[Prólogo] Los niños de Keith (Alma)

Plaza de Keith

Aquel no era un día como cualquier otro. Normalmente Gavin no te dejaba ir a ningún sitio. Era como un padre muy sobreprotector con su hija. Jamás de te dejaba sola, iba contigo a todas partes. Normalmente tenías que quedarte en la compañía de mercenarios mientras algún compañero suyo te vigilaba.

Parecía ser que había cambiado de planes. Ahora quería que jugases con los otros niños del pueblo. Seguramente había cedido a las charlas que le daba Dereck, uno de sus hombres, sobre la importancia de que los niños salgan al aire libre y se diviertan.

Estabais allí, de pie en la plaza, esperando a que algo sucediese o a que alguien dijese algo. Finalmente Gavin se pronunció.

- Vamos, Alma. Seguro que te morías de ganas por jugar con los demás niños. Pero no te alejes mucho, yo estaré aquí.

Gavin sonaba raro, incluso forzado. Parecía estar haciendo un esfuerzo para que te pudieses integrar en la comunidad de niños de Keith.

Los más pequeños habitantes de Keith iban y venían por las calles que daban a la plaza. Algunos traían pelotas u otros juguetes. Y los padres, siempre vigilantes, repartidos por la plaza vigilando a sus hijos y gritándoles que no hicieran aquella tontería que se disponían a hacer.

Keith era un pueblo bastante normal, pero era bastante diferente del templo de sanación en el que habías vivido años atrás. Ahora era el momento de integrarse, y jugar con los otros niños quizá.

Callejón de Keith

Habías corrido tanto y sin mirar por dónde ibas que acabaste en un callejón sin salida. Llorosa y exhausta te arrastraste hacia el fondo y te sentaste de espalda a la pared. El lugar estaba iluminado, no se asemejaba a los oscuros tintes que llenaban la ciudad por la noche. Al contrario, era una mañana soleada, y algunos rayos de sol se colaban entre los edificios que te rodeaban, reconfortándote con su calor.

Allí aguardaste durante unos minutos, sin saber qué hacer ni a dónde ir. Te sentías apática, y aún te dolía el pecho. Agachaste la cabeza mientras escuchabas el silenciado bullicio que provenía de la plaza de Keith, de dónde habías salido corriendo. De pronto una voz aflautada pero muy masculina te sorprendió.

- Parece usted dolida.

Examinaste cuidadosamente el callejón con la mirada, pero no pudiste ver a nadie.

- Las damas no deben mostrarse tan... débiles. ¿Sabe usted? ¿Es que acaso no le queda nada de orgullo? Mire esas lágrimas...

Callejón de Keith

- ¿Cobardica ha dicho usted? – aquella vocecita sonó realmente indignada - ¡Valiente soldado para usted, niña!

Seguiste mirando a todos lados, sin ver nada extraño.

- ¡EJEM!

Miraste entonces a tus pies, y allí viste a una diminuta figura. Parecía un hombrecillo en miniatura, de piel blanca y brillante. Vestía con unas ropas extrañas, pero muy elegantes, de color azul muy claro, decoradas con hilo plateado. Llevaba también un extraño sombrero. Nunca antes habías visto unas ropas así, ¡ni mucho menos un ser tan diminuto y extraño! De la espalda del hombrecillo brotaban unas pequeñas alas de cristal que se asemejaban a aletas de pez, y desprendían un halo de gélido polvo blanco. Parecía una especie de… ¿hada?

Aquellas alitas comenzaron a batirse a gran velocidad, y el ser se elevó en el aire hasta quedar frente a tu rostro.

- ¡Guarde ese ridículo cuchillo! ¿Es que acaso soy un enemigo? – aquel hombrecito pensó durante unos instantes – No estará usted de parte de los ígneos, ¿verdad? … No, no creo. Tan solo es usted una niña.

No entendiste aquello último. Aquella voz firme pero aflautada te recordaba a tu estricto tutor, Gavin. Se asemejaba a la voz de un líder, de un guerrero.

- ¿Ya se ha calmado? – puso los brazos en jarras – No debe llorar usted por las nimiedades de la vida cotidiana.

Callejón de Keith

Tus risas no parecieron agradar a aquel pequeño personaje. Apretó los puños y se cruzó de brazos, enfadado.

- Ya, ya… un placer… - dijo después de que te presentaras, todavía ofendido – Mi nombre por desgracia es algo que no le puedo proporcionar, pero puede usted llamarme Comodoro.

Pasaron unos segundos. ¿Y bien?

- Oh – comenzó de nuevo el hombrecillo – Seguramente se preguntará usted por qué he aparecido de la nada, justo aquí, para sorprenderla en su llanto. Verá, soy un humilde servidor de una señora que vive muy lejos de aquí. He venido en una misión especial para encontrar a alguien concreto. Me he acercado a usted simplemente porque… creo que podría ayudarme. La gente como usted tiene una mayor afinidad por ese alguien a quien busco. Ustedes dos comparten un gran… - Comodoro pareció dudar durante unos instantes – un gran poder.

No sabías si habías entendido aquello.

