La Noche mas Larga -Acto I-

En donde los intrepidos aventureros llegan a Corvis, Ciudad de Fantasmas, y comienzan a descubrir algunas cosas sobre la siniestra ciudad.

Habeis viajado desde Arklo en la caravana por la peligrosa ruta terrestre a Corvis. El viaje dura algo mas de dos semanas y atraviesa rocosos pasos de montañas, densos bosques y pantanosas tierras bajas. Pero es mas barato que las ocho coronas que cuesta el viaje en barco.

Jimena se unio a la caravana con su circulo, pues se dirigian a Corvis para participar en la festividad de la Noche mas Larga, a pesar de que el lider de la misma Gunner Wadock habia hecho buenas migas con los zingeuner, se mantenian apartados. La presencia de la adivina, que un par de noches se habia acercado a reuniones en fogatas diferentes a las del circulo a malhablar habia puesto nerviosos a mas de uno. En especial al espigado espedachin contratado como escolta. A pesar de ello la joven no se habia dejado amilanar y recorria la caravana charlando con todo aquel que mereciera la pena charlar fuera del circulo o no.

Cervantes no paro de refunfuñar en todo el camino. Habia aceptado el trabajo porque estaba sin un real en su bolsillo. El dinero que habia obtenido con los ultimos versos que escribio para un hidalgo se los gasto en vino y cama en una posada, mientras febril escribia paginas y paginas sobre su invisible amigo. Al final fue este quien le hizo ver que sin un duro no le quedaba mas remedio que aceptar el ofrecimiento de aquel Ilmorense que pedia hombres recios para escoltar una caravana mercante hasta Corvis.

No habria sido mal trabajo de no ser porque un circulo de zingeuner se les unio en Arklos, la segunda noche una anciana del circulo se sento en la hoguera donde habia decidido pasar la noche. Y no paro de mirar al lugar donde estaba Quijote. Diantres, dirias que estaba mirando a quijote, con esa sonrisa desdentada y esos ojos huesudos... Quijote reia y se burlaba aludiendo a que despertaba deseo sexual en la vieja zingeuner, pero Cervantes cada vez estaba mas deseoso de llegar a Corvis y dejar el trabajo.

El buen doctor Walross habia participado en una conferencia en La Roche sobre cirugia moderna. El mismo habia descubierto tiempo ha que la mugre y la suciedad eran enemigas de las heridas, a pesar de que muchos compañeros de profesion siguieran disintiendo ¡Pero lo que ese Van Leeuwenhoek habia descubierto! ¡Seres que no se ven a simple vista! Casi resultaba increible, pero por si acaso habia anotado fielmente las consideraciones del investigador Togarense.

Ahora volvia a Corvis y suerte tenia de haber encontrado la caravana, pues los caminos del Pantano de Agammenon eran peligrosos y traicioneros si uno viajaba solo.

Esa habia sido la razón por la que Adrian habia aceptado viajar en la caravana. Su viaje a la Roche habia sido un completo exito. Solo hubo de romper tres dedos -Aunque en realidad se encargo su silencioso guardaespaldas- para que el señor Mosin-Nagant aceptara comprar el metal de las industrias que operaban en las minas de Tol Jaegren, cuyas rutas comierciales atravesaban Corvis y tendrian que pagar cuantiosos aranceles.

Casi le da un pasmo cuando los zingeuner se unieron a la caravana ¡Es que ese Wadock estaba loco! Rateros, cortabolsas y timadores era lo unico que aspiraban a ser ¡Y Ahora dormia a menos de 70 metros de ellos! Si no fuera porque viajar solos seria mas peligroso que ir con ellos hacia dias que se habria largado.

Tras seguir el sol naciente durante muchos dias, la trave´sia está a punto de llegar a su fin. Corvis esta solo a medio día a caballo a traves del Bosque del Viudo, una de las zonas mas secas del Pantano de Agammenon. Hasta ahora no habeis sufrido ningun incidente durante el recorrido.

Dinero facil, ¿Eh? grita Wadock al sudoroso Cervantes, desde su puesto en la carreta de cabeza. Ojala todos mis viajes por esta ruta fuesen asi.

La caravana esta compuesta por siete carretas, cuatro de ellas de mercaderes, y las tres ultimas del circulo de zingeuner. Hay cuatro o cinco mulos de carga al final con pertrechos comunes a todos. Gunner esta sentado en la carreta de cabeza con su conductor, un hombre maloliente y de eterna sonrisa llamado Viggo. Las otras carretas tienen un conductor cada una y los mulos estan atados a la ultima carreta.

[Teneis hasta mañana por la noche para un post introductorio, charlar, conoceros y decir como os posicionais en la caravana, podeis postear varias veces y tal]

Jimena estaba ilusionada. Compañia! Iba saltando de carreta en carreta, buscando gente con la que hablar. Todo el que se encontraba, decidia hablar de cualquier cosa. Lo importante era conocer gente! Y con nueva gente, nuevas culturas!

Entre carreta y carreta, se topo con alguien (el primero que postee xD). Hola! Que tal? Me llamo Jimena, y tu? Le dijo.

