[Campaña 4] (Jiang, Miquelangello Brunetti y Alexei Tolstói)

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Voy hacia donde están Ren y Alexei, estaban muy afaenados recogiendo cenizas, pero no encontraban recipientes donde guardarlas. Miré mi zurrón, donde llevaba mis vendas y algo de jabón. Ya no necesitaría esconderme más, por lo que no le daría mucho uso a las vendas.

Le alargué el zurrón vacío a Alexei. Parecía muy apenado por las cenizas que estaba recogiendo. No sabía bien quien era la chica que estaba muerta en el suelo, pero parecía un ser querido para Alexei.

-Toma, espero que te sirva. No es mucho, pero a falta de algo mejor...

Le sonreí un poco, pero él no parecía muy entusiasmado. Quizá tenía otra idea de lo que era un entierro digno.

Ren y yo nos pusimos a cavar una tumba, pequeña, junto a los muros derruidos de lo que antes era una Fortaleza implacable.

(Cuando acabemos, se da por sentado que enterraremos las cenizas de Seol, o lo que quede de él).

Mientras recogía las cenizas de Seles, tan abstraído como estaba en mi tarea, no me di cuenta de que el hombre oriental se había acercado a mí.

Y no dijo nada, sólo se agachó a mi lado para ayudarme a recoger lo que quedaba de mi hermana, sin siquiera conocerme.

- Gracias – dije en voz baja, casi para mí.

Entonces Jiang se acercó y me tendió su zurrón.

- Toma, espero que te sirva. No es mucho, pero a falta de algo mejor...

Asentí con la cabeza al mismo tiempo que tomaba el zurrón, sin mucho ánimo. Pero a Seol no lo podríamos llevar con nosotros, por lo que Jiang y el hombre oriental comenzaron a cavar una pequeña tumba.

Los miré sin mirarlos, con una mirada que observaba el vacío. Y hasta que no terminaron no volví en mí mismo. Cuando miré a nuestro alrededor me di cuenta de que Miquel ya no estaba junto a nosotros, estaba ya lejos, a punto de continuar con su camino por sí solo. No quedaba mucho para que nuestros caminos se separasen también.

Tras enterrar los restos de mi maestro permanecí delante de la tumba, en silencio, durante varios segundos. Pensé que… que merecía unas palabras. Me aclaré la garganta, dispuesto a decir algo.

- Yo… no puedo decir mucho de Seol, pues conviví con él muy poco tiempo. Y en ese corto tiempo… me salvó la vida, dos veces. Cuando lo vi por primera vez pensé… pensé que era un tipo muy imponente, y seguramente desalmado. Pero no era así, nunca lo fue, ni tampoco ninguno de los miembros de esta hermandad. Igual que sus hermanos, Seol vivió todo este tiempo bajo la amenaza del Maestro. Y se enfrentó a él para poder salvar a aquellos a quienes quería.

Apreté con fuerza el zurrón que contenía los restos mortales de Seles.

- Murió en la batalla final, protegiéndonos. Pero su lucha no ha sido en vano. Yo terminaré tu misión, y liberaré a tus seres queridos. Descansa en paz, maestro.

Agaché la cabeza en un gesto solemne. Tras alzarla miré a Ren y a Jiang, todavía quedaba un largo camino por delante, y realmente esperaba no tener que emprenderlo solo.

Y así, tras soltar un último suspiro, tras mirar atrás a sus compañeros, en especial a su amada, se echó a caminar.

Quiso mirar atrás, pero no lo hizo. Quiso volver, irse con Jiang, quedarse con ella... Pero no lo hizo. Le dolía. Le dolía enormemente dejarla ahí. Pero era lo que tenía que hacer. Y por eso, siguió recto. Siguió por su camino, esperando a que algún día, Dios vuelva a cruzarlos, como antaño lo hizo en una taberna.

Y juró nunca olvidarla.


El viento soplaba suavemente en la cara del joven. Moldeaba su blanquinoso pelo, y lo agitaba a través de su rostro, el cual contenía alguna que otra cicatriz de sus varias rencillas. Se aguantó de las dos barras de madera que formaban la proa, y miró al mar. -Tan profundo... -Murmuró.

