Ícaro Silveria >> [Prólogo] Y reirás cuando diga "te quiero" (FIN)

Prólogo de Ícaro Silveira

Río de Janeiro. 2010.

Vives con tus padres en una hermosa casa, a decir de muchos casi una mansión, en un alto risco. Los territorios de tu hogar son grandes, y ocupan toda una hermosa colina situada en los exteriores de un lujoso barrio de Río, pero apartada del resto de mansiones de la gente acomodada. La Bahía de la Gloria, donde el mar es siempre tan hermoso, lame el acantilado donde acaba tu territorio.

Tu casa es tranquila, grande, silenciosa. Disponéis de un pequeño bosquecillo botánico con innumerables especies autóctonas. También hay una pequeña capilla de tu difunta abuela, que usaba para sus meditaciones y rezos budistas. La capilla está abandonada desde que falleció.

La casa, y el jardín, son silenciosos. Eso te gusta. Especialmente bonito es el acceso que hay, desde el exterior, por unas escaleras de piedra, hasta una pequeña playa natural formada entre los acantilados.

Nadie sabe que la playa está ahí; es casi como vuestra playa privada. En estas fechas aún está el agua fría; pero en cuanto vaya llegando Navidad, la temperatura subirá y el fondo de las cristalinas aguas se llenará de cientos de pececillos de colores.

Paseas descalzo por la orilla. El tacto de la arena te distrae, y la bruma del mar parece que arrastra tus pensamientos, como un bálsamo; llevándose el dolor. Es temprano aún; pero ese capricho de soledad siempre te lleva a levantarte y ver el sol asomando por el agua. La quietud, parece que el tiempo se detiene unos deliciosos momentos mientras lo observas.


Por eso es tan extraña la figura humana que está al otro lado de la playa. Parece una mujer. Está mirando fijamente el océano, sin darse cuenta de que estás ahí.

El tacto de la arena bajo los pies, la suave brisa marina. El sol apenas había asomado por el horizonte, tiñendo el cielo de un color rosado. Respiro profundamente mientras paseo, dejándome llevar por el sonido de las olas.

Voy ligero de ropa, una camiseta y un bañador de pantalón. Me gusta bajar por las mañanas a la playa. Como nadie sabe que está ahí nunca viene nadie. Y cuando estoy por aquí puedo descansar y desconectarme del mundo. Es agradable no tener nada más en la cabeza que un suave sonido.

Mis pies se hunden en la arena, haciéndome cosquillas. En medio de mi oasis personal sonrío, aliviado. Si el agua no estuviese tan fría me daría un chapuzón. Entonces mi mirada se pierde en el horizonte, y mientras observo la playa veo algo que me extraña.

Una mujer que mira al mar. ¿Una desconocida en la playa? Comienzo a sentirme inseguro, y toda la tranquilidad que me inspiraba la pequeña playa se desvanece. Al parecer no se ha enterado de que estoy ahí, pero…

Oh, no…

Me llevo las manos a la cabeza, haciendo un gran esfuerzo por no dejar que mi consciencia se expanda hacia la suya. No me he traído los calmantes, aquí nunca me los traigo. Respiro profundamente, tratando de pensar en cosas concretas.

El mar, los peces de colores, las fórmulas matemáticas que repasé ayer con mi padre… Consigo relajarme tras unos segundos. Pero no puedo dejar de mirar con recelo a la mujer. ¿Qué está haciendo ahí? ¿Quién es?

Pienso en la solución fácil. Irme de allí sin decir nada. Ni siquiera me ha visto. Pero algo me impide abandonar el lugar así como así. Es mi playa, mi oasis. Haciendo acopio de fuerza de voluntad doy unos cuantos pasos hacia ella.

- ¿Ho… hola? – apenas consigo evitar mostrar mi nerviosismo.

La desconocida es una mujer de mediana edad. Bueno, no, en realidad es joven. O quizás no tanto, aparenta menos de lo que en verdad tiene. ¿O no? ¿Cirugía estética?