[Offrol: El primero que responda, ese sera esa persona xDD]

-Jey, Cerv, ¿Estás?-Dijo la voz a su espalda, Miguel no levantó la cabeza de sus páginas. Siguió moviendo con habilidad la pluma, trazando letras y construyendo frases en un delirio casi orgásmico. Era su manera de relajarse.- Uh… Que jodidamente oscuro está aquí dentro.-Comentó el espectro atravesando la puerta como si no existiera.- Buen trabajo, ya era hora de que optaras por la moda murciégalo, muriélago… er... Mira, como coño se diga. Putas palabras, ojala desaparecieran. Joder. Podríamos comunicarnos como las berenjenas, esa sí es una comunicación plena. Sin palabras, ¡Pero todas se ponen de acuerdo para ser negras!-Decía mientras se dirigía al escritorio donde el anciano escribía sus páginas diarias. Ya llevaba un buen montón. Pero seguían sin dinero.- Er… Cerv, ¿Tengo que empezar a prenderle fuego a la posada para que me escuches?-Preguntó con una sonrisa que en su demacrado rostro adquiría un tono siniestro, quizás demasiado. Sin embargo, esa amenaza sirvió para que el escritor posara su pluma en el tintero y se girara, ojeroso.

-No.-Negó, simple y llanamente.-Dime. Quijote.-Decía con voz casi mecánica, agarrotada por la falta de uso en aquellos dos días.

-Te lo diré con una poesía:

Necesitas puto dinero. Para sobrevivir.
Y si no lo consigues, te vas a morir.
Entonces llega Quijote, y te va a decir.
Que si no consigues dinero, te vas a fundir.

Si es que en el fondo soy perfecto, mira la hermosura de esos cuatro besos.

-Versos, Quijote. Versos.-Aclaró, volviendo a sus páginas.-Ya conseguiré dinero cuando acabe mi obra. Ese condenando hidalgo nos está haciendo pasar hambre, yo que me había esmerado sobremanera, haciendo uso de metáforas, formas estilísticas, midiendo los versos con total precisión… Y nos da dinero para dos días. ¡Dos días! Quijote ¿Qué salió mal?

-Pues… Qué quieres que te diga. Pene, por ejemplo.-Dijo, haciendo retroceder a Rocinante un par de pasos por si Cervantes quería incorporarse.

No lo hizo. Giró su silla, produciendo un molesto chirrido que le habría puesto la piel de gallina a casi cualquiera, una pena que Quijote no tuviera piel y, de paso, que Rocinante no fuera una gallina.

-¿Ahora qué vamos a hacer?-Preguntó, como si no lo supiera. Mas de tan abatido que estaba Quijote no pudo sino pensar que, efectivamente, había olvidado su pluriempleo.

-Follarme a la Emperatriz ¿A ti que te parece?

Cervantes suspiró, incorporándose y yendo a por su macuto. Cuando sacó su espada no se sintió mejor.

- Se ejercita en la bestia y empuña la cuchara
Dispuesto a que ninguno se le acerque a la mesa
Entonces sólo veo sobre el mundo una piara
De tigres y en mis ojos la visión duele y pesa

Hambrientamente lucho yo, con todas mis brechas
Cicatrices y heridas, señales y recuerdos
Del hambre contra tantas barrigas satisfechas
Cerdos con un origen peor que el de los cerdos.-Recitó, antes de salir por la puerta y cerrar de un sonoro portazo.

Así habíamos llegado a esa caravana. Un ilmorense pedía hombres recios y hombre recio halló. No era mi estilo ser arrogante, no lo era, simplemente me limitaba a dar por sentado un hecho que, pese a mi edad, es visto y demostrado. Mi misión consistía en escoltar una caravana mercante hasta Corvis, ciudad de fantasmas. Al oír el nombre y las leyendas que sobre dicha ciudad caían Quijote montó en júbilo, no parando de repetirle en ningún momento que debía aceptar ese trabajo. Según él no era una petición, ni una orden. Sino una ordentición. No sabía qué era eso pero tampoco quería saberlo.

El viaje fue relajado, no hubo ningún problema de índole violento. Mas es cierto que empecé a sentirme inquieto cuando, dos noches después de que se uniera al convoy una caravana de les zigeuner y a la lumbre de la hoguera, vi como una anciana desdentada miraba hacia donde galopaba Quijote, de un lado a otro, encantado no solo por la oscuridad nocturna, sino además por poder tener tanto espacio para azuzar a Rocinante, quien corría a velocidad inaudita de arriba abajo. Siempre bajo la mirada sonriente de la vieja. Traté de relajarme pensando que eran delirios, o que simplemente mirara un mosquito. Mas no sabía si eso pudiere ser verdad, a fin de cuentas, si yo podía verlo ¿Por qué nadie más?

Cuando le conté a Quijote sobre la zigeuner él se limitó a reírse y a hacer bromas sobre una posible fanstamofílica en la caravana, así como las cosas que le haría si ambos tuvieran bastantes años menos. No sabía cómo hacía el espectro para tomarse las cosas tan a la ligera, como si todo el mundo fuera parte de un chiste particularmente elaborado.

Los siguientes días transcurrieron con normalidad, no había habido ningún peligro que amenazara la caravana, al menos eso era un respiro. Era, cuanto menos, tranquilizador, saber que iba a ganarse el pan viendo mundo. Ahora, parecía que el viaje estaba llegando a su fin. El jefe del convoy decía que faltaba medio día a caballo a bosque traviesa. Transcurriendo por una de las zonas más secas de ese condenado pantano.

-Dinero fácil, ¿Eh?-Gritó Wadock, el jefe de la caravana, desde su carreta.-Ojala todos mis viajes por esta ruta fuesen así.

-Ya lo creo que sí.-Le respondí. Iba a preguntarle algo más cuando otra voz me sobresaltó.

-¡Hola! ¿Que tal? Me llamo Jimena, ¿Y tú?-Dijo una activa e impetuosa chiquilla.

