[Volumen 2: Omega] Capítulo 1: Juego de marionetas
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Derein Miembro Legendario
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Tema: [Volumen 2: Omega] Capítulo 1: Juego de marionetas Miér Ene 25, 2012 1:13 pm
El castillo olvidado
Cae la noche, su manto estrellado despierta rumores en la oscuridad. En lo alto del precipicio se alza un castillo ya olvidado en el tiempo. Solo el silbar del viento y los recuerdos del pasado le acompañan. Le abrazan, le cantan… Una canción de cuna compuesta para arropar a los dioses, una canción que estremece las propias fibras de la realidad, que hace llorar a la creación. Cae la noche, y con ella la oscuridad lo cubre todo, solo la luna con su llanto protege al castillo en lo alto del precipicio.
En su interior vive el guardián, que, durante los eones ha esperado, en el fluir del tiempo, en un castillo olvidado. No vive solo, los vestigios del pasado aún perduran en su interior, carentes ya de voluntad y emoción alguna. Solo son remanentes, simples recuerdos a su alcance. A su servicio.
Cae la noche, y las luces se encienden con resplandor áureo en las bellas torres del homenaje. El paso del tiempo parece no haber hecho mella en sus paredes, parece tan nuevo como el primer día que abrió sus puertas. Sin embargo su brillo se ha ido apagando, su esplendor no es más que un aura gris y vacía. Siniestra. Porque este es el poder del olvido, todo se corrompe y poco a poco la amargura lo invade y esta es más tarde sustituida por el resentimiento que eventualmente se convierte en odio. Odio hacia todo aquello que ha quedado fuera de su alcance. Incluso el simple anhelo escapa a su aliento.
El castillo se levanta en una intrínseca red de murallas, torres, puentes y pasadizos laberínticos a los cuales solo alguien que haya vivido en su interior sería capaz de desentrañar sus secretos. El castillo vive, y también llora. Pues en sus entrañas guarda secretos que no pueden ser revelados, y así pues se ha convertido en una prisión. Firme. Cerrada a cal y canto, a través del tiempo.
Su guardián en el interior afina su instrumento, aprieta el clavijero y tensa las cuerdas, no mucho, solo lo necesario, con gentileza. Coloca su mano izquierda de porcelana en el diapasón de ébano y con la derecha sujeta el arco con suma delicadeza. Coge aire y lo aguanta en sus pulmones, cierra los ojos y olvida cuanto hay a su alrededor. Poco a poco va soltando el aire con un leve soplido, ahora solo existe su instrumento. Con dulzura desgarradora arranca la primera nota de la primera de sus cuatro cuerdas y el tiempo se detiene, se estremece, expectante. Luego la música empieza a fluir y con ella el tiempo sigue su curso. El eco de la música invade cada habitación, cada pasillo, cada piedra del castillo. Las notas danzan alrededor sinuosas como el viento. La melodía es el único consuelo de ese castillo perdido en el olvido, a través de tiempo.
Dejemos solos pues, al castillo y su guardián. Alejémonos de su interior, abandonemos al castillo en el precipicio bajo el manto estrellado de la noche. Dejémosles disfrutar de este momento mágico y bello en su intimidad, pues pronto dejarán ya la soledad del olvido y volverán a ser recordados.
Música, lluvia y oscuridad
“Ten cuidado con tus sueños; son las sirenas del alma. Ellas cantan, nos llaman, las seguimos y jamás retornamos.”
Remiel tocaba su flauta de hueso de dragón sentado en el marco de la ventana de su habitación. Era su momento de paz. La melodía siempre era la misma canción, parecía perfecta. Lo era. Fuera de la posada llovía a cántaros. Era una noche oscura, las nubes negras y enfurecidas tapaban una luna tímida que no se escondía en lo alto del firmamento.