Tras unos segundos, decides dejarla en edad indeterminada. La desconocida gira su cabeza con solemnidad, casi ceremonial, y te mira.

Está calmada, mirándote casi con curiosidad. No responde a tu pregunta. Notas que está un poco... bueno, "ajena". Aunque observas que se fija en ti y te examina con sus profundos ojos, de diferente color, al rato vuelve la vista al horizonte, como buscando algo.


Visto el fracaso de esta primera aproximación inicial, decides fijarte en más cosas que te den una pista sobre quién es. Lleva unos ropajes rojos, un poco rotos y arrugados. Aún están húmedos, por lo que deduces que quizá haya estado en el mar. La arena removida de la orilla te lo confirma. Ha estado en el agua. ¿Bañándose? ¡Debería estar helada!


Bueno, sus labios sí están amoratados, aunque no esté temblando ni parezca acusar el frío. Es curioso, porque eso transforma su cara otorgándole una fascinante belleza exótica. ¿Será una náufraga? ¿Cómo puede estar ahí, tan campante, tan tranquila? A lo mejor no está bien de la cabeza...

En cualquier caso, ella sigue en su pose, mirándote cuando le hablas; pero sin responder nada. Y tú ahí plantado; sin saber muy bien qué hacer. Casi estás por irte.



Hasta que te das cuenta... de que no te ha dolido la cabeza ni un ápice.



Haz una tirada de Ciencia o Medicina (la q tengas más alta)

En el momento en el que se gira y me mira con esos ojos me quedo completamente paralizado. Sin poder evitar el contacto visual siento como si me atrapara en una red. Sin posibilidad de escapar…

Cuando vuelve su mirada hacia el horizonte suspiro aliviado. La presencia de esa mujer me infunde respeto, pero me resulta muy extraña. Trato de fijarme un poco mejor en ella, reparando en su ropa oscura y arrugada. Incluso aún está humedecida, ¿esta mujer ha estado bañándose en el agua? ¡Pero si está muy fría! Y su semblante tan tranquilo…

El no saber qué pasa exactamente con esa mujer me inspira inquietud y curiosidad al mismo tiempo.

- Oye, ¿estás bien? – pregunto de nuevo, mi voz suena más decidida. Pero ella se limita a mirarme de nuevo y, sin mediar palabra, a seguir oteando el horizonte, buscando algo en la lejanía.

Frunzo el ceño, a punto de marcharme de aquel lugar. Pero entonces me doy cuenta de algo. No me duele la cabeza.

[Ciencia 40+11=54]

[Me dejé la tirada de Ciencia.]

El miembro 'Herrian' ha efectuado la acción siguiente: Tirada de dados

'Dado de 100' : 11

Entonces lo percibes claro. Las pupilas dilatadas, la expresión ausente. Has oído hablar de esto antes. Es un estado de shock.

¿Amnesia?

Tu mente no puede penetrar en alguien que no tiene nada que explorar.

Como si fuera ella la qe te leyera la mente a tí, la mujer te mira y te sonríe. Se acerca y te da la mano.

Escuchas el ruido de sus tripas. Poco bucólico, pero te trae rápidamente a la realidad. Tiene hambre.

Cuando me doy cuenta de lo que pasa realmente no puedo evitar quedarme ahí, pasmado. Como si la presencia de esa mujer no le importara lo más mínimo a mi caprichosa mente. Una mujer amnésica, no puedo sacar nada en claro de alguien en ese estado.

Una sensación extraña se agolpa en mi pecho. No lo entiendo, es nuevo para mí. Pero no me pongo nervioso, porque no hay razón para estarlo. Es alguien con quien puedo estar, sin peligro de leerle la mente, sin que me duela la cabeza. Me gusta.

La leve presión en mi mano me saca de mi “trance”. Miro sorprendido a la mujer, pocas veces he estado tan cerca de alguien, y menos tocándole. Cuando toco a alguien es peor, como si pudiese meterme completamente dentro de su mente. Es doloroso. Pero tocar a esta mujer no me transmite ninguna sensación más que la calidez de su piel.

