[Campaña] La Sombra del Destino - Capítulo I: Viaje

El camino se me hizo tedioso. Avanzábamos tan lentamente que parecía que jamás llegaríamos a nuestro destino. Yo no podía dejar de pensar en mi misión. Me rondaba la cabeza, mi obligación para con mis hermanos. Cuanto más me distraía más se alejaba el cumplimiento de mi cometido de mí, no podía dejar que eso pasase.

Mientras daba pequeños pero acordes al ritmo de la exhausta Alina, mi mirada examinó los alrededores. Buscaba algo, algo especial. Y lo encontré, unas pocas flores que guardé en mi bolsa, con cuidado.

Una vez anocheció lo que más nos preocupó fue encontrar un lugar cubierto. Aquel silencio tan tenso que manteníamos me ponía de los nervios, pero yo tampoco tenía ganas de decir nada. Finalmente una cabaña abandonada surgió de la nada en nuestro camino, un golpe de suerte. Nos metimos dentro y encendimos una hoguera.

Cenamos bastante bien aquella noche, pero no podíamos guardar nada que se fuera a estropear en un día o dos. Mis ojos se desviaron de las caras de mis compañeros para observar una y otra vez a la durmiente Alina. Era tan inocente… Qué destino tan complicado le había tocado.

León se mostró bastante tenso, tuvo que salir de la cabaña para tranquilizarse tras el llanto de Selina. Nunca había sentido aquello. Era como si de pronto me hubieran echado un cubo de agua fría en la cara y me dijeran “Eh, esto es el mundo real”. Comenzaba a entender en parte lo que mis maestros querían de mí cuando me encargaron esta misión. Querían que aprendiese, que me hiciese mayor.

Quizá lo estaban consiguiendo.

Halerd me habló en ese tono tan tranquilo que él tiene siempre. Era extraño, no se asemejaba nada a lo que me había imaginado. Pero no podía estar tranquilo del todo, siempre hay trucos. Me limité a asentir con la cabeza y tomé algo de la carne que quedaba, no podíamos dejar sobras, sería un desperdicio.

No dije nada, sólo miré a los presentes. Decidí que aquella noche no era la apropiada. Todavía tenía tiempo.

Aquellos días de viaje se me hicieron interminables. Mientras avanzábamos iba observando detenidamente el camino que recorríamos. Me entretenía identificando las diversas plantas con las que nos cruzábamos. Todo el mundo estaba en tensión, ni yo pude evitar en ocasiones apretar con demasiada fuerza la mano de Alina. Ella me miraba entonces frunciendo el ceño, y yo aflojaba la mano para no lastimar a la pequeña.

Nos topamos mientras andábamos con una caravana de gente que abandonaba las tierras devastadas por la guerra. Más allá encontramos una aldea completamente abandonada. Nos detuvimos para buscar víveres. La tensión era tal que parecía que lleváramos días sin pronunciar palabra alguna. En ocasiones miraba con cierta tristeza a Alina, compadeciéndome de su difícil situación.

Cuando pasamos por la segunda aldea que había en nuestro camino esperé encontrar otra población completamente abandonada. La sensación de soledad no hacía más que alimentar la extraña apatía que sentía. También me sentía preocupado, preocupado por aquellas negras lágrimas que derramé en Osvalth. Tan abstraído estaba en mis pensamientos que no me di cuenta de la cruenta escena que se hallaba ante nosotros. Los restos de la guerra, cientos de cuerpos en el suelo. Entre los cuerpos de las decenas de aldeanos encontraba en ocasiones las brillantes armaduras de los soldados de Nilveria. Parecía ser que habían avanzado en su implacable marcha por estos territorios. Ciertamente, no supe como sentirme. Tomar los víveres de aquel lugar devastado fue una de las tareas más desagradables que se me ha presentado en toda mi vida, si no la que más.

Finalmente llegamos a una posada. Llevábamos casi una semana durmiendo al raso, todos pensamos que estaría bien dormir en una cama, aunque fuera durante una sola noche. Desde aquel lugar tardaríamos sólo un día en llegar al bosque del Olvido. Allí el camino sería más difícil, y mi misión, en consecuencia, también lo sería. El mago nos anunció entonces que, en un mes, habría recuperado todas sus fuerzas. Algo se removió en mi interior cuando pronunció aquellas palabras. Ahora era todo una carrera a contrarreloj.

Nos decidimos finalmente por entrar en la posada. Allí un hombre gordo y barbudo nos soltó un discurso. Casi no paraba de hablar, e incluso me costó acordarme de todo cuando acabó de hablar. Definitivamente los precios que pedía eran descaradamente caros, ni siquiera yo, en toda mi vida, había pagado jamás semejante cantidad por alojarme en una posada u hotel. No era consciente de que lleváramos encima tal cantidad de dinero, ¡era absurdo!

El peor momento fue aquel en que las tres “chicas” del posadero bajaron por las escaleras. León apretó los puños, hasta yo temía por la gravedad de su herida en la mano. Al principio miré desconcertado a mis compañeros. Habíamos pasado muchas noches al raso, el viaje había sido muy duro… ¿Pero realmente valía la pena pagar un precio tan descarado por aquello? Ni siquiera creía que tuviéramos dinero suficiente para pagarlo.

Tomé yo entonces la determinación de que no deberíamos hospedarnos en aquel lugar. Yo, por lo menos, no lo haría. Quizá con los ahorros de todos nos daría para pagarle la noche a Alina. Se me pasaban por la cabeza cientos de comentarios groseros que podría hacerle a ese posadero, pero decidí girarme para hablar las cosas con mis compañeros antes de hacer nada

- Yo no tengo tanto dinero – comenté en voz baja – Y hospedarnos todos aquí es un gasto que no sé si podríamos sobrellevar – hice una pausa, pensándome bien lo que decía – Yo prefiero dormir al raso antes que pagar ese absurdo precio, pero quizá entre todos podríamos pagarle una cama a Alina.

Miré a la pequeña con una mirada fraternal.