-Miguel de Cervantes Saavedra. Encantado.-La saludé con una sonrisa cansada.

-Hombre, Cerv. Parece que tú también has ligado, ¿Eh, bribón de mierda? Si es que tienes una suerte... Yo solo he encandilado a una vieja desdentada y tú todavía pones a las jovencitas. Si es que la vida no es justa, viejo.-Comentó el espectro haciendo gala de su sensibilidad habitual. Iba a responderle, mas sabía que no podía. Él también lo sabía, y sospechaba que precisamente por eso había optado por hablar ahora.

-Y… ¿Para que vais a Corvis, jovencita?-Pregunté a la muchacha, esperando que una conversación normal sirviera para aburrir lo suficiente a Quijote y que este dejara los comentarios molestos.

- Verás… - sacó el reloj de su bolsillo con parsimonia para mirarlo durante unos instantes. – Llevamos aquí unos 23 minutos. No tengo todo el día, ¿sabes? Podría estar ganando dinero en otra parte. – su rostro se mostraba inexpresivo, como si estuviese hablando solo con una pared.

El hombre al que le hablaba estaba sentado en una silla, inmóvil. No parecía atrever a moverse pues Charles, el mudo guardaespaldas, permanecía a su lado mirándolo fijamente. El sudor recorría su frente en abundancia, se notaba que estaba nervioso. Pese a todo permaneció en silencio.

Adrian suspiró y guardó el reloj de nuevo en su bolsillo. – Charles, rómpele un dedo.

Los quejidos comenzaron a llenar el despacho. Pero ni siquiera Adrian se inmutó. El hombre seguía negándose. – A ver… - comenzó el comerciante mientras se apoyaba en el escritorio. - ¿No ve que serán todo beneficios? Es muy fácil, sólo decir sí. Yo que usted no dudaría en absoluto. Piense en el dinero que ganará comerciando con el metal de Tol Jaergen. Piénselo bien.

Mosin-Nagant siguió negando con la cabeza, Charles no necesitó ni siquiera una indicación para saber que debía romperle otro dedo.

- Si sigue negándose nos quedaremos sin dedos que romper. – Adrian volvió a sacar el reloj. Lo había hecho prácticamente una vez cada minuto desde que había comenzado la… charla.

Un tercer dedo roto bastó para que Mosin-Nagant aceptase. Adrian se despidió con una sonrisa y abandonó el despacho, con Charles siguiéndole cual perro guardián.

- Un hombre complicado, ¿eh? – comentó Adrian a su compañero. Pero no obtuvo respuesta, no podía obtenerla. Charles se limitó a encogerse de hombros mientras seguía andando junto a su protegido.

Volvían del viaje en una caravana, viajaban en la segunda carreta. Y todo iba bien hasta que se unieron esos zingeuner. No podían ser acompañados de gente normal, no. Se les tenía que unir esa... panda de estafadores y ladrones en potencia. Charles dejó de poder dormir tranquilo al tener que vigilar las posesiones de Adrian. Si no fuese mudo habría rechistado, seguro.

...

Saco el reloj de nuevo, mirando la hora de nuevo. Charles no está conmigo, pero estoy tranquilo porque seguro que está protegiendo mis pertenencias de esa panda de ladrones. No puedes fiarte, no. ¡Jamás!

Sigo sintiéndome nervioso estando tan cerca de esas personas. Me apoyo en la carreta, casi a punto de desvanecerme. De todos modos trato de tranquilizarme, a sabiendas que pasan cosas raras cuando me altero demasiado.

Me altero más cuando veo a una de esas zingeuner saltando por las carretas, hablando con todo el que se encuentra. Oh, Dios mío. Sé que nunca he rezado y tal. Pero si de verdad existes evita que esa mujer llegue a verme.

Por suerte se pone a hablar con un tipo al que no conozco de nada. Aguanto la respiración, tratando de alejarme de la tensión.

Mucho gusto, señor Cervantes! Dijo Jimena, tendiendole la mano coordialmente.

Por que voy a Corvis? Bueno, vamos a celebrar la Noche mas Larga en Corvis! Dijo, emocionada. Le encantaban las fiestas...

Y usted? A que va? Y de donde viene? Perdone si le hago demasiadas preguntas! Dijo la gitana emocionada. Un amigo nuevo!

-¡Mucho gusto, señor Cervantes!-Saludó, tendiendo una mano. Por un momento aquello pareció la escena perfecta para un libro y, por un momento, no pude evitar preguntarme qué sería del mundo si la gente fuese como ella. Al contrario de lo que pudiera parecer no es un insulto, sino una verdadera duda ¿Se sumiría en el caos más absoluto o simplemente reflotaría como una sociedad pura e inocente?

-Mucho gusto.-Dije apretando su mano.

-¿Por qué voy a Corvis? ¡Bueno, vamos a celebrar la Noche mas Larga en Corvis! ¿Y usted? ¿A que va? ¿Y de donde viene? ¡Perdone si le hago demasiadas preguntas!

-Cerv. Retrocede lentamente. No le des comida. Y por el amor de Satanás, ni se te ocurra acercarte. Podría ser contagioso o algo.

-A…ajá.-Asentí, tratando de ordenar el torrente de palabras que en unos momentos había desatado.-Yo voy a Corvis escoltando esta caravana y vengo de cualquier lugar con un lecho y comida para un viajero, no existen los hogares fijos, pues el verdadero hogar de una persona es tan grande como pueda imaginar.-De vez en cuando era bueno transmitir mis pensamientos a la juventud. Aparte de ser bueno para ellos es bueno para mí, pues me hace sentir no solo experimentado, sino además útil.