Habían sido muy amables en la aldea. En los lugares apartados donde la gente creía firmemente en la magia y todos los mitos (de los cuáles muchos son falsos y otros erróneos) que corrían, podían pasar dos cosas cuando alguien como él llegaba ofreciendo sus servicios. Podían acusarle de demonio o ser malvado que jugaba con las artes oscuras y echarlo a pedradas o incluso intentarlo llevar a la hoguera. Por otro lado otras veces se le consideraba una especie de santo o enviado de los dioses. Esa última había sido una de aquellas veces. Esas cosas por supuesto solo pasaban con los humanos, siempre tan terrenales y asustados.
Remiel estaba seguro de no ser un humano pero tampoco conocía su procedencia exacta. Hasta donde él sabía, no existía nadie parecido a él. Eso le hacía una persona bastante solitaria, sin embargo tenía un don, un don que le daba sentido a su vida. Su cometido en la vida era algo cristalino como el agua, era el Caminante de sueños. Nadie podía quitarle eso.
Lo cierto es que había llegado a la aldea de Partu por mera casualidad, porque se encontraba en su rumbo actual. También fue casualidad que encontrara trabajo allí, al parecer un espíritu maligno había encerrado a una pequeña en una horrible pesadilla y estaba drenando su alma poco a poco. Llegó a tiempo de salvar a la pequeña que no había sufrido ningún daño irreparable, a cambio los aldeanos le recibieron con los brazos abiertos e insistían en hacerle todo tipo de regalos o pedirle que les diera su bendición. No era costumbre de Remiel aceptar nada a cambio de sus servicios exceptuando quizás un lugar donde pasar la noche y algo de comida, pero llevaba mucho tiempo viajando y aprovechó la hospitalidad. Había permanecido en aquella aldea tres días y dos noches, esa era la tercera ya. Disfrutando de banquetes, festejos y constantes elogios y vítores de los humildes campesinos de Partu, pero esa sería la última noche. Antes de salir el sol su cama estaría vacía y nadie le habría visto marcharse.
Su rumbo actual estaba motivado por el rumor de cierto monje que le había llamado la atención. Había escuchado de su reputación y habilidades, decían que podía caminar tanto por el sendero físico como el espiritual, aquella era una habilidad curiosa, muy parecida a la de Remiel. Pero eso no era todo, la verdad es que hacía muchos años escuchó rumores muy parecidos sobre un personaje que se adecuaba a esa misma descripción. Remiel lo había olvidado por completo hasta hacía solo un mes cuando volvió a escuchar de él. Sabía que no podía hacer caso de los rumores, ese monje probablemente sería un viejo decrépito si aún estaba vivo, aunque él sabía que no todo el mundo envejecía de la misma manera, quizás no hubiera existido jamás. Aún así eso no era suficiente para que alguien como él saliera a la persecución de un rumor solo para satisfacer su propia curiosidad, no, había algo que lo impulsaba a hacerlo. Sentía que debía encontrarlo, ¿Por qué? No lo sabía, ¿Para qué? Esperaba averiguarlo cuando lo encontrase.
Mientras pensaba en lo agradables que habían sido los últimos días, observaba como las gotas de lluvia se estrellaban contra la ventana y repiqueteaban en una sinfonía dulce y constante. A fuera estaba oscuro, se adivinaba la silueta de un olmo a unos diez metros de la posada, sus hojas y sus ramas se movían impulsadas por el viento de la tormenta y esas dos lucecitas brillantes debajo de la copa del árbol parecían observarle, una dorada y otra plateada.
Tardó un poco en percatarse que era lo que fallaba en el cuadro. Su sobresalto fue tal que hasta dio un brinco, pero para cuando volvió a mirar ya no estaban, ¿Se lo habría imaginado?
Pensó que quizás debería intentar dormir un poco. Aunque la verdad era que no necesitaba dormir demasiado. Para Remiel el sueño era una parte muy importante de su vida, era lo que le movía, así que dormir era algo necesario a nivel trascendental, pero lo verdaderamente importante, el único motivo de todo aquello era soñar.
Se acostó en la cómoda cama de plumas, la verdad es que era una muy buena cama para una aldea pequeña y pobre como Partu, era perfecta.
