Ícaro Silveria >> [Prólogo] Y reirás cuando diga "te quiero" (FIN)

Un amigo de tu padre os recibe, y junto a él, os enseña las majestuosas aulas donde darás clase. Tras rellenar la matrícula y los correspondientes papeleos; os dais un paseo por el campus.


Coméis brevemente, y no tomas apenas bocado ante el desconteno Jarçao. La cabeza te duele, pero no más de lo esperado. Simplemente, estás cansado por la extraña experiencia del coche.

A las 17:00 en punto, en la puerta del hall del Santo Coraçao, el doctor Silveira llega, con las manos en los bolsillos. Asunción también aparece allí, en su uniforme de chófer.


-Hola, hijo mío. Gracias por traerlo, Jarçao, Asunción.

Asunción se cuadra y Jarçao sonríe con amabilidad.

Tu padre te coge de los hombros y te pregunta.

-Bien. Entonces, ¿ya has decidido qué estudiar, Ícaro?


A pesar de la juventud de su rostro, el doctor Silveira arrastra consigo unas eternas arrugas de preocupación que le marcan la cara visiblemente. Es un hombre importante, que toma duras decisiones en su trabajo.

Sólo el sabe cuánto de duras.

La visita por el campus se me hace increíblemente larga. No puedo dejar de pensar en lo que pasó cuando salía de casa. Esos dos… Esos dos hablaban de algo extraño. ¿Dones? ¿Maialka?

A la hora de comer apenas pruebo bocado. Jarçao parece decepcionado, mi repentino “apetito” a la hora de desayunar lo había ilusionado. La cabeza me sigue doliendo, pero no demasiado.

Más tarde llega papá. Me siento muy contento cuando lo veo, el dolor casi desaparece.

- Hola, hijo mío. Gracias por traerlo, Jarçao, Asunción.

Se acerca a mí y me coge por los hombros. Siento como si su mente comenzara a fundirse con la mía, sólo con el contacto físico. Con desconocidos es incómodo, pero con mi padre es algo a lo que estoy acostumbrado desde hace mucho tiempo.

Siento su pena… Por mí, por lo que me pasó.

- Bien. Entonces, ¿ya has decidido qué estudiar, Ícaro?

Esgrimo mi mejor sonrisa en ese instante, queriéndole devolver a mi padre todo lo que ha hecho por mí.

- Voy a hacer medicina, como quería la abuela – lo miro a los ojos -. Así podré ayudar a los demás. Puede que incluso pueda usar… eso. ¿Tú crees que se puede usar para hacer felices a las personas?

Ha sido un día duro. Tras el follón burocrático; volvéis a casa sin incidentes.
Cenas con poca gana, y reposas un ratito en tu cuarto. Es de noche ya.

Antes de todo, decides asomarte a ver a Elsa. Pero... no está ahí. Sin embargo, ha dejado parte de su ropa bien doblada junto a la puerta, y ha reordenado un par de cosas de la capilla, dandole un cierto aspecto de habitáculo en vez de oratorio.


Tu padre te advirtió hoy de que te acostaras temprano. A fin de cuentas, mañana es tu primer día "oficial" en la escuela. Las perspectivas no son del todo halagüeñas; pero te ha comprado unos calmantes más fuertes para aguantar el dolor.

Apenas como en la cena. Las esperanzas de Jarçao acaban finalmente reducidas a nada. Lo de esta mañana había sido una falsa alarma. Reposo un rato en mi cuarto, para ir rápidamente a la capilla donde dejé a Elsa.

¡Me había olvidado de ella!

Cuando llego allí compruebo, con desánimo, que la capilla está vacía. Doy unos cuantos pasos, y me dejo caer de culo en su interior. El suelo acolchado amortigua mi caída, aunque eso no ayuda a contentarme. Había esperado poder verla de nuevo, a esa chica con la que podía estar, que podía tocar sin temer al dolor. Su ropa está doblada, y parece haber reordenado un poco el interior de la capilla.