-Cerv. Que te jodan mucho, ahora estás contaminado ¿Contento? Espera, ¿Noche más larga de Corvis? Edutowagiwagi, eso tiene pinta de ser la hostia. Pregúntale. Te lo ordena tu supremo amo y señor.-Ordenó, levantando su lanza por encima de su cabeza en señal autoritaria y empezando a repetir una y otra vez la orden hasta el punto de resultar casi insoportable.

-Y… jovencita-Comencé, tratando de ignorar los agudos gritos de mi acompañante.- ¿Qué es exactamente “La Noche más Larga de Corvis”? ¿Algún tipo de festividad tal vez?

-Buen chico.

.-Yo voy a Corvis escoltando esta caravana y vengo de cualquier lugar con un lecho y comida para un viajero, no existen los hogares fijos, pues el verdadero hogar de una persona es tan grande como pueda imaginar. Dijo el hombre. Al oir eso, Jimena se sorprendio bastante.

Que casualidad!! Yo tambien pienso asi!! He visitado ya tantos sitios...

¿Qué es exactamente “La Noche más Larga de Corvis”? ¿Algún tipo de festividad tal vez? Dijo el hombre.

Jimena se paro a pensar un momento. Sabia que era una fiesta, pero... nada mas... Si! Es una festividad! Ademas, asi se conoce gente nueva, y se entretiene, y se divierte... Miles de cosas! Dijo Jimena. Estaba incluso demasiado emocionada...

Cesó en su atropellado hablar casi con brusquedad. Sin embargo, tras unos instantes de vacilación volvió la carga.

¡Sí! ¡Es una festividad! Además, asi se conoce gente nueva, y se entretiene, Y se divierte... ¡Miles de cosas!

-Lo dicho: Como una cabra. Más vale que esa Corvis sea una ciudad tan chupiguay, porque como no lo sea pienso quemar algo. Algo inflamable. Y luego arrojarlo a algún convento ¡O a un hospital de niños discapacitados!

<< No parece saber demasiado de la fiesta esa. >>

-Entiendo.-Dije tranquila y apaciblemente. Mientras, Quijote seguía cavilando formas de causar el caos en Corvis si la ciudad no resultaba ser de su agrado. Ya había pensado varios planes, uno de ellos consistía en hacer saltar a toda la ciudad con una cucaracha gigante y hacer que la isla se hundiera por culpa del salto. No quería conocer el resto, pero no había que ser muy listo para saber que iban todos por el mismo camino.

-¡YA SÉ! ¡JODER SÍ! ¡USEMOS PECES! ¿¡Cómo no se me ha ocurrido!? Cogemos todos los peces del lago y los catapultamos contra la ciudad. Creerán que el lago se ha revelado y que el Dios Pescado se está vengando o algo y se largarán de la ciudad. Luego, cerraré la puerta por dentro conmigo fuera y haré que no puedan volver a entrar. Tras eso bailaré un rato la danza del caballo y finalmente tiraré más pescado a la gente que traté de escalar la muralla. ¡ES TAN SIMPLE!

Seres invisibles... No, seres ocultos, que huyen del torpe ojo humano... Más no invisibles del todo. Las teorias de aquel hombre de ciencia Togarense, detalladamente registradas en mi libreta de apuntes, seguían perturbando mi mente. Si todo esto fuera cierto, se podrían resolver muchas de las grandes dudas no sólo de la medicina si no de todas las ciencias... Repasé los apuntes otra vez, nadando entre las palabras del texto, ajeno al resto del mundo, como siempre hacía. Pero... es sólo una teoría, no hay pruebas sólidas y definitivas. Sería muy atrevido creer ciegamente en las palabras del doctor Van Leeuwenhoek, demasiado. Tengo que investigar sobre éste tema en cuanto lleguemos... podríamos salvar muchas vidas conociendo mejor a esos pequeños...

De repente, una voz infantil y aguda se oyó fuera, alejandome de mis pensamientos. No me enfadé, había aprendido a tolerar la animada chiquilla zingeuner durante el trayecto.

¡Ah, juventud, divino tesoro!

Así pues, me decidí a seguir gnorando el mundo exterior y me llevé la mano al bigote al tiempo que volvía a sumergirme en el estudio de los apuntes. Más pronto me di cuenta de que había perdido la concentración y no lograría retomarla por lo que decidí dejar la ciencia para otro momento y salir a mirar el exterior.

Cambié de sitio y me senté en la parte delantera del carruaje, al lado de mi buen mayordomo, Lewis, quién estaba conduciendo. Dos carruajes iban ante nosotros recorriendo el Bosque del Viudo Caprichoso y burlesco destino....

-Ya casi llegaremos, señor. No tardaremos más de un día. -comentó el mayordomo.

- Hmmmm...excelente. -comenté, satisfecho.- Ya tenía ganas de volver al hogar dulce hogar, aunque ha sido una buena experiencia este viaje.

-Ya lo creo, y muy tranquilo. Hicimos bien de unirnos a esta caravana, los bandidos no se atreverían a asaltar una caravana con tanta gente.

-Que Dios te oiga, Lewis, que Dios te oiga. Me gustaría terminar el viaje sin sobresaltos.

-Ya verá como sí, señor von Walross, ya verá como sí.

Y bueno, una pregunta... Dijo Jimena. Queria alargar la conversacion, hasta que llegara la noche. Has escuchado alguna vez a un Zingeuner cantando?