Soñó plácidamente, soñó con su lugar especial. Ella estaba allí y también estaba Flor. Eran niños y jugaron, corrieron y rieron como hacen los críos en esa edad y fue algo especial. Siempre lo era. Pero todo se oscureció, ella desapareció, incluso Flor desapareció, el mismo señor del sueño. Entonces ocurrió algo que nunca le había ocurrido a Remiel, su sueño fue evocado al abismo de una pesadilla oscura y tenebrosa. Donde antes había prado ahora solo existía yermo, el cielo era negro y llovía sangre. Otra vez esas dos luces, no, no eran luces, eran dos ojos. Fríos como el metal que representaban, poderosos y preciosos pero eran aterradores. No pudo evitar perderse en la vorágine que sacudía su mente ante aquellos dos ojos, en un remolino de oro y plata, como el sol y la luna. Era hipnotizante.
Se despertó de un sobresalto, y ahí estaban otra vez, esos dos ojos. Solo que esta vez no se trataba de un simple sueño, aquello era real, no eran imaginaciones suyas. Si algo se puede decir de Remiel, es que siempre diferenciaba la realidad de los sueños y las pesadillas, y ahora mismo estaba despierto.
—Ten cuidado con tus sueños; son las sirenas del alma. Ellas cantan, nos llaman, las seguimos y jamás retornamos —un trueno sentenció el final de la frase y el flash cegador de un rayo dejó ver la silueta del hombre con los ojos de color dispar—. Una vez me dijiste esas mismas palabras. Entonces no lo entendí, no quise escucharte. Tenías razón, ahora vendrás conmigo…
Al principio no se dio cuenta de que el hombre hablaba en un idioma extraño, no lo había escuchado antes, sin embargo le era familiar. De alguna manera comprendía que querían decir esas palabras. Lo sabía. Sentenció la frase con una última palabra, una mucho más poderosa que la anterior, su nombre. Remiel.
Canciones, lluvia y violencia
—¡Te dije que deberíamos habernos quedado en aquella posada! —Myra estaba que echaba humo, literalmente. —¿Cómo iba a saber que se desataría una tormenta como esta? —replicó Nadia, aunque Myra tenía parte de razón. —Quizás si me hubieras escuchado cuando te lo he dicho… ¡Pero no, tenías que seguir adelante! Vamos Myra dijiste, estamos a solo un día de Ramalia, llegaremos al anochecer dijiste —Myra se movía de manera exagerada. Estaba enfurecida—. ¿Pues sabes que? No hemos llegado, esta lloviendo y estoy bastante segura de que nos hemos perdido…
Nadia no se molestó en contestar a su pequeña compañera, siempre que se enfurecía resultaba imposible hablar con ella, lo peor de todo es que esta vez tenía razón. Si, estaba lloviendo, no, no habían llegado a Ramalia y por último, si, se habían perdido. La pequeña hada de fuego revoloteaba incesantemente alrededor de Nadia, lo hacía porque sabía que ella no podía soportarlo, además cada gota que tocaba su cuerpo se evaporaba casi al instante dejando una molesta estela de humo.
Pensó en la posada calentita y alegre. Había sido todo un descubrimiento, normalmente las posadas del camino no suelen ser muy ostentosas y menos agradables a excepción de algunas, como aquella. Tenían de todo, baños, habitaciones bastante lujosas, un menú exquisito y la taberna era enorme, tenía dos pisos y también un escenario para músicos. Allí tocaban dos jóvenes muy apuestos, de hecho estaba bastante segura de no haber escuchado jamás mejor música que la que había escuchado allí. Cuando tocaban una balada triste el público enmudecía y escuchaba la canción, incluso lloraban, y cuando tocaba una canción alegre todo el mundo bailaba y reía, y también cantaban a coro. Probablemente aquellos músicos eran la razón por la que la posada El camino dorado estaba tan llena. Uno de los músicos se llamaba Lucien, había escuchado bastantes historias inverosímiles acerca de Lucien esa noche pero durante lo que duró toda la noche pudo creer que todas aquellas historias eran verdad, ahora sonaban bastante extravagantes en su cabeza.
