[Prologo]Los problemas de cada día(Seraphim)

Brooklyn

Un mundo sumido en el caos se hallaba ante ti. La mayoría de edificios estaban en ruinas. Los demás estaban derruidos. El asfalto estaba agrietado y habían unos cuantos coches destrozados.
Habías procurado bien evitar la zona de las máquinas.

A lo largo del día no habías visto nada excepcionalmente peligroso. Tan solo unos pocos zombis dispersos. No tuviste problema alguno para eliminarlos, pero no encontraste a ningún superviviente.

El cielo se volvía anaranjado, muestra de que ya estaba anocheciendo. Frente a ti todo parecía completamente desolado, pero quien sabe que podía estar ocurriendo por ahí. Cuanto mas tranquila parece una zona, mas peligrosa puede ser.

Tira Advertir

Seraphim Falls

Camino, camino y camino, eso era lo único que veía. Eso... junto a el terrible paisaje que había a su alrededor. Una ciudad caída en desgracia por culpa de los demonios que ahora caminaban entre nosotros.

- Teníais razón ¡Oh Señor! - hable hacia el Cielo. - Tu... que todo lo sabes, nos lo adelantaste en las Sagradas Escrituras. Y el mundo, cual borrego, hizo caso omiso a Tu advertencia... Te pido perdón por mi ignorancia, la cual no conoce límites. - acabe diciendo humillándome ante Él.

Tras acabar mi oración, seguí caminando, nada, un silencio sepulcral.

- Parece ser que en esta tierra ya no queda nada vivo... ni muerto. - dije apenado.

Pero un sonido hueco me sacó de mi penuria. Miré de donde procedía. Provenía de una casa en buen estado, el motivo eran varias seres, aberraciones de la misma vida que golpeaban la puerta como autómatas.

- Quizás.. allí hayan supervivientes. - me dije a mi mismo.

Estaban allí, haciendo lo mismo una y otra vez, así que aproveche el momento para atacarles por sorpresa y destruirlos. Era lo mínimo que podía hacer por aquellos que antes eran mis hermanos.

- No os preocupéis hermanos caídos... pronto se hará el silencio para vosotros... - dije en silencio.

Una vez termine de orar, fui tras ellos en silencio, nunca se enterarían de quien ha acabado con sus miserables vidas...

Los mutantes no se dan cuenta en ningún momento de tu presencia, hecho que aprovechas para intentar asesinar al que no estaba ocupado golpeando la puerta. Le tapaste su pétrea boca con tu mano e intentaste atravesar su cabeza con el Clavo de Helena, pero tu ataqué falló y el mutante se zafó.

-Grrrrr... ¡Matar!

Los dos mutantes dejaron de golpear la puerta y fueron hacia ti, mientras el otro se quedó tras ellos. Intercambiaste golpes con estos. Conseguiste incrustar el Clavo de Helena en la cabeza de uno, pero resistió como si nada hubiera pasado. El que parecía el líder empezó a golpear la puerta.

El combate se alargó. Cuando acabaste con el primero, se puso el Sol. El clavo de Helena hizo que la sangre purpúrea del otro empezara a brotar. Pero el líder rompió la puerta. Dentro de la casa se oyó el ruido de diversas personas...

-¡Huid! ¡Deprisa!-conseguiste decir antes de perder el control.

Saltaste contra el líder y le cortaste la cabeza con un solo golpe. La sangre bañó la entrada, y los gritos se repitieron. Te giraste y acabaste la faena con cuatro golpes.

Entonces lanzaste la mirada contra ellos. Viste que estaban aterrados. Tal vez por ello te calmaste. Tu vista se nublaba y, antes de desvanecerte, te hicieron pasar.

Cuando te despertaste, estabas en una cama enorme. En ella habían un niño, una niña y una mujer durmiendo. En el pasillo había alguien.

El combate duró más de lo que creía, su pétrea piel y su aguante inhumano hizo que necesitara mucho tiempo en acabar con ellos.

Ni los certeros golpes a sus cabeza eran suficiente a veces...

Con algo de tiempo, logré acabar con uno, fue justo entonces cuando el que parecía ser el líder... derribó la puerta. Allí pude ver a varias personas y... antes de perder el control, le rogué que huyeran y se cobijaran.