Todas las noches, bajo la luz de la hoguera, nos reunimos, cantamos, bailamos, hablamos... En fin, tenemos una agradable noche! Le explico a su nuevo amigo Cervantes.

Y bueno, una pregunta... ¿Has escuchado alguna vez a un Zingeuner cantando? Todas las noches, bajo la luz de la hoguera, nos reunimos, cantamos, bailamos, hablamos... En fin, ¡Tenemos una agradable noche!

-¡OH, DIOS MÍO! ¡S.O.S.¡ ¡S.O.S.! ¡VIOLADORA CHIFLADA EN EL BOSQUE DEL VIUDO, AVISEN A KISIDAN O ALGO, JODER.-Gritaba el espectro mientras hacía virar a Rocinante en una frenética danza. -Cerv, aguanta. Llegarán pronto. INVOCA ALGO, JODER ¡ALGO GRANDE Y ASESINO! NO ME PREGUNTES QUÉ. ALGO GRANDE QUE LANCE FUEGO AHORA

Sin embargo, yo seguía charlando con la zingeuner que, aunque estuviera falta de paciencia y demasiado llena de energía -Locura, como lo llama Quijote.- también era agradable y cálida. No pude evitar acordarme de mi hija Beatriz al pensar eso ¿Qué habría sido de ella? ¿Habría encontrado un nuevo padre mejor que yo? ¿Estaría bien?

-Señores… Miguel de Cervantes Saavedra ha… muerto.-Anunció Quijote quitándose su orinal -El cual usaba a modo de casco- en señal de respeto. Su voz y anunció me sacaron de mi ensimismamiento, parpadeé un par de veces, desconcertado, y volví con Jimena.

-No, ciertamente nunca he escuchado cantar a un zingeuner pero… La verdad es que tiene pinta de ser agradable. Yo suelo viajar con un único compañero, hiperactivo, desconcertante… Así que, ciertamente, no sé lo que es pasar un rato a la lumbre, rodeado de gente y tal.

Los negros y retorcidos arboles se entrelazan sobre vuestras cabezas, ocultando la luz del sol. En la oscuridad, el unico sonido que se percibe es el traqueteo de las carretas y el sonido de los insectos, sin contar por supuesto a Jimena cuya charla interminable tambien podria considerarse de zumbido y a Quijote, cuyo unico y desgraciado oyente es el buen Cervantes. los caballos se esfuerzan por tirar de las carretas a traves del cieno que en algunos casos tiene casi treinta centimetros de profundidad, la fina bruma que siempre impregna este bosque pantanoso se esta convirtiendo en una densa niebla a cada paso. Al cabo de un minuto apenas podeis ver las otras carretas y caballos. Solo unas pocas horas mas y llegareis a Corvis.

Repentinamente el caballo de cabeza relincha angustiado y la caravama se detiene. Podeis oir como Gunner y otros hombres maldicen mientras algunos proyectiles silban cerca de vosotros. La densa niebla se arremolina alrededor ocultando a vuestros atacantes.

[Sin tiradas de turno ni nada, decid vuestra posicion y que haceis, una vez hecho os descibire con mas profundidad lo que veis a cada uno y veremos que pasa]

La carreta se detiene. Pero que...?! Dijo Jimena, cuando entonces vio unas flechas volando por encima de la carreta.

Enseguida saco su vara, y fue intentando saltar de carreta en carreta con tal de acercarse a lo que sea que este disaparando.

Tirada de Acrobacias (para ir de carreta en carreta lo antes posible): 123

Cuando la caravana se adentra en el bosque y las carretas comienzan a atascarse en el cieno me aparto del borde del carruaje y recojo mis piernas, rodeándolas con los brazos. Adopto una posición fetal, tratando de protegerme de la suciedad que impregna el bosque.

- Es asqueroso… - comienzo a decir. El rechazo que me provoca ensuciarme incluso me hace olvidarme de mirar la hora.

Pasan unos minutos, y entonces la caravana se detiene. No me da tiempo a hablar cuando comienzo a escuchar silbidos a nuestro alrededor. Como… proyectiles.

- ¡Charles! – grito con todas mis fuerzas, tratando de hacer que mi guardaespaldas acuda a mí, en la segunda carreta, para protegerme. - ¡Encima nos asaltan! – me quejo. -¡De nada ha servido unirse a esa panda de rateros y cortabolsas! ¡Ladrones todos!

Lo único que intento es cubrirme de los posibles proyectiles, esperando a que mi guardaespaldas llegue para protegerme.

Como si el destino quisiera expresamente romper mis deseos de tranquilidad, la caravana se detuvo en seco.

-Hmmmm... Me pregunto qué ocurrirá. -dije, deseando que sólamente fuera algo como una rueda atrancada en el fango o las raíces.

-Voy a preguntar al señor Gunner... -empezó mi mayordomo, mientras bajaba de la carreta.

Más la voz del mencionado Gunner se oyó en forma de maldición, que fue rápidamente acallada el silbido de varios proyectiles atravesando mortíferamente el aire. No podía ver casi nada por culpa de esa maldita niebla, pero no necesitaba ver para saber: Bandidos, sin duda.

-¡A cubierto! ¡Nos atacan! -grité, sobretodo para Lewis, pero también para todo aquel que pudiera oir mi voz, mientras bajaba del puesto del conductor.

El mayordomo y yo nos metimos en el tercer vehículo, la tercera, y nos agachamos buscando ahí dentro cobertura contra los disparos. Al pasar por el fango, nuestros excelentes ropajes se ensuciaron, pero no nos importaba: Era prioritario salvar el pellejo.