Por supuesto a Myra no le había gustado, nunca le había gustado la música y había estado todo el rato incordiando para marcharse de allí durante toda la noche. Nadia sabía como se ponía en esos casos así que había decidido partir a la mañana cuando Myra dijo que prefería quedarse, le pareció extraño el cambio de decisión por lo que no se aventuró a hacerle caso. Por supuesto, esta vez debería haberlo hecho.
Continuaron por el camino fangoso, no había sitio donde resguardarse así que tenían que continuar hacia delante y rezar para encontrar algún sitio donde cobijarse.
La lluvia era intensa y el viento soplaba con violencia. Además de subir una cuesta a contracorriente las gotas se metían en los ojos de Nadia que intentaba protegerse con un brazo. Avanzaba con bastante lentitud dadas las circunstancias, pero al fin llegó a lo alto de la cuesta, desde allí se podían ver las luces de una ciudad. ¡Ramalia! Pensó Nadia, pero su pensamiento fue interrumpido por la imagen de un hombre encapuchado que se acercaba. Había empezado a tronar y relampaguear violentamente. La capucha carmesí ocultaba su rostro en la oscuridad. Nadia se detuvo, Myra también. Podía notar como una vibración invisible la rodeaba, no sabía muy bien que era o como explicarlo pero estaba muy nerviosa, instintivamente se llevó la mano directamente a su pistola.
—¿Quién eres? —gritó.
El hombre encapuchado tan solo extendió su mano revelando una carne ennegrecida y podrida, llena de úlceras y con la piel reseca y cuarterada. Aquél hombre debía de haber contraído la lepra o algo espantoso, parecía un milagro que permaneciera allí de pie. Hizo un movimiento sugerente con su mano indicándole que se acercara.
—No te acerques —susurró Myra. —¿Aún no te la has llevado? —Dijo la voz de una mujer detrás de Nadia— Yo ya me he encargado de los otros dos —Nadia se giró y vió a una mujer vestida con harapos y con la cara pintada, tenía la boca cosida de forma grotesca— Aunque la Araña es algo escurridiza… Madre mía Medriel, ¿Tienes que ser siempre así? Venga aún nos quedan algunos más. —¿Quiénes sois, qué queréis? —preguntó Nadia. —Querida vas a venir con nosotros te guste o no —La mujer miró a la pequeña hada con desdén—. ¿Ahora te dedicas a acoger bichos? Eso sí que no me lo habría esperado jamás… —Nadia levantó la pistola— Como quieras.
Nadia apretó el gatillo y una descarga de luz blanca y brillante salió disparada como un proyectil en dirección a la mujer. Erró el disparo, en un instante la bruja había desaparecido de su cambio de visión, se dio la vuelta. Myra se encendió en llamas. Mientras el encapuchado se acercaba a paso lento.
A cada paso que daba la hierba que había pisado se marchitaba, infecta. Nadia volvió a disparar, esta vez apuntó a Medriel. Su brazo derecho se desintegró al instante pero no pareció inmutarse para nada, continuó avanzando. Myra se lanzó hacia él en llamas envolviendo su cuerpo en un torbellino de fuego.
Faltó poco para que Nadia perdiera la cabeza en ese mismo instante, la otra mujer le atacó desde atrás con una hoja de energía roja pero tuvo tiempo suficiente de conjurar un escudo que la salvó de la muerte. La lucha continuó con un intercambio de estocadas y energía mágica, una auténtica vorágine de poder. A lo lejos en Ramalia algunos de sus habitantes resguardados de la lluvia en sus casas vieron fogonazos de luces a lo lejos. Al día siguiente los rumores de que un dragón acechaba en las colinas del este se extenderían por toda la ciudad y llevaría a la contratación de un grupo de mercenarios especializados en exterminar dragones.
—No podrás aguantar mucho tiempo así, Nadia —sonrió la otra mujer—. He de reconocer que estoy algo decepcionada, has perdido mucho, antes eras la más poderosa, pero ahora siquiera supones un reto para mí.
La verdad era que Nadia estaba exhausta, su energía estaba bajo mínimos, y lo mismo podía decirse de Myra que apenas podía mantener las llamas de su cuerpo, Medriel continuaba avanzando manco y humeante hacia Nadia, ya casi estaba al alcance de su mano.