Me quedo allí unos minutos, en silencio, disfrutando de la tranquilidad. Hoy ha sido un día muy intenso para mí. Rellenar impresos mientras escuchas a todos los alumnos de una clase pensando en los problemas matemáticos de un examen es agotador. La buena noticia es que la mayoría los planteó todos del modo correcto… La mala que por accidente escribí el resultado de una ecuación en vez de mi firma.

Podría pasarme toda la noche aquí, pero mañana va a ser un día muy complicado y tengo que descansar. Me levanto con pesar y abandono la capilla, dirigiéndome a mi casa en la oscuridad de la noche.

Sobre mi mesita están los nuevos calmantes que me ha comprado papá. Mañana va a ser un día difícil. Me dejo caer sobre la cama y me tapo hasta la cabeza con la manta, como hacía cuando era pequeño. Como hacía cuando quería aislarme del mundo y pensar sólo en lo que me pasaba por la cabeza, a mí.

- Todo era más fácil antes… - amparado por la manta cierro los ojos, y trato de conciliar el sueño.

Te dormiste, agotado; en un sueño gris, sin imágenes.




Al despertar del nuevo día, tu siempre ocupado padre te llevó personalmente al instituto. Conducía él, para variar; ante la atónita mirada de la indignada Asunción; que veía relevado su cargo.

- No te preocupes, Asunción. Sölo por hoy. Quiero acompañarlo yo en su primer día. Es muy importante para él.


Lo era.

Cuando llegaste al colegio, entraste de uniforme en tu clase. Ibas un poco puesto de calmantes, de modo que la avalancha de voces en tu cabeza no era más que un murmullo.

El profesor te miró, con una amable sonrisa. Tenía el pelo albino, una chaqueta y pantalones oscuros impecables. Contrastaba un poco con el oscuro uniforme del resto de repeinados chicos de tu clase.

-Hola, Ícaro. -dijo con una voz muy amable y cálida. Se dirigió después al resto de la clase.

-Esta es la clase de 1-A. Mi nombre es Gabriel Malaissah, y seré tu tutor y profesor de Artes. Dime, Ícaro; ¿querrás presentarte al resto de la clase para que sepamos más de ti?

Dijo mientras escribía tu nombre en la pizarra.

Tu padre te guiñó un ojo y cerró la puerta del aula. Confiaba en ti. Tragaste saliva y volviste a mirar al profesor.

De algún modo, tu tutor despedía un aura de amabilidad, o de autoridad. Le pasaba un poco como a Elsa, pero de otra manera. A él se le podían ver sus pensamientos claramente, era un hombre bueno y amable, pero también sabía mantener la disciplina. Sentía genuino interés en que te sintieras agusto. Tenía un magnífico porte. Él tenía...

...tenía esa aura angelical que no sabías identificar.

Cuando me veo a mí solo frente a toda la clase no puedo evitar sentir náuseas. Si no fuera por los calmantes ya habría salido corriendo. Los pensamientos de mis compañeros me llegan apagados, débiles.

Sin embargo en estos momentos no sé si querría saber lo que piensan de mí. No estoy nada acostumbrado a hablar en público. Y… oh, cielos…

- Yo...

No sé qué decir. Seguro que ya están comenzando a pensar que soy un bicho raro, o algo parecido. ¿Qué hago… qué hago…? Los pensamientos se agolpan en mi cabeza, los de mis compañeros, los del profesor, y los míos propios se funden en una vorágine incontrolable. Como cuando…. Como cuando usé Laberinto. En ese momento mi mente se desborda, incapaz de manejar tanta información al mismo tiempo, incapaz de encargarse de mí.

Me llevo una mano a la boca cuando siento venir una arcada.

- ¡Disculpadme! – digo mientras abandono la clase, corriendo, en busca del baño más cercano. Por suerte hay cerca un baño de chicos, en el que entro a toda velocidad.