-¡La espada, Lewis, la espada! -No tenía intención de cargar contra el enemigo si no era necesario, pero con buen acero en mano uno siempre está más seguro.

- ¡No llevamos acero, señor Walross! ¡Nos dirigíamos a una conferéncia de medicina, no a una refriega!

Maldije interiormente, pero sabía que Lewis tenía toda la razón del mundo. Sólo esperaba que mi bastón y su flagelo para los caballos fueran suficiente para rechazar a algún bandido si se acercaba demasiado antes de que Gunner y sus hombres les dieran buena cuenta a esos bellacos.

Conforme avanzábamos íbamos siendo rodeados y engullidos por una negra maraña de árboles. En conjunto parecía como si la oscuridad más absoluta engullera a la caravana.

Mientras, seguía charlando a dos bandas, ambas incesantes y nerviosas. Pero conversadores a fin de cuentas. Parecía que así llegaríamos a Corvis cuando la caravana se detuvo. No le di más importancia que la debida, era habitual por estos parajes que algún caballo se rompiera una pata o que una rueda se quedara encallada. Sin embargo, fue justo cuando volvía la cabeza para mirar con claridad la escena cuando una maldición de labios de Gunner salió. Apenas hubo intervalo alguno de tiempo cuando el silbido de virotes en movimiento no sacudió los oídos. Llevé la mano a la espada larga. Desenfundándola. Jimena, por su parte, sacó una vara. Traté de decirle que era peligroso, que se escondiera., pero fue inútil, en menos que canta un gallo ya había desaparecido, saltando de carreta en carreta.

Estaba en la tercera carreta, y la protegería, costase lo que costase, pues tanto como escritor como soldado debía darlo todo en mis trabajos. La importancia del trabajo duro... No había tiempo para tonterías.

-Quijote, tú no tienes problemas con el barro, tampoco te pueden ver. Escabúllete y dime cuantos y quienes son: Armas, armaduras, equipamiento variado y ropa.-Susurré al hidalgo.

-No. Negó rotundamente, mas en ese momento una flecha voló sobre nuestras cabezas, haciéndole cambiar de opinión.-Sí. Asintió, cabalgando hacia la espesura.

-Y... Quijote. Sé prudente.-Dije para mí mismo mientras el caballero se perdía en la espesura. Por lo menos sabía que no atacaría directamente, no es tan tonto, pese a ser como es...

Con la espada desenvainada quedé ahí, a la espera de enemigos que usaran armas más nobles que el arco, o por lo menos de asaltantes de a pie. Quedaba oculto por la pared de la carreta, iba a ser francamente difícil luchar ahí abajo. Por un instante dudé si invocar un demonio menor pero deseché la idea enseguida: Demasiadas cosas podían salir mal.

Mientras, Quijote cabalgaba en el bosque, atravesando las plantas como si no existieran. No iba a obedecer -Del todo- a Cerv, es cierto que vería a sus enemigos. Pero si veía a alguno muy rezagado... Que se prepare, aunque tal vez sería hasta más divertido matarlos a todos... Pero lo primero era observar.

Jimena salta de carreta en carreta, apoyandose en las ramas bajas de los arboles, usandolas como improvisadas barras. Las saetas silban a tu alrededor y el aire huele a yogur rancio. Observas como uno de los mercaderes es impactado con una piedra en la rodilla, que hace que esta se gire en un angulo extraño mientras cae lanzando un grito.

Comienzas a ver las siluetas rodeando el carromato. Se acercan armados con garrotes improvisados y cuchillos oxidados, seguramente deben haber pasado una mala temporada, si no no estarian tan desesperado como para atacar una caravana tan grande.

Los caballos habian caido en un foso con estacas al final, te costo verlo, y seguro que cubierto y con la niebla que hacia hubiese sido imposible detectarlo. Gunner se encontraba de pie en su carro lanzando improperios y buscando un buen blanco para su pistola, mientras viggo habia bajado ya y cubriendose con la tapa de un cofre avanzaba hacia el enemigo.

A ti esto te superaba, nunca habias estado mas que en pequeñas trifulcas, pero toda una banda de ladrones asaltando la caravana…. Te parecia estar inmersa en la mas cruenta de las guerras. Los gritos de los hombres, el olor a sangre y muerte que emanaba de los caballos…

[Tira Frialdad]

Acuclillado en una carreta escondido tras unos arcones y con un buen monton de mantas encima Adrian mantenia los oidos atentos a cualquier sonido. El relincho inicial se habia escuchado en la carreta primera y aunque te habias alegrado durante todo el trayecto de estar lo mas alejado posible de los zingeuner, ahora desearias estar en su carreta. Entonces te diste cuenta ¡Han sido los zingeuner! Seguro que han pactado con estos ladrones.

En tu interior tu curiosidad se habia aliado con tu maldad innata y estabas deseoso de descubrir el complot de esos rateros sucios y malolientes y asi poder mandarlos a todos a la horca.
En ese mismo instante un acero atravesó la lona que cubria la carreta, al parecer Charles habia topado con dos de esos malolientes asaltantes y estaba dando buena cuenta de ellos… o al menos lo intentaba.

Te acurrucaste e intentaste pasar aun mas desapercibido. Podias contratar un nuevo guardaespaldas, pero no podias comprar una segunda vida.

Maldiciendo su suerte, Walros tomó el baston cual si fuera un estoque. Aunque permanecia escondido –Ante la insistencia de Lewis – sabia que era cuestion de minutos que los bandidos entraran en la carroza, no se iban a dejar un carromato tan lujoso sin registrar.