Está sonriendo, y de pronto se escucha en ruido de sus tripas.

Vaya…

Nunca me había encontrado con una situación parecida, pero me veo en la obligación de ayudar a la pobre mujer. No hay nada peor que dejar de saber quién eres…

- Eh… parece que tienes hambre – estas cosas no se me dan muy bien, no suelo relacionarme con desconocidos -. Creo… creo que… mejor vamos a desayunar. Puedes desayunar conmigo, yo aún no he comido nada.

Comienzo a tirar de ella, suavemente, en dirección a las escaleras. Como si mi cuerpo por sí solo tratase de evadir la conversación.

- Mi padre es muy inteligente, podrá ayudarte en lo que sea que necesites – sonrío tímidamente, pero al tirar de ella desde adelante dudo que pueda verlo. Esto no se me da bien, nada bien -. ¿Recuerdas tu nombre?

Pregunto al azar, lo primero que se me viene a la cabeza. Trato de despejarme y evitar pensar en lo embarazosa que me resulta la situación, y en la inseguridad que tengo al estar tan cerca de una desconocida. Aunque el hecho de poder tocar a alguien y no sentir ningún tipo de dolor me gusta.

Me gusta mucho.

La desconocida te coge de la mano y camináis en dirección a tus terrenos. No sabrías decir si notas su calidez o es la tuya en el contacto. Te ruborizas un poco.

Estáis volviendo por el bosquecillo botánico, escuchando los pájaros tropicales que revolotean. Acabáis de pasar por la antigua capilla de tu abuela, cuando te suena el móvil.

Un email de mamá.



Hay un poco de ajetreo en la casa y parece que el Dr. Silveira está trabajando a estas horas. Miras el reloj y es un poco más tarde de lo que parece. Son las 10:15. Tienes que elegir qué demonios vas a estudiar al final, pelearte por estar en alguna clase tranquila, papeles... Un infierno burocrático te espera.

Para colmo, la mujer se ha sentado en el tatami de la capilla. Está contemplando fijamente una estatua budista. Está tranquila, ajena a todo el caos que se te va a echar encima.

- Elsa.

Dice en voz clara cuando estás leyendo el mensaje. Giras la cabeza.

- Elsa - Repite.


Entonces se ríe y se levanta, y ante tu atónita mirada, corre las puertas de la capilla, quedándose ella dentro y tu fuera.

- Mi padre. Estás bien. Ayudarte. Desayunar. Ego bene sum. Estás bien.


Parece que se tumba en el tatami. Vuelve a reírse con una gracia cantarina que te saca los coloretes. Como una niña. Te sientes cual enanito ante Blancanieves, por alguna razón.

Mientras caminamos por el bosquecillo botánico voy distrayéndome, observando una a una las diferentes plantas con las que nos cruzamos. Mi padre a veces me trae aquí para enseñarme nombres, y curiosidades sobre las plantas. El canto de los pájaros me hace sonreír, a los animales tampoco les puedes leer la mente. En cierto modo es agradable poder gozar de una compañía que no te provoque dolor de cabeza.

Cuando pasamos junto a la capilla de mi difunta abuela me suena el móvil. Me detengo casi en seco, dejando de prestar atención a la chica durante unos instantes. Saco mi teléfono móvil del bolsillo del bañador y leo el mensaje recibido.

Vaya, al final parece que voy a tener que ir sí o sí. Hacer medicina estaría bien, podría ayudar a la gente. Incluso… incluso podría encontrarle una aplicación práctica a mi…

Me llevo la mano a la frente.

A esta cosa que me pasa…

- Elsa.

Giro la cabeza, confundido. Me ha parecido escuchar una voz.

- Elsa – repite la mujer. De pronto, al escuchar su voz, me quedo congelado, sorprendido. No habría imaginado que su voz podría ser tan bonita. Normalmente escucho las voces de los demás, en sus cabezas. Pero ésta vez ha sido diferente, como un secreto.

Entonces ríe, y corre las puertas de la capilla, dejándome a mí fuera. No puedo evitar sonreír al escuchar su risa.