- ¡Huid! ¡Deprisa! - les supliqué.

A partir de entonces... todo se nublo, perdí la noción del tiempo.

Desperté en una cama, a y mi lado habían dos niños y una señora.

- ¡Ah! - expresé mientras me despertaba sobresaltado.

Intenté orientarme, y al ver quien estaba a mi alrededor pregunté.

- ¿Do... dónde estoy? - pregunté confuso.

Me explicaron lo que había pasado ayer, y lo entendí, había perdido el control... otra vez...

- ¿He hecho daño a alguien de vosotros? - dije mientras me levantaba de la cama.

Solo esperaba que la respuesta fuese negativa.

- Gracias a Dios. - dije aliviado al decirme que no. - Decidme... ¿Quiénes sois y que hacéis aquí? - acabe diciendo mientras me ponía mi sotana.

Intentaba averiguar cosas antes de partir.

Fue el hombre quien respondió.

-Nosotros somos simples supervivientes... Sobrevivimos como podemos al apocalipsis que se nos ha venido encima. Normalmente solo nos atacan los hombres podridos, y pocos cada vez, así que con la pistola y una tienda de municiones cercana podemos aguantar-te enseña una pistola, con el mango bastante gastado por el sudor-. Pero contra criaturas como esas... Simplemente rezamos para que no se den cuenta de que estamos aquí, pues las balas no les hacen nada. Hemos tenido mucha suerte de que usted estuviera por aquí.

Eran supervivientes de esta época oscura. Me comentó que los zombis eran los que solían atacar, pero que era muy extraño que lo hicieran los mutados.

- Comprendo... - dije asintiendo a sus palabras. - De modo que es muy raro que esos mutantes vengan por esta zona... ¿No? - acabe preguntando.

- ¿Sabéis si hay más supervivientes en esta zona... o sois los únicos? - pregunte con algo de esperanza.

Le pregunte cuantos eran en la casa, si los supervivientes estaban muy alejados. De donde sacaban los alimentos, si eran atacados muchas veces y así un sin fin más de preguntas.

- Disculpe... ¿podría darme un momento de intimidad? Me gustaría orar a nuestro Señor Jesucristo... he de limpiar mis pecados... - acabe diciendo.

Una vez salieron de la habitación, desenvaine mis armas y me hacía cortes con ella en mi cuerpo. Intentaba que la sangre impura saliese de mi interior para purificarme.

- Ante Ti me humillo. ¡Oh Señor! Mi sangre es marchita, más la Tuya bendita. Sed pues generoso y dadme de beber el vino Tu ser. - oraba mientras me flagelaba el cuerpo. - Amén. - acabe diciendo.

Tras una hora, salí de la habitación agotado físicamente, pero renovado espiritualmente y pedí al hombre amablemente si podría ir al baño para lavarme, poder quitarme las manchas de mi sangre y la de los demonios era una gran necesidad para mi en estos momentos.

Luego baje a ver el lugar y a los residentes de la casa.

-Así es.-te respondió.

Cuando les hiciste la última pregunta, se miraron entre ellos un momento.

-Somos los únicos supervivientes por aquí. O al menos eso creemos. A parte de nosotros cuatro no hay nadie mas. Tenemos un pequeño huerto en la parte trasera, y tenemos cerca una tienda de conservas a la que vamos cuando no hay movimiento. No nos suelen atacar.

Siguió contestando tus preguntas a medida que las hacías. Cuando pediste intimidad asintieron y te dejaron a solas. Una vez saliste vieron tus heridas, y todos te miraron con una mueca a medio camino entre la sorpresa y el miedo. El hombre te indicó donde estaba el baño.

Habiendo acabado de limpiarte, saliste a ver la casa. Las paredes estaban descoloridas, y alguna tenía una grieta. Era evidente que las labores de mantenimiento no eran la mayor prioridad de aquella familia. Habían un par de puertas tapiadas que antes debían corresponder a algunas habitaciones. También estaba la puerta de la habitación en la que despertaste. Tras bajar por las escaleras llegaste a la entrada, donde permanecía las manchas de la sangre purpura del mutante. Entonces oíste como hombre te llamó desde la sala de estar para que fueras a almorzar con ellos.