Asi, sudoroso y preocupado por Lewis, que habia insistido en seguir en el pescante permaneciste unos minutos hasta que la puerta salio arrancada de cuajo. Una ballesta de mano, oxidada pero cuya saeta tenia una punta bien afilada fue lo primero que apareció. La siguio un tipo bajito y sonriente, o al menos los dos dientes que le quedaban parecian estar en una sonrisa. El tipo que venia seguido de un gigantón , que habia arrancado la puerta y sujetaba a Lewis exanime en una mano.
Vaya, vaya , vaya. Un Burguesito de Corvis hemos encontrado… La voz aguda y nasal era peor que una otitis. ¿Qué hacias escondido Burguesito? No querrias ocultarnos el dinero verdad…

La ballesta cada vez estaba mas cerca de tu rechoncha panza.


Apoyado contra el carro en cuclillas se encontraba Cervantes –Su intencion de permanecer estoicamente de pié fue ratificada cuando una saeta se clavó en la madera a escasos centímetros de su nariz.

Las siluetas en la niebla se acercaban lentamente. Habias visto como Viggo salia de la carreta en cabeza en direccion al bosque. Esperabas escuchar un grito suyo dentro de poco. Pero Viggo era un luchador competente, o eso parecia, y la niebla jugaba a su favor.

Por otra parte escuchaste alboroto en la otra parte de la carreta y te asomaste a ver, sigilosamente.

Incluso a tan corta distancia los hombres se veian borrosos y difuminados por la niebla. El olor a yogur rancio lo envolvia todo. Un gigantón acababa de golpear a uno de los hombres de la caravana, el criado del medico te parecio ver. Acto seguido habia arrancado la puerta de la carroza y descubierto al anciano doctor. Le estaban apuntando con una ballesta de mano y poco podria hacer el pobre hombre si quisieran matarlo.

Pero a ti aun no te habian detectado. Le habias dicho a Quijote que tuviese cuidado ¿Lo ibas a tener tu?

Como era lógico, mi bello carruaje fue objetivo prioritario para esa panda de malhechores, y no tardé en verme amenazado. Como sacados de una comedia, un hombrecillo desnutrido y un gigantón fueron a por nosotros. Más nada tenía de cómica la situación, pues el hombre enorme, tan fuerte como para arrancar de cuajo la puerta, tenía bien sujeto al pobre Lewis, en un estado deplorable. Sentí la necesidad de arremeter contra esa mala calaña a bastonazos, pero la razón me detuvo. Ellos eran dos, y el desdentado me apuntaba peligosamente con su ballesta. Habría sido un suicidio para alguien como yo ensarzarme en tal combate, así que tendría que aguardar a estar en mejor situación.

-¡Sólo soy un médico!-Dije, levantando los brazos en señal de rendición. Tenía que ganar tiempo...-¡Ni yo ni mi amigo queremos problemas! ¡Dejadle en paz, por favor, este mal trato puede ser muy perjudicial en alguien de su edad!

Preocupado por el estado de mi mayordomo, no podía, sin embargo, hacer mucho más en aquella situación.

¿Dónde están los mercenarios cuando se les necesita?

Maldije mi condenada suerte cuando una saeta casi me arranca la nariz y me acuclillé, no era una pose tan gallarda, ni mucho menos algo digno, casi parecía que estuviera preparando mis intestinos para sana pero asquerosa labor, sin embargo, agradecí en cierta medida mi ridículo cuando esa postura tan indigna me salvó de otro par de flechazos.

La puerta se rompió con dureza y un hombre fue golpeado con la misma intensidad. Fuera quien fuera el tipo que había hecho aquello era un maldito forzudo.

Ambos entraron, uno portaba una ballesta oxidada. No pude evitar acordarme de mi mano al verla, no era un arcabuz, pero como si lo fuera.

Ese par, el grande y el pequeño, casi plagiados de mi libro, se acercaron al otro señor presente en el carruaje. Un anciano, al que empezaron a amenazar con la innoble arma. Era suficiente.

Me incorporé espada en mano. No abrí la boca, pero tampoco me esforcé en ser sigiloso: Atacar por la espalda a drede es de cobardes.

Mientras, Quijote seguía observando todo desde la maleza. Sin preocuparse de esconderse lo más mínimo, a fin de cuentas nadie lo vería de ninguna manera. La lanza le picaba en las manos, siempre le había gustado matar por la espalda. Como los astutos.

Sigo acurrucado en la carreta, tratando de pasar desapercibido y salvarme de los bandidos. ¡Seguro que quieren robar todo mi dinero! Por suerte no he traído casi nada para este viaje, sólo lo justo para comer y alojarme, y para el viaje.

Parece ser que Charles se está encargando eficientemente de los bandidos que acosan la carreta, lo que es sumamente productivo. Saco mi reloj para mirar la hora de nuevo, y entonces pienso en esos estafadores que nos acompañan.

¡Por supuesto! ¡Ellos lo han planificado todo! ¡Nos han servido en bandeja de plata a esos bandidos para poder robarnos y quedarse con nuestras pertenencias!

Pese a la batalla que se desarrolla en el exterior sigo en mi sitio. No tengo por qué desperdiciar mi vida en un enfrentamiento como este. Bah, ladrones. De todos modos tienen intención de asaltarme y llevarse mi dinero y mis pertenencias, por lo que comienzo a debatir en mi interior.

¿Pero qué puedo hacer yo en estas circunstancias? Ni siquiera tengo adiestramiento de este tipo. Charles se encargará, sí…

Me siento algo nervioso. Bueno, vale… Bastante.