- Mi padre. Estás bien. Ayudarte. Desayunar. Ego bene sum. Estás bien – recita, al azar, como repitiendo fragmentos de lo que le he dicho.

Un momento… ¿Ego bene sum? Eso es latín… Me acerco cuidadoso a la capilla, corriendo la puerta con suavidad. Elsa está tumbada en el suelo, su actitud infantil me hace sonrojar. Pero sus últimas palabras me rondan la cabeza, quizá tenga algo que ver con su pasado. Me siento junto a ella, cruzando las piernas.

- ¿Ego bene sum? ¿Sabes latín? ¿Entiendes lo que te digo? – el no tener que recurrir a calmantes para poder hablar frente a alguien se me hace… increíble. Comienzo a pensar de forma egoísta.

Si esta mujer no recuerda su pasado… podría ser amiga mía. Una amiga con la que podría estar cuando quisiera, sin tener que sufrir por ello.

No, no, no… ¡No puedes pensar así, Ícaro! Esa mujer debe tener una vida, una familia, unos sueños…

La mujer se inclina con curiosidad hacia tu movil, observando el brillo de la pantalla. Parece que ha entrado otra vez en su mutismo habitual.

Cuando lo guardas, te mira con ternura.

-Desayunar. Estás bien.

Repite.

Notas que tiene muestras de sudor por su frente, pese a que no habéis andado mucho. Ella se tumba y reposa la cabeza. Es muy agradable.


- ¡Señorito Ícaro! ¡Señor!

Escuchas a lo lejos la voz de Jarçao, uno de los sirvientes del hogar. La medio escondida capilla no se deja ver fácilmente desde el camino. Ah, la cotidianidad reclama tus tareas. Quizás sería mejor ir a ver a tu madre, o quizás desayunar...

...sin olvidar a la misteriosa invitada, que se ha quedado dormida plácidamente, de espaldas a ti. De algún modo, el aroma de su piel se mezcla con los restos del incienso de la habitación.

En cuanto te alejas un poco de la capilla, vuelves a notar una molesta presencia en un huequecito de tu mente; signo inequívoco de la mente de Jarçao. Tampoco es culpa suya...

La mujer se acerca con curiosidad, mirando el brillo de la pantalla de mi teléfono móvil. Sonrío ante la extraña situación. Una mujer que no recuerda nada, acercándose con curiosidad a todo lo que ve. Como una niña que comienza a explorar el mundo desconocido.

Guardo el móvil, y ella me sonríe con ternura. El vacío en su cabeza es triste, pero increíblemente relajante. Nunca antes me había sucedido, pero creo que me he encariñado en cierta parte con esta mujer, y es una desconocida. Pero ella es diferente… Se tumba de espaldas a mí, y se pone a dormir.

Me dejo embriagar por los restos de incienso de la pequeña capilla, hasta que una presencia cercana hace que mi mente reaccione, de nuevo. Casi había olvidado lo que significaba para mí estar con más personas, y me lamento de que esto no pueda alargarse más.

- ¡Señorito Ícaro! ¡Señor! – la voz de Jarçao llega hasta la capilla, amortiguada.

Tras suspirar pesadamente me levanto, y salgo de la capilla. Luego le traeré algo de comer a la chica. Porque pienso volver, acabo de encontrar a alguien especial.

Un oasis de tranquilidad.

A medida que me alejo de la capilla, acercándome al sirviente, voy sintiendo como su mente se expande más y más, aumentando el molesto rumor de sus pensamientos en mi cabeza a cada paso que doy. Finalmente me topo con él, debe de haber estado buscándome durante un buen rato.

- Buenos días, Jarçao. ¿Sucede algo? Me gustaría desayunar. Hoy un poco más de lo normal, me siento con más hambre – esbozo una sonrisa inocente. La gente no puede mentirme, pero al revés se me hace mucho más fácil.

Jarçao te mira, boquiabierto. El hombre, de mediana edad, es un musculoso atleta reconvertido al negocio de la hostelería y más tarde contratado de sirviente para tu casa. Desde que lo conoces, tiene una fijación obsesiva con la dieta de la gente, pero a ti, que nunca tienes hambre, hace tiempo que te dio por perdido.