Al parecer no habían mas habitantes en los alrededores.

- Vaya, es una lástima. Acógelos en Tu gloria... ¡Oh Señor! - dije a modo de oración.

El que parecía ser el patriarca de esta improvisada familia me pidió amablemente el sentarme junto a ellos para comer, un gesto que no negué.

- Muchas gracias hermano, será un honor compartir vuestra comida. - dije sonriendo amablemente.

Tras eso, intenté mantener una conversación.

- Recordad hermanos míos, que esto no es el fin. Cobijaos en el seno del Señor y no temáis, pues Él proveerá... - dije orando.

Mi intención era que no tuvieran miedo y no perdiesen la fe en el Señor. Una vez vino la comida, pedí a todos que se cogieran las manos los unos a los otros y orásemos por los alimentos que íbamos a comer.

-Él proveerá...-repitieron.

La mujer trajo la comida y, tal como pediste, juntaron las manos para rezar por los alimentos que ibais a comer. Cuando terminasteis la oración, los niños empezaron a comer, seguidos por el hombre y la mujer. El hombre cogió un trozo de pan duro y te miró para luego decirte:

-Decías que tenías un orfanato, ¿no?

Era evidente a donde llevaba aquella pregunta. Los niños no se parecían demasiado a aquella pareja, por lo que se veía que difícilmente aquella pareja eran sus padres biológicos.

Seraphim Falls

Como me temía, todos estos niños son huérfanos. No tardó en salir el tema de mi orfanato, a lo cuál yo atendía a lo que me decía.

- Sí, estos niños estarán mejor allí que aquí. Allí tenemos comida, un lugar "seguro", un refugio en caso de emergencia y hasta un lugar donde los niños pueden jugar... - dije intentando dejarles claro que el sitio era seguro. - Y si fuera poco, tengo dos monjas que son unas santas, profesoras y... asesinas cuando hay que serlo. - dije en un tono más sombrío.

El hombre asintió, y me dio su permiso para llevármelos. Tras una larga despedida entre lloros y demás emociones, partimos a hacia lo que iba ser sus nuevo hogar.

Tras varias horas de viaje llegamos al orfanato. Como era de costumbre, los niños se alegraban al verme al igual que las monjas.

- Hermana Flanya, hermana Fawn, que placer volver a veros. ¿Decidme, se han portado bien los niños? - hice un gesto de asentamiento al oír la respuesta de las hermanas. - Eso me llena de dicha. - dije sonriendo con los ojos cerrados como de costumbre.

- Bueno niños, aquí os traigo más hermanitos, nuestra familia aumenta por momentos, espero que los améis tanto como el Señor y yo os amamos a ustedes. - dije cálidamente.

Una vez los hube presentado, los deje en el pequeño parque que había al lado de la iglesia para que se conocieran jugando, como cualquier niño hace. Me acerqué a las hermanas para hablar con ellas.

- Lo siento hijas mías, sé que es difícil cuidar de tantos niños siendo solamente dos, pero es que no confío en nadie más que en vosotras. - dije sincero. - Mi estancia aquí es sólo pasajera, he de seguir mi camino hasta ver si hay civilización, donde estuve hace unas horas... no había... - dije algo apenado.

Como de costumbre, las hermanas me apoyaron y no rechistaron nada de lo que les pedía, no lo hacían por un favor que me debieran al salvarlas, o porque me vieran como un padre, sino porque me veían como el Ángel... el Ángel de la Muerte que Dios ha enviado para limpiar el mundo de los seres inmundos que querían hacer de la tierra su morada... y así era.

Flanya y Fawn fueron unas niñas que encontré en una mansión. Parecían ser de clase alta. Ambas, cogidas de la mano y llorando no sabían lo que les ocurría a sus padres que estaban a punto de devorarlas... hasta que aparecí yo. Aunque esto es otra historia que no interesa en estos momentos.

- Bueno hijas mías, he de irme, gracias por todo lo que hacéis por estos niños. - dije dándoles un beso en la frente a cada una.