—¿Qué queréis de mi? —preguntó, ya no estaba enfadada, estaba prácticamente derrotada.
Entonces el encapuchado habló, estaba cerca, ya casi podía ver su rostro. No entendió ninguna de las palabras que pronunció pero pudo sentir un profundo significado entre aquellas palabras desconocidas, entonces vio su rostro, sus ojos azules brillantes como zafiros y profundos como el océano. Vio la inmensidad encerrada tras esos ojos que parecían tan vacíos y abundantes al mismo tiempo. Los vio y no pudo evitar llorar, no podría decir el porque pero en su interior, en lo más profundo de su corazón, en un rincón que aún no estaba preparado para ver la luz lo comprendió.
Medriel la abrazó con su único brazo lleno de pústulas sangrantes y piel acartonada. Pudo sentir su amor sincero y inocente como el de un niño, y en ese abrazo se fundieron en la más profunda oscuridad.
Los hilos empiezan a moverse
Zeus Aracne
Tu respiración era acelerada, corrías entre los árboles del bosque. Estabas huyendo, ¿De qué? No, de quién. No sabías quien era pero era increíblemente hábil, y ágil, tanto como tú, incluso más. La única razón por la que no te había alcanzado aún era que los árboles te permitían despistarla. ¿Ella? Sí, era una mujer, aunque la palabra se quedaba algo pequeña, nimia, si te referías a ella, era algo más, era poderoso.
Escuchabas algunos árboles derrumbándose a tus espaldas, los pájaros y otros muchos animales del bosque también huían, huían en todas direcciones sin saber muy bien hacia donde ir.
—Te tengo —sonrió la bruja con su boca cosida que ocultaba el vacío tras sus labios.
Lucien
Había sido una tarde maravillosa, habías estado tocando toda la tarde junto a tu aprendiz que ahora bebía y charlaba animadamente con la gente de la taberna. Un merecido descanso.
Por tu parte, te dedicabas a guardar tu instrumento en tu estuche mientras algunas mujeres se acercaban para charlar contigo, pero tú las rechazabas educadamente. Algunas de ellas eran bellas pero no era el momento para eso, sentías algo que oprimía tu pecho, era solo una sensación pero algo te inquietaba. A fuera había empezado a llover, viste una silueta a través de la ventana, no la reconociste, sin embargo por alguna razón alcanzaste la puerta y saliste al exterior.
La lluvia empezó a caer, primero por tu pelo y luego tu rostro, descendiendo por tus hombros y tu pecho, apenas unos segundos después estabas completamente empapado. La silueta estaba a unos cinco metros y apenas distinguías sus facciones, era bastante alta y además parecía llevar algo enorme cargado a su espalda. Podías escuchar el latir de tu corazón que se aceleraba. Miraste atrás, a través de la ventana y viste el rostro de Tyroh que te observaba con un deje de preocupación, se levantó. Volviste tu mirada otra vez en frente pero allí no había nada. Nada en absoluto, solo vacío y oscuridad.
Psique
Habías terminado en Ramalia, aunque no recordabas como habías llegado hasta allí, ¡Qué sorpresa! Estaba anocheciendo y parecía que iba a llover así que lo mejor sería encontrar un lugar donde dormir.
—Entra en alguna casa de un pobre desgraciado y cárgatelo, aunque si esta bueno podrías follártelo, así tendrías a alguien calentándote las sábanas. —Era Lucía, ella y sus ideas lascivas y grotescas…
Hiciste caso omiso de sus insinuaciones y continuaste avanzando por la calle, quizás hubiera alguna posada… No te quedaba demasiado dinero pero el suficiente para costearte una cama por una noche. Alguien te cogió la mano, su mano era pequeña. Te diste la vuelta, era Marina, parecía asustada.
—¿Qué pasa, no quieres que siga por ese callejón? —Marina asintió.