- Ah... claro, claro, señor. Es estupendo que hoy se haya levantado con apetito.

Despues vuelve a su tarea.

- Por cierto, señorito Ícaro. Tengo una noticia que darle. Su padre le ha elegido el Santo Coraçao para matricularle.

Por supuesto ya lo sabías. El Santo Coraçao es un instituto para familias de clase alta. Tiene fama de ser el más prestigioso para los alumnos que desean estudiar ciencias, y su director es un multimillonario farmacéutico con laboratorios por todo el mundo. Los alumnos del Santo Coraçao son la élite de brasil en cuanto a educación secundaria se refiere.

- Dice su padre que vaya usted dirigiéndose hacia el instituto en cuanto acabe de desayunar, que ha encomendado a un buen amigo que le guíe por el campus. Si me lo permite, yo estaré encantado de acompañarle en la visita. ¿Le parece a usted bien?

El formal Jarçao te extiende con un gesto impecable un folleto del Santo Coraçao. Es un tríptico con unas fotos que muestran lo increíblemente grande que es el campus, y lo lujoso de sus aulas.

- Vamos, no tiene usted tiempo que perder. Si lo desea, le traeré el desayuno aquí.

Tras un rato, el mismo Jarçao viene con un carrito lleno de manjares. Ha aprovechado para poner no una, sino al menos tres raciones de más. Un festín de olores inunda tus fosas nasales.


- Creo que sé por qué se le ha abierto el apetito hoy, señor. - Dice Jarçao, sonriendo - Seguro que es por estar aquí, en la vieja capilla de su abuela. Ella pasaba largas horas meditando y después cumplía a rajatabla un estricto programa de alimentación que yo mismo le confeccionaba.

>> Sí señor - Jarçao asiente para sí mismo con aprobación. -Este lugar sin duda es bueno para el cuerpo y para el espíritu, señorito.

>> Bueno, en cualquier caso, le dejo el desayuno. Le estaré esperando a la entrada con el coche, en cuanto haya terminado y se haya cambiado de ropa.

Jarçao se marcha por el camino de vuelta a la casa.

El silencio del bosquecillo y la tranquilidad te llenan otra vez. La muchacha sigue durmiendo.

Jarçao se queda mirándome con esa cara que pone cuando se ve realmente sorprendido. Algún pensamiento suelto llega a mi cabeza, pero casi no reparo en ello. Al parecer ha sido una gran novedad por mi parte, no suelo tener demasiado apetito. Casi me atrevería a decir que había acabado rindiéndose en intentar lo de sus dietas conmigo.

Entonces menciona el instituto de Santo Coraçao. Suspiro. Algún día tendré que hacerme el ánimo, y matricularme en un instituto. Papá ha puesto siempre mucho empeño, creo que va siendo hora de agradecérselo. De todos modos trataré de ingresar en alguna clase tranquila. La desventaja de estar entre la élite de la educación es que todos tus compañeros piensan mucho.

Demasiado.

- Bien, en ese caso cuando acabe vayamos los dos juntos, Jarçao. Me vendrá bien tener a alguien conocido cerca mientras dure la visita. Me cuesta un poco adaptarme a los lugares nuevos.

Jarçao me extiende un tríptico del instituto, con fotos e información. Lo abro por los dos lados, destapando la cara oculta que tiene una foto que la ocupa casi por completo. Es una foto de la fachada principal del instituto, a primera vista se ve muy elegante, y ostentoso. Me distraigo durante unos instantes admirando la arquitectura del edificio en concreto. Son los pensamientos del sirviente los que me sacan del trance.

- Ah, pues… - realmente no he escuchado la pregunta, pero Jarçao piensa en las posibles respuestas que puedo dar. Esto de leer las mentes de los demás, además de doloroso, es como una gran chuleta sobre lo que pasa a tu alrededor y ni siquiera ves. Lo odio, pero a la vez es práctico – Sí, tráemelo aquí. Esta mañana siento ganas de estar por el jardín.