Después me acerqué al parque a hablar con los niños. Como era costumbre antes de irme, hacíamos un círculo cogidos de la mano y orábamos al cielo. Tras eso, nos abrazábamos todos y se despedían de mí.

- Amén. - dije para finalizar la oración. - De acuerdo niños, me tengo que ir, así que sed buenos y haced todo lo que las hermanas os dicen ¿de acuerdo? - había dicho sonriendo al escuchar al unísono el síííííííííííííí de todos ellos antes de que pudiera acabar la oración.

Y como siempre hacía, me aleje de ellos sin mirar atrás, no quería que viesen que incluso yo... lloraba tras abandonarlos...

Manhattan

El sol estaba ya muy bajo cuando llegaste a la isla. Tuviste que cruzar una zona en la que habías visto vampiros varias veces, y la mayoría de estas habías dado buena cuenta de ellos. Pero aquella no era una ocasión, pues de día los vampiros no hacen nada. Cruzaste el puente de Brooklyn, con la suerte de que cuando lo hiciste no había viento.

Avanzaste por las calles, buscando y buscando, y encontraste un grupo de cuatro personas en la acera, alrededor de un fuego que habían encendido. Desde lejos, pudiste ver que uno tenía en la espalda lo que parecía ser una ballesta. Te acercaste sigilosamente a ellos, oculto para que no te vieran. Cuando estuviste lo bastante cerca para oirlos, escuchaste algo muy interesante.

-¿Y ya nos querrán en la colonia?-dijo uno.

-Por supuesto. Cuantos mas sean, mas probabilidades tendrán de sobrevivir-contestó otro, el cual llevaba una pistola en el cinto.

-Sobretodo si cuentan conmigo-añadió el hombre de la ballesta, el cual parecía el mas viejo de todos, tras lo cual todos se echaron a reir.

Te diste cuenta de que tenían algo en el fuego, que seguramente estaban cocinando para cenar.

Había traspasado el lugar donde en el pasado veía a varios vampiros. Mientras caminaba, vi a lo lejos una hoguera que me llamó la atención. En dicho lugar habían cuatro hombres armados que mantenían una conversación bastante curiosa...

- Así que las colonias existen... interesante. - dije para mi mismo en voz baja.

Me quedé en el mismo lugar, oculto, escuchando y esperando cualquier cosa que pudiera ocurrir.

Mientras hablaban, el sol se había puesto.

-Bueno, dejaos ya de tonterías-dijo el de la pistola-, es hora de cenar. Y tú-dijo mirando allí donde estabas-, si, las colonias existen. Ven aquí. Y si tienes hambre, coge un plato, sin miedo. Todavía no mordemos.

Los demás le miraron extrañado y luego giraron la cabeza para mirar allí donde se suponía que estabas escondido.

Impresionante, no sólo me habían escuchado, sino que también habían localizado mi posición. O Dios estaba con ellos, o realmente eran a tomar en cuenta.

Curiosamente, no me habían apuntado ni nada, sino que me habían invitado a cenar, algo inaudito en los tiempos que corren...

Simplemente releve mi posición y me acerqué con las manos en alto mostrando paz. Además, tenía hambre y sería una falta de respeto no aceptar su invitación.

- Vaya vaya, tenéis buen oído. - dije impresionado mientras me acercaba a ellos y me sentaba junto al fuego. - Muy pocas veces veo a humanos caminar a la interperie, y más cuando el Sol oculta su luz... - dije mientras miraba el fuego fijamente y acercaba mis manos a ella.

Fuera lo que fuera, lo comería gustosamente, salvo si fuera carne humana por supuesto...

- No está nada mal. - dije mientras daba un bocado a aquello que me ofrecieron. - Por cierto... ¿Es cierto eso que habéis dicho? Había oído hablar de eso, pero no pensaba que existieran la verdad. ¿Sabéis dónde se encuentra?- dije para ver si soltaban algo de prenda.

Pasase lo que pasase, estaba siempre alerta, tanto a ellos, como a los Homminis Nocturna...