Demasiado lento.

Lancé una estocada a su cuello pero el tipo ese ya me había visto venir, por lo que pudo retroceder, a tiempo para apuntarme con su ballesta. Ya tenía ganas de romper tan horrible arma, pero algo me decía que tendría que matar antes a aquel tipo. La ballesta, contra todo pronóstico, no disparó, parecía haberse encasquillado. Perfecto, tardaría unos valiosos segundos en colocar la flecha.

Entretanto, el anciano, viéndose libre de la amenaza, lanzó su bastón de combate, moviendo su grueso cuerpo a una sola vez en un movimiento de maestría no natural de un hombre de su edad. Irónico, me dije. El golpe acertó al grandullón, que con un grito de dolor se sacudió al apresado de encima.

Pensé en invocar a un diablillo para que me ayudara, sin embargo, la idea fue deshecha nada más nacer: Necesitaría o entonar cánticos o dibujar una estrella de cinco puntas en el suelo. Aun cuando pudiera recordar el nombre de algún ser de los que me hablara Quijote en sus peripecias estaba seguro que eso haría que me tacharan de brujo sin remedio. Mucho mejor y aprovechable era la idea de seguir luchando.

Volaban saetas por todas partes. Y lo peor era que las saetas se clavaban en humanos. Jimena llego a la primera carreta, donde vio a gente batallando y muriendo. No podia creerlo, parecia una de las peores guerras.

Ella habia estado en batallas, pero eran pequeñas rencillas entre circulos, cosas normales...

Jimena salio corriendo por donde vino. No podia aguantarlo. Corrio, y corrio, buscando a su nuevo amigo Cervantes. Queria hablar con el, a lo mejor asi se podia calmar, y olvidarse de lo que pasaba alrededor...

Corrio, y corrio, mirando las carretas. Vio la carreta donde estaban hablando. Se paro alli. Tras eso, busco al señor Cervantes con la mirada. D-donde... Donde esta?

Walros esquiva el pesado movimiento de André. Si le hubiera golpeado seguramente habria caido incosnciente. No sabe si es la adrenalina que le recorre el cuerpo o estar dominando un combate contra un gigante varios años mas joven, pero se siente extasiado.

Ve la entrepierna del pobre André a distancia optima de golpe, ahora solo su conciencia le impediria lanzar un golpe

Spoiler:

Por otro lado el viejo Cerv maldice su suerte. Escurridizo ha disparado la maldita ballesta oxidada y no se ha roto. Notas un pinchazo penetrante en la cadera, pero te alegra ver que tanto la gabardina como la escasa potencia han hecho que solo entre un par de centimetros.

Pero el susto ha sido lo suficientemente grande como para llevarte la mano a la cadera y frenar en seco tu carga, con lo que escurridizo ha tenido tiempo para plantarse en posicion de combate y desenfundar. Suda y ya no sonrie, eres un hombre de armas y el un misero bandido ¿Porque razón aun no ha salido huyendo?

Jimena por su parte, aterrorizada corre hacia donde estaba Cervantes, los ruidos de lucha la llevan a asomarse... ¡Cervantes ha sido asaeteado por un asaltante! No te quedas a observar lo siguiente y te metes directamente en la carroza cuando ¡Ahhhhh! ¡Algo se mueve!

Adrian ya no logra ver a su guardaespaldas con toda la niebla, sigue escuchando los ruidos de combate aunque cada vez menos espadas oye entrechocar ¿Pero quien muere, ellos o nosotros? Escondido y tiritando notas como la carroza bota al subir alguien a ella, asomas por entre la pila de telas que tienes encima ¡Es una de las zingeuner! ¡La chica que saltaba de carroza en carroza! ¡Viene a matarte!

La ballesta hizo un clac y disparó, para mi sorpresa ni el disparador ni la cuerda se rompieron, más sorpresa fue el pinchazo que noté cuando esa molesta flecha se clavó en mi cadera. Sorprendido por aquello no pude sino llevarme la mano ahí donde el virote se había clavado. Afortunadamente no pasó del susto. La flecha se clavó un poco nada más gracias a mi magnífica gabardina armada. Una pena que no pudiese arrancar la saeta con la mano libre, era de las pocas veces que maldecía aquel arcabuzazo que se llevó su movilidad.

Chasqueé la lengua contra el paladar cuando vi que ese zarrapastroso bandido desenvainaba y adoptaba pose combativa -Muy rudimentaria a mi opinión, pero poco más se puede esperar de alguien que vive de asaltar a los inocentes transeuntes.- Aquello era un pelín raro, normalmente cuando un bandido luchaba a solas contra un hombre de armas huía al ver el acero templado en armería, sin embargo, éste no lo hacía, y no porque no estuviera nervioso pues las perlas de sudor que poblaban su frente denotaban cierta inseguridad.

No le di más importancia, con seguridad, adopté pose combativa. Un poco difícil cuando cierta zingeuner entra gritando por la puerta. Sonreí, al menos no le había pasado nada.

Jimena entro, decidida a refugiarse de la guerra que habia alli, cuando note que algo se movia. -AAARGH!! Exclamo Jimena.

Sobresaltada, se alejo de esa..."cosa"... que se movia. Con vara en mano, mas en defensa propia que por intentar asestarle un golpe a ese algo, dijo -Q-quien... Quien e-eres? Q-QUE E-ERES?! , completamente aterrorizada del miedo.

Temblaba, temblaba mucho...

"Oh, dios mio... Renato, donde estas cuando te necesito?"