Consigo llegar a tiempo, pero lo peor es que el dolor de cabeza regresa. Me dejo caer al suelo, junto al inodoro. El regusto ácido que me queda en la boca me incomoda durante los primeros segundos. Luego mi cabeza se llena más y más de pensamientos que no son míos.

Cierro los ojos con fuerza, intentando apartar de mi mente el molesto dolor. Mis ojos se humedecen cada vez más a causa de las continuas punzadas que noto en la frente.

- Que primer día más desastroso… Ni siquiera me he presentado a mis compañeros – murmuro.

Entre los crecientes murmullos de sorpresa de los alumnos, sales corriendo de la clase.
Tu profesor te mira asustado.

-¡Ícaro!

Pero tu ya estás en el cuarto de baño.

Abren la puerta. Pero no es tu profesor. Es tu padre.

-Ícaro, Dios mío. ¿Cómo estás?

Te mira. Está lógicamente preocupado. Saca de tu bolsillo una pequeña carterita.

- ¿Ibuprofeno? ¿Esto te has tomado?

Tira el envase lejos de tu vista.

- Esto a ti no te hace nada. Voy a tener una seria discusión con Jarçao y con tu madre. Toma.

Saca un botecito mucho más pequeño, que se abre con un "clac". Una capsula azul cae a su mano.

- Hoy es un día de excepción. Tómate esto y regresa a la clase, ¿podrás?. Hijo mío -dice- esto es muy importante para tí y para mí. Sé fuerte.



[Si te los tomas, haz una tirada de RV.]

Noto una nueva arcada, pero la presencia de mi padre consigue tranquilizarme.

- Ícaro, Dios mío. ¿Cómo estás? – pregunta, se muestra muy preocupado.

Con los ojos humedecidos por el dolor, tirado en el suelo, no ofrezco una imagen muy digna. Mi padre se agacha junto a mí.

- Me duele mucho, papá – decía mientras intentaba mirarlo a los ojos, con dificultad -. No…

Estuve unos segundos callado, luchando conmigo mismo.

- No puedo dejar de escuchar…

Me abrazaría con fuerza a él, pero eso sólo me provocaría más dolor. Es desesperante no poder aferrarte a alguien a quien quieres cuando tienes problemas.

Papá comienza a hablar, saca de mi bolsillo una cartera. No entiendo bien lo que me dice, y veo como tira el envase de mi Ibuprofeno. Entonces saca un botecito pequeño, no sé de dónde. La vista se me comienza a nublar, remontándose en recuerdos, escenas y experiencias que no me conciernen.

- … Tómate esto… … Sé fuerte.

Veo en su mano una cápsula azul.

- ¿C-con esto se irá el dolor? ¿Se irá, papá?

Ahora mismo siento como si me estuviesen martilleando la cabeza, y la posibilidad de anular o disminuir el dolor me impide pensar en cualquier consecuencia.

- Vale… me lo tomaré.

Extiendo mi mano temblorosa hacia la cápsula y me la meto en la boca. Ni siquiera necesito agua para tragármela, estoy acostumbrado a esto desde hace mucho tiempo.

Cierro los ojos, esperando que el dolor me abandone. Es más, deseo con todas mis fuerzas dejar de sentir dolor...

RV 25 + 93 = 118

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'Dado de 100' : 93

Tragas con facilidad, y el mareo, por supuesto, no desaparece al momento. Tu padre está contigo, hablándote tranquilizadoramente.

Poco a poco, vas volviendo en ti. La cabeza deja de darte latigazos y crees que se te taponan un poco los oídos. Pero te vas sintiendo con fuerzas.

Tu padre te da un botellín de agua fresca. Te abraza y te besa la cabeza.

- Icaro, hijo. Lo estás haciendo muy bien.

>> Te acompaño al aula cuando estés recuperado.

El intenso dolor comienza a remitir. Cuando papá me abraza me aferro con fuerza a él. Las voces en mi mente se silencian, me siento mucho más descansado.

- Gracias por ayudarme, papá. Ya me encuentro mucho mejor.