El barco se dirigía al Nuevo Mundo, pues Miquel había recibido una carta de un viejo amigo, incitándolo a empezar lo que sería su nuevo hobby: conocer nuevas culturas.

El muchacho extendió sus brazos, dejando que el viento lo aguantase, escuchando como las olas repicaban contra el barco, notando como volvía a tranquilizarse.

Y es que, como hace tiempo dijo, todo había terminado...

Ya nos encontrábamos de camino hacia el rescate de los prisioneros. Éramos cuatro: Jiang, el hombre oriental que se llamaba Ren, la pequeña Dakota que había decidido acompañarnos, y yo.

Al parecer Ren conocía el lugar donde la Hermandad había retenido a los prisioneros, pues de allí había rescatado a la pequeña Dakota. Ren y Jiang eran realmente rápidos, e iban en cabeza. Según Ren nos esperaba un viaje algo largo, y no había tiempo que perder. Yo caminaba junto a Dakota, lo que me hacía sentir realmente incómodo.

Yo mismo había intentado secuestrar a la niña para unos fines no muy bondadosos. La había puesto en peligro, y me arrepentía seriamente por ello. Como mínimo… le debía una disculpa.

- Esto… - comencé, dudando de qué debía decirle a la niña -. Creo que te debo una disculpa, Dakota.

Intenté sonreír para hacer que se sintiese mejor, pero cómo podía alegrar a una niña que tanto había perdido. Porque Gòdia había muerto… Ella simplemente me miró con esos ojos tan profundos que tenía, y la notaba triste. No pude evitar verme reflejado en ellos, y ver mis antinaturales ojos. Fruncí el ceño.

- Oye, Dakota. Siento que… que tengo una deuda muy grande a saldar contigo. Sé que te hice daño en el pasado, y quiero arreglarlo. Si no tienes a dónde ir… puedes venir con mi madre y conmigo. Yo aún no sé qué vamos a hacer ahora, pero no tienes por qué estar sola en esto.

- ¡Dakota! ¡Alexei! ¡No os quedéis atrás! – gritó de pronto Jiang. Se habían alejado ya un buen trecho.

Corrimos hasta alcanzarles para seguir con nuestro camino.

El viaje no duró tanto como habíamos pensado. Acampamos varias noches, incluso conseguimos caballos para poder llegar más deprisa. Ren nos estaba llevando a una sede subterránea de la Hermandad, algo así como una mazmorra. Decía que estaba protegida por guardias, pero que no serían difíciles de superar. Mientras estuvimos juntos me sentí de nuevo acompañado, como cuando conocí a Jiang y a Dakota por primera vez. También estaban Miquel… y Gòdia. Me apenó enormemente tener que traicionar su confianza por ese entonces.

Llegamos finalmente a nuestro objetivo, y noté como mi corazón se aceleraba. Mis compañeros también estaban algo tensos, pero a la vez parecían sentirse seguros.

Jiang y Ren pudieron reducir fácilmente a todos los guardias con los que nos cruzamos. Nos adentramos en las profundidades de la mazmorra mientras íbamos rompiendo cerrojos y abriendo celdas. Incluso encontramos a los seres queridos de Seol, a quienes tuve que darles el pésame. Fuimos acompañando a los presos al exterior, yo cada vez me sentía más y más nervioso. Y finalmente la ví…

Su cabello pelirrojo, sus ojos de un penetrante azul oscuro, su tez pálida que recordaba enormemente a su hija. Después de tanto tiempo la había encontrado, después de creerla muerta había resucitado para que nos pudiésemos encontrar. Solté una última palabra de alivio que mi aliento arrastró en un suave susurro.

- Madre…

Cuando abrí su celda y me miró no supo cómo reaccionar. Sin decir palabra me abracé fuertemente a ella mientras se me saltaban las lágrimas. Sentí su calidez mientras me rodeaba también con sus brazos. Recordé todo aquello que, en las últimas semanas, había querido olvidar. Recordé todo aquello que Seles me había hecho desechar, recordé todo aquello que me hacía sentir vivo.

El jardín de madre, las canciones de Seles, los conciertos de padre...

Nunca más olvidaría.

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