Dar media vuelta parecía una estupidez así que continuaste tu camino. También viste a Miquellangelo que intentó interponerse en tu camino, por supuesto era inútil, no podía detenerte, al menos no físicamente, no mientras tuvieras el control. El viejo te miró con cara de desaprobación, mientras que Jenny se limitó a sonreír mientras jugaba con un cuchillo. De detrás de un barril saltó Munchie gritando y enseñando sus dientes. Parecía que hoy era uno de esos días en que no iban a dejarte en paz.
Los dejaste a todos atrás y ni siquiera te volviste para ver si estaban allí. Durante todo ese tiempo habías aprendido a ignorarlos, de otra manera hubieras perdido la cabeza hace ya mucho tiempo. A medida que avanzabas el callejón se hacía más oscuro, no era una oscuridad natural, esta era palpable, pronto dejaste de ver las paredes a tus flancos. Quizás deberías haber hecho caso a tus alter ego…
—¡Sorpresa!
Gyatso
Habías abandonado Ramalia esta misma mañana, pero ahora te arrepentías de haberlo hecho, el temporal parecía haber cambiado bruscamente, te habías dirigido directamente a una tormenta que en una hora alcanzaría también la ciudad.
Habías tenido suerte, te habías cruzado no hacía más de media hora con una cabaña de un cazador, un refugio de caza. No era gran cosa, tenía algunas goteras y una ventana rota pero había leña y una buena chimenea para calentarse. Encendiste el fuego y te sentaste delante observando la danza de las llamas y el crepitar de las cenizas. Era algo muy relajante.
Sin embargo algo interrumpió aquél momento casi perfecto, una sensación terrible te asaltó y te levantaste agarrando tu vara al mismo tiempo que te dabas la vuelta. Algo se acercaba, y era algo muy oscuro. La puerta se rompió en pedazos, al otro lado del umbral había un hombre que sostenía un objeto enorme a su espalda, a fuera estaba oscuro así que no pudiste ver sus facciones pero su voz y sus palabras congelaron tu corazón.
—Hola hermano, cuanto tiempo.
Volumen II: Omega
Nota del autor
Hubo un tiempo en que las estrellas brillaban con esplendor magistral y el viento susurraba los secretos del mundo…
Pero esos tiempos desaparecieron muchos eones atrás. Perdidos. Esperando a las estrellas que ascenderán de nuevo al firmamento.
Cuentan las leyendas de la existencia de unos seres rodeados de misterio que vagan por el mundo, nadie sabe de donde vienen ni sus motivos o propósitos. Seres eternos, inmortales, de alma imperecedera. Nadie sabe cuantos hay exactamente, algunos dicen que cientos, otros dicen que no hay más que unos pocos en todo el mundo, algunos incluso afirman que son los primeros hijos de la creación. Personalmente, si me preguntáis a mí mucho me temo que solo obtendríais el silencio de mi ignorancia como respuesta. Existen sin embargo, cuentos, canciones y libros que hablan de ellos, incluso religiones enteras dedicadas a sus figuras misteriosas.
Algunas teorías apuntan que ellos siempre han estado ahí, desde el principio de la existencia, provenientes de tiempos que ya nadie recuerda. Una idea bastante romántica a mi parecer. Yo no sé que es cierto y que no, creo que eso ya ha quedado claro a estas alturas, pero he conocido a algunos de ellos. Seres extraordinarios, únicos.
Quizás no esta en mi derecho el escribir estas páginas, aún así estoy decidido a relataros sus historias. Aunque este es el primer volumen que escribiré no será el primero en el orden, pues hay cosas del pasado que aún desconozco, tampoco será el último, de eso estoy seguro, pues esta es una historia que aún esta por terminar. Este volumen tratará de las vidas de estos seres, de cómo descubrirán sus propias identidades. Que tipo de personas son en realidad si es que son personas, de su sufrimiento y felicidad. Trata de la pérdida pero también trata principalmente de descubrir su rumbo en el flujo de la historia.
Así pues empezaré este trágico relato, no por el principio, ni tampoco por el final, si no en un punto intermedio, en el momento en que toda la maquinaria del destino se pone en funcionamiento. Aquí es donde empieza…
[Volumen 2: Omega] Capítulo 1: Juego de marionetas