-En realidad hoy dormimos en esa casa-dijo el hombre de la ballesta señalando detrás suyo-, pero no nos arriesgamos a encender un fuego dentro por si la incendiamos. No nos da miedo que sea de noche, pues los vampiros están al otro lado del puente, y de noche sopla el viento sobre el río. Eso no los matará, pero si caen mal, el agua sería como el duro hormigón.

Te pasaron un plato de alubias de lata.

-Si, hay colonias. La colonia a la cual nos dirigimos está en el Bronx, o al menos eso creemos.

Seguisteis hablando un rato. No parecían malas personas. Te enteraste de que Rusty, el de la ballesta, había servido en el ejército.

-Matar a personas por gente que no ha hecho una mierda por mi no es mi estilo-esas fueron sus palabras para describirlo.

Pero de repente, escuchasteis algo raro, que pronto identificasteis.

-Muertos que caminan...

Era un grupo lo bastante grande como para ponertelo difícil, pero no estabas solo. Eran unos diez, y estaban acercandose. John, el de la pistola, y Rusty se quedaron allí, mientras que Aaron y Roger entraron dentro para coger sus armas.

-Será mejor que tu también entres a por armas, cuantos mas seamos, antes acabaremos.

La noche pasaba y todo estaba en calma. Todos manteníamos una conversación agradable en cierto modo, hasta que...

Un ruido nos saco de la tranquilidad de la noche. Observamos y vimos a varios caminantes nocturnos, aproximadamente 10. Un número pequeño realmente.

Dos de los cuatro hombres que estaban allí se acercaron a una casa a coger armas, los otros dos se quedaron fuera.

- El señor es mi pastor, nada me falta, aunque camine por el valle de las sombras, ningún mal he de temer, pues sé que Tú andas conmigo... Amén. - oré antes de ir a por ellos.

- Cubrídme, voy a por ellos. - dije mientras me alejaba.

Me fui acercando poco a poco, escondiéndome por donde podía, aprovechando que mis compañeros hacían ruido con sus armas.

Tenía que destruir al mal, y eso iba a hacer....

Te acercabas a los zombis, y antes de darte cuenta, el cañón de la pistola soltaba una nube de pólvora, atravesando la bala la cabeza de unos muertos. Inmediatamente después una flecha había atravesado la cabeza del otro.

Una segunda bala atravesó la cabeza de otro zombi, y tus armas pusieron fin a la no vida de otros dos. Los zombis se volvieron hacia ti, e intentaron clavarte una dentellada cada uno, pero los esquivaste sin dificultades. Otra bala atravesaba una cabeza, y tu destrozabas otras dos. Una última bala y una última flecha remataban la faena.

Cuando giraste la cabeza, de la casa salían Aaron y Roger, uno con una escopeta y el otro con un subfusil. Cuando estos ven como está la cosa, bajan las armas y resoplan.

Uno tras otro caían como hojas marchitas de un viejo árbol. Ya fuera por las armas creadas por los hombres, o por mi mano.

No llevo más que unos minutos, tal vez no tanto. Incluso Aaron y Roger parecían decepcionados al no poder haber acabado con alguno de ellos...

- Lucháis bien. - dije contento.

Tras la calma y pasar una noche tranquila, les pregunté si iban a partir a las colonias y si podían decirme por que zona podría encontrarse.

Me contestaron que en el Bronx...

- Gracias, no me conocéis de nada, y sin embargo me ayudáis, no lo olvidaré. Ahora, tengo que irme, hay gente inocente que depende de mí, y me gustaría que tuvieran un futuro mejor. - dije mirándoles a los ojos con franqueza.

- Me gustaría ir con vosotros... pero no puedo aún - dije algo cabizbajo. - No hasta que no haya purificado este mundo. - comenté con determinación.

- Espero que Dios os ayude a encontrar lo que buscáis... que Dios os bendiga amigos... - dije para despedirme de ellos.

Y así, me alejé de ellos.

-Si hay gente que depende de ti, ¿no sería tu obligación llevarlos a un lugar mas seguro como lo es una colonia? Por lo menos podrías decirnos donde estáis y cuando lleguemos a la colonia diremos que vayan a buscaros.

Independientemente se despidieron de ti y se marcharon en dirección al Bronx, mientras tu te adentrabas en Manhattan.