Con algo de dificultad me levanto. Me siento bastante despejado, y pese a que el volver a encontrarme con todas esas personas mirándome me aterra… no puedo defraudar a papá.

- Volvamos a la clase…

Junto a mi padre camino el corto trecho que me separa del aula. Cuando entro me disculpo por lo de antes, aunque con algo de dificultad. Curiosamente me siento bastante relajado, y finalmente me encaro a mis compañeros.

- Bueno, me llamo Ícaro. Tengo 14 años y… me gusta jugar al fútbol.

Me quedo completamente silenciado. Hacía mucho ya que no jugaba a ese deporte, aunque me seguía gustando…

- Sufro jaquecas crónicas, por lo que hasta ahora no había podido dedicarme al estudio como los demás.

Toqueteo mi pulsera, la que me regaló Daniel, en un nervioso gesto.

- Y eso… Espero que nos llevemos bien.

Tu tutor asintió con una sonrisa, y tus compañeros te aplaudieron con cierta timidez. No es la primera vez que escuchabas de esta tradición en los colegios "de niños bien". Muy educados todos.

Te sientas donde Gabriel te indica.

A tu lado, una chica con gafas acerca su pupitre al tuyo. Saca su libro, y lo pone en medio para que ambos leáis.

- Hola. Te dejo mi libgo, si quiegues. -Su acento fuertemente europeo ¿francés, quizá? y sus rasgos enseguida la delatan como extranjera. Bueno, además de sus rasgos bizquea un poquito de un ojo.

-Ah, me llamo Loguenna. Enchantée.

Miras al libro. Matemáticas. El álgebra no se te da especialmente mal; pero enseguida compruebas que el nivel es muy alto. No es un capricho venir aquí.


El resto de la lección la pasas tomando algunos apuntes, sorprendentemente concentrado. El estar junto a la ventana es casi agradable; aunque escuchas retazos de pensamiento "el nuevo es un poco friki, se ha ido corriendo" "Lorenna la bizca? y el nuevo? qué dices!" "dicen que el nuevo es un enfermo o algo de eso" "ssshhh" .


Por lo demás, todo transcurre sin incidentes.

[si decides hacer algo más en el colegio, o Asunción te recoge a la salida]

El discurso no sale tan mal como había esperado, por suerte. Gabriel me indica dónde sentarme, entonces una chica con gafas acerca su pupitre al mío. Saca su libro, compartiéndolo conmigo.

- Ho-hola… Encantado de conocerte – esbozo una tímida sonrisa -. Gracias por compartir tu libro conmigo – hablo en voz baja, casi en tono confidente.

Le echo un vistazo al libro, al parecer el nivel es bastante alto. No podré dormirme en los laureles…

Me paso el resto de la clase concentrado, tomando apuntes. Evito alzar la mano para responder a las preguntas del profesor, siempre acabo adivinando la respuesta y no pienso por mí mismo…

Algunas veces me distraigo, mirando por la ventana. Me entretengo mirando el cielo, y las nubes… Pero mi mente, siempre alerta, impide que me distraiga demasiado. Algunos pensamientos llegan a mi cabeza, vagos…

Cuando se acaba la clase me quedo sentado, esperando en mi pupitre. Me despido con otra tímida sonrisa de Lorenna, y aguardo hasta estar completamente solo en el aula. Entonces apoyo los codos sobre el pupitre y suspiro, cansado.

- No ha estado tan mal, papá… Podría haber sido peor…

Me levanto y recojo mis cosas. Miro con detenimiento el horario, tratando de memorizarlo. El estar solo contribuye enormemente a que mi mente no se detenga a procesar lo que no debe. Decidido a seguir adelante, salgo del aula para asistir a la siguiente clase.

Las horas pasan algo lentas, como si todo a mi alrededor se moviese a cámara lenta. Pero finalmente las horas de estudio acaban, y salgo del instituto con gesto cansado. Mientras camino, dando pasos lentos pero largos, pienso en mi tutor, ese tal Gabriel.
La primera vez que lo he visto me ha parecido… no sé, diferente. Desprendía una extraña aura. No llego a comprender bien por qué, pero me ha inspirado confianza.