- No nos vayamos por las ramas. Necesito ayuda, y creo que usted me la puede proporcionar. Dígame, ¿podría ayudar a un humilde siervo como yo a llevar a cabo su misión? Le prometo que luego no le pediré nada más.

A aquel pequeño ser parecía costarle pedir ayuda. Había pronunciado todas y cada una de aquellas palabras de una manera un tanto forzada.

Calles de Keith

- Verá usted - comenzó el pequeño Comodoro - es muy simple lo que tiene que hacer. Después de ayudarme seguro que llegamos a una profunda conversación sobre la naturaleza de mi ser. Pero ahora mismo necesito que se concentre. Espero que conozca mínimamente a las gentes de este pueblo.

Acto seguido, Comodoro con sus revoloteantes alas, se acercó a ti y posó sus diminutas manos sobre tu frente.

- Cierre los ojos y deje que mi esencia pase a través de usted. Verá entonces el objetivo de mi misión.

Siguiéndole la corriente al pequeño Comodoro cerraste los ojos. Estabas convencida de que no iba a pasar nada espectacular, pero entonces algo se encendió en tu interior. Sentiste aquel callejón como un espacio oscuro sin formas definidas. Ahí en medio había dos puntos brillantes. Uno eras tú, podías sentirte a ti misma en aquel lugar. Brillabas con una gran intensidad, bañando el vacío espacio con una densa luz blanca. Frente a la luz que te representaba había una pequeña lucecita azul que brillaba con una intensidad aún mayor, pero de algún modo notaste que estaba incompleta, como si le faltara algo muy importante que todo el mundo tiene pero que ésta luz no poseía. ¿Sería Comodoro?

Un flujo de imagenes comenzó a llenar aquel espacio vacío, imprimiendo en tu mente secuencias mudas pero a todo color. Viste a un hombre que vagaba por una montaña helada, viste a una preciosa mujer de piel pálida rodeada de libros, y viste a un pequeño bebé que era dejado por su triste madre en un pueblo lejano. Tu mente se iluminó entonces con la imagen de alguien. Era un niño al que recordabas haber visto alguna vez por Keith, pero nunca habías establecido el menor contacto con él.

- ¿La ha visto, pequeña? ¿Ha logrado vislumbrar mi visión?

Asentiste, algo afectada por aquel extraño suceso.

- ¿Dónde puedo encontrarle? - la cantarina voz de Comodoro se había tornado un tanto desesperada.

Sabías perfectamente dónde se reunían los niños de Keith, pero no sabías si querías si querías ir. Te acababas de marchar llorando de la plaza, y ahora la misión de Comodoro te instaba a volver allí.

El pequeño ser te miró con insistencia, esperaba que le acompañaras hasta su destino.

La pequeña Alma observó con asombro lo que le mostraba el pequeño individuo, era una sensación extraña, completamente nueva para ella, pero a su vez tenía algo de familiar.

Un niño, eso e slo que necesitaba encontrar el insólito nuevo amigo de Alma, porque ahora que había depositado su confianza en la niña eran amigos, algo que Alma necesitaba verdaderamente en su vida encerrada en la casa de mercenarios de Gavin. Allí no tenía a nadie, Antoin ya no estaba y Palin había marchado de nuevo hacía el templo. Gavin era cariñoso y amable pero no era como Antoin, nunca lo sería, además no era su amigo, era más bien un padre. Aidan no era su amigo, lo odiaba, no podía soportarlo. Aunque el odio venido de las palabras de un niño, niña en este caso no tienen tanto poder como las de un adulto y no suele ser nada más allá de lo anecdótico.

El muchacho que buscaba Comodoro era muy probable que se encontrara en la plaza, no eran amigos, tampoco se conocían en realidad. La verdad es que no le apetecía demasiado volver allí, y mucho menos tener que ver a Aidan... ¿por qué la había defendido? Aquello molestaba aún más a la pequeña Alma... Pero acababa de hace run nueov amigo así que no quería decepcionarle, además Alma no era una cobardica, era valiente y se enfrentaría a sus miedos.

-¡Guao! Eso que has hecho mola un montón Comi, ¿puedo llamarte Comi verdad? Ahora somos amigos -dijo alegremente-. Vamos ¡, se donde está el niño que buscas, lo he visto alguna vez aunque no somos amigos... La verdad es que no conozco a nadie en este pueblo... -eso último lo dijo con cierto aire triste.

Calles de Keith

Comodoro hizo una mueca cuando abreviaste su nombre, pero pareció no querer darle mucha importancia. Para pasar desapercibido se escondió en uno de tus bolsillos, y dejó que lo transportaras por Keith en dirección a la plaza.

Cuando llegaste todavía había un montón de niños, pero ya no estaban jugando. Buscaste con la mirada, pero no reconociste el rostro de Aidan en ninguno de los presentes. Parecía ser que había llegado algún tipo de personaje famoso, porque todos los pequeños se arremolinaban alrededor de alguien, gritando de alegría.

Un poco apartados de la congregación de niños había tres figuras. Dos niñas y un niño. A una de las niñas la habías visto alguna vez, pero por lo que sabías vivía en las afueras del pueblo. La otra niña era guapísima, y tenía una presencia realmente imponente, pero esa sí que no te sonaba de nada. Por último, el niño que tan familiar te había resultado.


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