Llegado el momento, empezaste a ver que algunas casas tenían símbolos rojos dibujados encima de las puertas de entrada(Tirada de Memorizar y de Advertir). Seguiste caminando, hasta llegar frente a una iglesia, con símbolos parecidos a los de los otros edificios.

Anduve y anduve, hasta que llegué a un lugar donde vi extrañas marcas...

- ¿Sangre? - me dije sorprendido. - Debe de ser una zona de vampiros... - me dije a mi mismo mientras estaba alerta a mis alrededores.

Seguí caminando con cautela.

Las puertas de la iglesia se abrieron chirriando, y un haz de luz atravesó el ala principal. Los bancos de madera parecían conservarse en perfecto estado, y el suelo de piedra gris parecía llevar mucho tiempo sin que le diera el sol.

De repente se escucharon unos pasos apresurados a tu alrededor. Un ser, dos... Cuatro. Cuatro seres que corrían por el ala. Las puertas se cerraron tras de ti con un gran estruendo, y la luz del sol se fue.

-Jijiji...-resonó en la habitación.

Unas velas se encendieron, y delante de ti habían tres figuras vestidas con túnicas negras y una cuarta vestida con una túnica roja, todas ecapuchadas.

-Bienvenido...-dijo la figura de la túnica roja

Pase a través de la casa del Señor.

La estancia estaba impoluta, tanto los bancos como el suelo. Allí vi tres figuras con el mismo color de túnicas, y una cuarta con un color diferente.

Pude oír una risa un tanto peculiar en la iglesia y justo entonces la puerta se cerró y aquel hombre me dio la bienvenida...

- ... Gracias hermano. - dije tranquilo aunque con desconfianza. - Heme aquí buscando redención en la morada de nuestro Señor Jesucristo.

Dí unos pasos más.

- Decidme... ¿Puedo saber quienes sois... "hermanos"? - les hablaba mientras miraba al Cristo en la cruz.

-Nosotros-dijo la figura de la túnica roja. Su voz era femenina, y pese a la túnica y la iluminación se podían apreciar ciertas curvas-somos gente que ha venido a proteger este templo de Dios nuestro señor de todas estas criaturas venidas del averno. Yo soy Rosaline.

La figura se quitó la capucha. Su rostro era la de una mujer joven y atractiva, con el cabello oscuro y los ojos azules.

-Yo soy Francisco-dijo otro encapuchado, con acento hispano. También se quitó la capucha.

Los otros dos también dijeron su nombre y se quitaron las capuchas. Ambos eran hombres y ninguno de ellos tenía los ojos rojos característicos de los vampiros, así que, al menos en apariencia, podías estar tranquilo.

-Y usted es...-dijo Rosaline.

Todos eran aparentemente normales.

La primera persona en hablar fue la que iba de rojo. Era una bella mujer llamada Rosaline, seguida de esta se presento Francisco y otros dos más...

- Rosaline eh, precioso nombre. - dije con educación.

Tras presentarse ellos, me preguntaron por mi.

- ¿Yo? Simplemente soy un predicador que vaga de un lado a otro otorgando luz a aquellos que se les ha hecho de noche...- dije sonriendo amablemente con los ojos cerrados.

Di unos pasos más acercándome a ellos y traspasándolos hasta llegar a la cruz de Cristo.

- ... Y también acabo con el veneno que emponzoña está tierra sagrada...- dije en un tono más oscuro sin mirarles a los ojos.

Y ahí me quede, en frente de Cristo, esperando cualquier acontecimiento...

Todos se quedaron mirandote en un silencio incomodo que parecía eterno hasta que Rosaline lo rompió con su voz.

-Me gustaria pedirte un favor-dijo-. ¿Podrías oficiarnos una misa? Hace demasiado tiempo que no tenemos ninguna.

Los demás asintieron y, cuando aceptaste, sonrieron y se pusieron en los bancos mas avanzados. Escucharon todas tus palabras, y pudiste notar la atención en sus miradas. Al terminar todos se levantaron para darte las gracias, especialmente Rosaline, la cual te abrazó.

Pese a todo, notabas en tu interior que no todo era lo que parecía.

Tirada de Advertir