En la salida me espera Asunción, de pie junto al BMW negro. La saludo con la mano, y ella me abre la puerta.

Cuando entro en el interior del coche, echo la cabeza para atrás y cierro los ojos.

- Volvamos a casa, Asunción…

Cuando llegáis, ya está poniendose el sol. La comida de la escuela no está mal, pero nada que ver con los platos que te preparan en casa.

Por primera vez, tienes hambre. Bastante, de hecho.

Cuando te bajas del coche en dirección a la entrada, notas algo extraño. Es como... otra fuente psíquica en tu mente.

El estómago me ruge. Realmente tengo bastante hambre…

Asunción me abre la puerta del coche, con ese porte suyo tan… diligente. Miro momentáneamente a la choferesa, y sonrío. Me gusta sonreír a la gente que veo, aunque me cuesta bastante tener la confianza suficiente para hacerlo.

Me vuelve a rugir el estómago, me sonrojo un poco y me llevo las manos a la barriga, avergonzado. Asunción de todos modos hace oídos sordos.

Doy unos cuantos pasos, pero entonces noto algo poco común. Una sensación que había notado muy pocas veces en mi vida. Como en… en el accidente de Laberinto. Algo o alguien desprendía un aura diferente a la de los demás, algo o alguien… que era como yo.

E intento buscar el lugar del que proviene esa… presencia.

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'Dado de 100' : 60

Notas su presencia cercana, pero no puedes determinar exactamente el sitio. Es... cerca.

Otro rugido de tripas te saca de tus ensoñamientos.

Siento la presencia, cercana, pero no sé bien de dónde proviene…

Un nuevo rugido de mi estómago me devuelve al mundo real. Frunzo el ceño, enojado.

- Paso de esto, maldita sea. No ha hecho más que traerme problemas…

Entro directamente en casa, tratando de olvidarme de la fuente psíquica. No tengo ganas de seguir lidiando con todo lo “especial” que me rodea. Estoy harto, verdaderamente harto.

No hace más que provocarme dolor…

-Señorito Ícaro, cuando usted desee, suba a su habitación y le serviré la cena allí; hoy ha sido un día duro.

Dice Jarçao. Te quitas la chaqueta del uniforme y se la das. Sí, sin duda un dia... agotador. Y la molesta presencia latiendo en tu cabeza.

Elsa tampoco está hoy. ¿Dónde...?

Esa presencia sigue en mi cabeza, y es muy molesta. Le tiendo mi chaqueta a Jarçao, cansado.

- Gracias Jarçao. Voy a subir un rato a descansar, realmente lo necesito. En ese instituto había mucho ruido, ha estado a punto de explotarme la cabeza… - miro las escaleras que suben hacia el piso superior -. Hoy tengo algo de hambre. La comida del instituto no es como la de casa.

Sonrío, posiblemente eso era un cumplido para el sirviente. Entonces me quedo de pie, sin hacer nada durante unos instantes. Esa molesta presencia sigue cerca, muy cerca. Me llevo una mano a la frente, como si ello fuera a remitir el dolor que siento.

Comienzo a subir las escaleras, lentamente, como si mis pies me pesaran el doble. Cada escalón que subo es un gran esfuerzo.

Finalmente llego a mi habitación, donde lo primero que hago es dejarme caer sobre la cama, de espalda. Dejo que mi mirada se pierda en el techo de la habitación. La presencia sigue cerca, haciéndose un hueco en mi ajetreada mente.

- No tengo suficiente con escuchar los pensamientos de mis compañeros acerca de lo friki que soy – me giro, quedando tumbado de lado -. Con ella fue tan fácil…

Recuerdo a Elsa, y el momento en el que la toqué y sentí que no me metía en su mente. Fue tan… agradable.

La añoro.

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En el silencio de la habitación intento relajarme.

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