Sonrío de nuevo, pensando en mi nueva amiga.

Tras unos minutos vuelve con un carrito. Huele muy bien, aunque no tenga demasiada hambre. Advierto que el sirviente ha aprovechado para aumentar mi ración unas tres veces. Seguro que ni Elsa ni yo nos quedamos con hambre. Jarçao comienza a elaborar su propia teoría acerca del motivo de mi repentino apetito.

Abuela, te echo de menos. Es curioso que Elsa haya elegido precisamente ese lugar para dormir. Deben ser los restos de incienso, quizá…

Cuando finalmente Jarçao regresa a la casa tomo el carrito y lo llevo hacia la capilla. Realmente yo no tengo demasiado apetito, así que me tomo sólo una ración. Espero que Elsa tenga más apetito que yo cuando se despierte. Antes de irme la miro mientras duerme. Me gusta ver la expresión de la gente mientras duerme. En ocasiones he visto los sueños de los demás. A veces son caóticos, sin sentido, otras veces son tan nítidos que parecen una película. Me entra la curiosidad. ¿Qué estará soñando Elsa?

Con cuidado poso mi mano sobre su cabeza. El tacto de sus cabellos es suave, agradable. Esperaba algún tipo de reacción al tocarle la cabeza, pero tampoco pasa nada.

Creo que se me hace tarde… Se me hace raro dejar a Elsa sola. Está amnésica, podría suceder cualquier cosa. Espero que la visita no dure mucho. Le dejaría una nota, pero es que ni siquiera sé si se acuerda de cómo leer. No hace más que repetir lo que le digo...

Salgo sigilosamente de la capilla, para luego volver corriendo hacia la casa. Cuando llego a mi cuarto encuentro ropa pulcramente doblada sobre mi cama, cortesía de Jarçao seguramente. No me gusta nada que los demás escojan lo que debo ponerme.

- Lo siento, Jarçao – murmuro mientras guardo la ropa que había sobre la cama para buscar algo diferente en mi armario. Supongo que deberé ir algo formal, el instituto ese pertenece a la élite.

Ya vestido, arreglado y desayunado me dirijo a la entrada.

A la puerta te espera un magnífico BMW de color negro. Jarçao te abre la puerta trasera y se monta también. Una cortinilla os separa de los asientos delanteros, pero casi siempre está quitada y puedes ver la cara de Asunción, vuestra chófer nicaragüense.

-Asunción, el señorito está listo. Al Santo Coraçao, por favor.

Asunción, con el gesto serio, asiente y arranca el coche. Activa un botoncito de un mando a distancia y la verja principal de los terrenos se abre lentamente. Entonces Asunción detiene el coche.

-¿Qué ocurre, Asunción?

La chófer señala con un gesto hosco. Dos desconocidos, un hombre y una mujer, están en la verja, mirando el interior. Están un rato así hasta que se percatan de que los estáis mirando.

-Hum. No pasa nada, Asunción. Serán curiosos. La casa de los Señores es muy hermosa.

Asunción desembraga y vuelve a acelerar, saliendo por fin de los terrenos de la casa. Va pasando lentamente, y tú puedes mirar a través del cristal ahumado las caras de los individuos. Son bastante anodinos, y parecen brasileños -aunque en Rio hay demasiado turista como para que dé igual.

Tragas saliva cuando los ojos de los extraños parecen mirarte a través de la luna tintada. Es casi como si te estuvieran observando directamente.


Haz una tirada de RP y otra de RF.

Entro en el BMW negro, poniéndome el cinturón en el acto. Hacía ya unos minutos que había notado la presencia de Asunción. Cuando son pocas personas aún se puede aguantar, pero cuando la gente comienza a acumularse es un verdadero infierno.

Entierro el rostro entre mis manos, tratando de descansar, al menos durante el viaje, cuando el coche se detiene.

- ¿Qué ocurre, Asunción? – pregunta Jarçao.

