sin daros cuenta, hablando de todo tipo de cosas, llegasteis hasta la plaza. En ella había más gritos de lo normal, gritos de niños.

Luther y tú pudisteis escuchar como muchos de los niños de la plaza se arremolinaban alrededor de algo y gritaban “¡Pelea, pelea, pelea!”. Luther comenzó a dar grandes pasos hacia aquel lugar, tú le seguiste de cerca. Visteis entonces como dos niños se estaban peleando. Uno era el típico matón del pueblo y el otro niño, que se defendía muy bien con los puños, era un completo desconocido para ti. Se habían pegado los dos niños algunos puñetazos, pero sólo al matón le caía un hilillo de sangre de la nariz.

Entre todos los niños que allí había reunidos viste un poco más allá a una pareja que te llamó la atención. Eran un niño y una niña. Al niño lo habías visto algunas veces, llevaba consigo un enorme libro y un peluche de pingüino. Era más o menos de tu edad. La niña en cambio era un poco más mayor, tenía un brillante cabello castaño recogido en dos coletas, y un par de ojos verdes y penetrantes. Te diste cuenta entonces de que aquella niña te miraba fijamente, y cuando vuestras miradas se entrecruzaron ella sonrió.

- ¡Basta ya! ¿Qué se supone que estáis haciendo? Dos niños como vosotros no deberían pelearse.

El joven bardo con su imponente presencia detuvo la pelea. Todo el mundo se quedó entonces en silencio. El matón miró durante unos instantes al bardo, aguantándole la mirada, para luego irse poco dignamente, enfurruñado. El niño desconocido que le había dado una soberana paliza parecía indemne, puso las manos en los bolsillos y se alejó también del lugar.

El resto de niños y niñas reconoció entonces la figura de Luther, y se abalanzaron hacia él para pedirle que contara una historia. Parecía tener cierta fama entre los más jóvenes. Y en medio de la confusión viste como la niña de ojos verdes, junto al niño que conocías de vista, se acercaba a ti.

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