La choferesa señala a dos personas que hay junto a la verja. Los miro extrañado, tratando de apartarme de sus pensamientos. Vuelvo a enterrar el rostro.

- Hum. No pasa nada, Asunción. Serán curiosos. La casa de los Señores es muy hermosa.

Asunción vuelve a acelerar. Entonces siento una curiosa sensación. Alzo la cabeza y miro a los desconocidos. Un escalofrío recorre toda mi columna, trago saliva. Me miran, como si pudiesen ver a través del cristal. Me miran fijamente.

RP: 30 + 60 = 90

RF: 25 + 38 = 63

El miembro 'Herrian' ha efectuado la acción siguiente: Tirada de dados

#1 'Dado de 100' : 60

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#2 'Dado de 100' : 38

Evades el intento de entrar en tu mente. No obstante, te atenaza un terrible dolor. Es como un latigazo, que te vuela para atrás la cabeza. Duele.

- ¡Señorito Ícaro! ¿Está usted bien? - exclama el asustado Jarçao.


Asunción pega un frenazo. Los neumáticos chirrían.

Siento como si algo o alguien intentase abrirse paso hacia mi mente, entonces me doy cuenta. La acometida rebota inofensivamente contra mi psique, más preparada para estas cosas que la de una persona común. Sin embargo un intenso dolor me nubla la mente y me perfora la cabeza como una aguja ardiente.

- ¡Agh! – echo la cabeza hacia atrás, se me saltan las lágrimas debido al dolor.

No consigo pensar con claridad, la duda me asalta. ¿Un poder mental? ¿Como el mío? Por lo menos soy consciente de que no lo he provocado yo, no hay suficiente gente como para que mi poder se desborde tanto.

- ¡Señorito Ícaro! ¿Está usted bien? – exclama el sirviente. Asunción pega un frenazo, haciendo que el coche se detenga.

Trato de sobreponerme, con dificultad miro hacia las personas de fuera. ¿Quiénes son? ¿Por qué ha pasado esto? Las preguntas se agolpan en mi cabeza, algo nada conveniente debido al dolor que siento. Echo de menos la tranquilizante presencia de Elsa.

- Es otra… jaqueca – digo mientras me llevo las manos a la frente, sosteniendo mi cabeza –. Sólo necesito un poco de tiempo para que se me pase… ¿Llevas por ahí los calmantes?

Siento que los responsables han sido esas personas. Antes de que le dé tiempo a Jarçao de decirme nada alzo la cabeza y miro fijamente yo también a esos dos. Nunca había tenido que hacerlo, es doloroso, pero quiero saber la verdad. La sensación de que mantengo con alguien la mirada a través de un cristal tintado es poco común. Hago un esfuerzo, por primera vez en mucho tiempo, de usar voluntariamente mi poder.

Spoiler:

El mensaje es claro: "¿Quiénes sois?"

El miembro 'Herrian' ha efectuado la acción siguiente: Tirada de dados

#1 'Dado de 100' : 74

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#2 'Dado de 100' : 88

La comunicación se establece instantáneamente. Los sujetos te invitan a su mente sin problemas.

Cierras los ojos, y visualizas un fuerte color verde. A su lado, otro verde más diluido, más bien aguamarina.

Tú te ves a ti mismo con un curioso color azul.



>>No sabíamos que pudieras hacer eso. ¿Eres tú Silveira?

>>Imposible - dice el otro color, emanando fuertes destellos - Silveira no puede usar los Dones. Este chico es uno de esos errores que están poblando la tierra. No es un verdadero malaika.

>>¡Escucha! -Te dice el primer color- ¿Dónde está el doctor Silveira, blasfemo?


motas de color verde oscuro emanan intermitentemente, dando a la comunicación un tono de furia o urgencia.

Te duele más y más la cabeza por momentos, aunque por ahora puedes mantenerlo a raya.

Usar un poder mental es algo muy especial. Cuando te metes en la mente de otra persona parece que viajes a un mundo distinto. Todo está lleno de colores y formas abstractas, que esconden profundos significados.

Me veo a mí mismo de un color azul. Aunque no sé lo que significa.

Las otras dos personas hablan de cosas que no llego a comprender del todo. ¿Dones? ¿Malaika? Tiemblo ante las motas verdes que parpadean de modo amenazante. Mi azul se vuelve cada vez más tenue.

- No sé de qué me habláis. Yo soy Ícaro Silveira, mi padre está…

¡Agh…! Mi mente vuelve unos instantes al coche, donde sufro un agudo dolor de cabeza. Me esfuerzo por mantener el vínculo, aunque ello me haga sufrir. Quizá esas personas sepan algo de lo que soy.

- Mi padre es el doctor, está trabajando. ¿Pero qué es eso de los Dones, y malaika? ¿Qué tiene que ver mi padre con todo esto?

Mi azul recupera la fuerza, pero brilla débilmente, suplicante.

- ¿Qué soy yo…?

- No sabe nada.

-No sabe nada.

Los colores se arremolinan, y de repente se evaporan. Sólo queda tu tímido azul flotando en tu consciencia.

Tras el cristal, no hay rastro de los individuos.

- Si está mejor, señorito Ícaro; nos marchamos. Pero si nota algo, no dude en decirmelo. Debe usted ser fuerte.


En tu casa, para tus empleados, tu familia ha inventado la lógica excusa de jaquecas crónicas. Normalmente lo achacan al ruido; y todos son conscientes de que ir al instituto va a suponer para ti un gran esfuerzo. Jarçao se muerde el labio.


-Procure aguantar, señor. He traído sus calmantes, por si acaso.


El coche entra en el lujoso colegio y se pierde en las inmensidades del campus, donde te espera un complicado día de papeleo y decisiones difíciles.

[Si decides hacer algo más en el coche o el campus, es el momento. Deberías decidir cuanto menos qué carrera estudiarás.]

Las presencias de intenso verde me abandonan. Mi consciencia se queda sola, en un mundo abstracto que cambia constantemente. Algo comienza a tirar de mí, no puedo mantener más mi mente en ese estado. La herida que me provocó Laberinto sangra de nuevo.

Me aprieto con fuerza la cabeza, como si me fuera a estallar después de tanta presión. Esos dos ya no están, el esfuerzo no ha servido de nada. Pensé que podría descubrir algo…

- Ya estoy mejor, Jarçao – digo mientras me tomo un calmante, acompañado de un trago de agua.

Echo la cabeza para atrás, tratando de relajarme y dejar de pensar en el dolor. Asunción nos lleva hasta el lujoso instituto.

Mientras nos perdemos en el campus llegan a mi mente pensamientos sueltos, vagos, pero a la vez poderosos. La vida del estudiante, aquí la gente piensa mucho y bien. Apoyando el rostro en mi mano voy mirando el paisaje que cambia. Es bonito de verdad, pero no puedo evitar sentirme desanimado después de la anterior escena en la entrada de mi casa.

- Señorito, vamos a bajar ya. Va a tener que escoger lo que quiere estudiar.

Asiento con la cabeza levemente mientras bajo del BMW negro. A mi abuela le habría gustado que hubiera estudiado medicina… Pero ser médico implica tener que ayudar a muchas personas que están enfermas, o heridas. No es que no quiera ayudar a los demás, pero el tener que escuchar los pensamientos de toda esa gente triste es…

Miro al cielo, apenado.

No podría con ello, abuela. Sin embargo… Cuando ayudas a alguien se pone contento, ¿no? Yo podría… podría acabar con la infelicidad. Para que la gente no esté triste. Esta maldición me hiere, pero si pudiese usarla para ayudar a la gente…

Yo no estaría tan triste…

- Me lo he pensado bien, Jarçao – comento mientras caminamos por el campus -. Creo que voy a estudiar Medicina, como quería mi abuela. Creo que se me ha pegado algo de ella al pasar esta mañana en su capilla.

Yo te curaré, Elsa. Por mucho que me duela después.

Pero entonces, mientras andamos, un escalofrío me recorre. ¿Qué? Esto no es mi…

…

…

- ¿Qué ha sido eso?